Dime qué fue lo que pasó para que el ejército romano olvidara su sagrado juramento. Necesito escuchar la rabia que iba invadiendo tus venas cuando los soldados arremetieron contra tu pueblo violando a tus hijas y azotándote públicamente.
Quienes narraron lo sucedido eran Romanos y eran hombres, así que será difícil poder tejerte con la información que hay. En los ovillos donde están los hilos que hay para hacerlo, me cuesta encontrar con cuál empezar y tratar de ser objetiva. De pronto me doy cuenta de la dificultad que tengo.
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Encuentro que quizá imaginarme y tener el atrevimiento de romper las normas de los historiadores, mezclando los sucesos con mis emociones, aderezándolo con un poco de magia, para encontrar ese aroma húmedo de lo humano. Entonces, con todo esto quizá pueda ayudarme a desmadejar el misterio que hay por detrás de una pelirroja más, entonces me siento, respiro profundo, tomo un poco de agua y me encuentro ya en modo de viajar.
Me toca saltar en el tiempo para poder entenderte, irme al año 55 AC. Vestirme de romano y volverme hombre para esconderme entre las dos legiones y ochenta navíos que cruzaron el canal de la mancha con órdenes del emperador Julio Cesar de conquistar Britania. Esta tierra de verdes campos, regados por lluvia constantes, de cielos grises y de clima oceánico templado, es y era un tesoro envidiable, un santuario de vida.
Nos ven llegar en las orillas y durante los primeros días no nos costó doblegar a las tribus a base pilum y escudo. El emperador estaba confiado en que sería un cuento de niños someter a los bárbaros sin ninguna formación militar, miraba el mapa en sus aposentos y sentía un regocijo que pronto se transformaría en ira. Una tempestad nos obligó a retirarnos, destrozadas quedaron la mayor parte de las naves dejándolas inútiles para la navegación, doblegando a nuestro ejército dejándonos turbados, pues no contábamos con que repararlas. Enfurecido el emperador, no estaba dispuesto a tener una mancha de tal calibre en su currículum, así que un año después en el 54 a. C. terminamos por conquistar una buena parte de Britania. Así comienzo la romanización de las tribus más poderosas de las tierras de los druidas y yo aprendí a usar la espada y a poner la atención en lo difícil que es juzgar y ser imparcial con una mente del siglo XXI.
Al norte de la Galia porque así la llamaban, habitaban los Icenios. Un pueblo que habitaba las tierras orientales de la isla y durante algún tiempo lograron mantener una relativa independencia del imperio, pues daban grandes cantidades de recursos y por eso los dejamos en paz. Justo ahí en esa bella tierra nació una niña de cabello rojizo de complexión fuerte y de voz áspera. Con su pelo trenzado hasta las rodillas la casaron con Prasutagus rey y señor, y engendraron dos niñas. Gozaban de todo aquello que les faltaba a los pueblos de toda Bretaña a los que teníamos sometidos a inmensas cantidades de impuestos y a severas medidas si se retrasaban en el pago.
Prasutagus murió y tras su muerte nos lanzamos como buitres por el dinero que atesoraba su familia. Lo que comenzó a ponerme incomodo cada vez más fue que no respetamos el acuerdo que habíamos firmado con él, donde aceptamos dejarle la mitad del reino a su esposa a su muerte, en pago con la otra mitad. ¿Pero para qué honrarlo si podíamos tenerlo todo?
Boudica trató de defenderse con sus soldados pero el resultado fue desastroso para su pueblo, quemamos sus casas y cometimos todo tipo de tropelías con sus mujeres y a muchísimos hombres los capturamos para venderlos como esclavos. Vi cuando a Boudica por primera vez cuando al tratar de resistirse la desnudamos y la azotamos delante de su propio pueblo. Aquello me llenó de vergüenza, pero el sufrimiento que tuvo que soportar la reina fue mínimo si se compara con el que tuvo que pasar cuando azotamos a sus hijas y muchos de los nuestros las violaron por turnos, mientras ella a gritos sordos era obligada a mirar.
Fue entonces cuando decidí que no podía honrar a un emperador que no cumplía sus promesas, ni a un ejército que se volvía aberrable rompiendo sus juramentos, a diferencia de los soldados que les pagaban con comida para sus familias yo llegue sin nadie a quien cuidar así que la decisión fue fácil. Busque a Boudica, pero no podía acercarme como soldado romano, así que en ese instante me convertí en mujer de nuevo y pinte mi pelo de rojo con ello también me libre de ser juzgado por traición. Ahora con la piel llena de pecas, pintada de azul, seguí a Boudica y la acompañé mientras su sed de justicia tomaba las armas, la seguí pueblo tras pueblo reclutando guerreros y hartos del yugo de los romanos no les fue difícil hacerlo.
Entonces fue cuando comenzó la guerra. Todos los Icenos nos fuimos uniendo y muy pronto, todas las otras provincias se apresuraron a seguir su ejemplo. Boudica tenia planeada con una agudeza quirúrgica pegarle con todo su fuerza a los tres asentamientos mas importantes del imperio. Subida en su caballo blanco, se puso a la cabeza del ejército. Quizá unos ciento veinte mil soldados y unos doscientos treinta mil combatientes hombres y mujeres armados hasta los dientes, muchos de ellas sin experiencia militar se sumaron al llamado de guerra. Y partimos hacia Camulodunum que hoy es actual Colchester, ávidos de sangre romana que derramar, entonces los tomamos por sorpresa con nuestras barbáricas y desorganizadas huestes.
Yo me conseguí un caballo negro, un alazán precioso y a pelo seguí a la reina. Entonces vino la masacre; de nada sirvió que Deciano enviará desde Londinium que es la actual Londres a doscientos hombres para reforzar las defensas, pues estos fueron pasados a cuchillo. Tampoco ayudó demasiado la llegada de la IX Legión llamada la Hispana, con dos mil quinientos hombres al frente pues uno a uno fueron aniquilados en los caminos antes de llegar a Camulodumum.
La barbarie contra los habitantes de Camulodunum fue indescriptible ahora saqueamos y prendimos fuego a la ciudad, torturamos y asesinamos a millares de prisioneros romanos. A muchos los ahorcamos, los empalamos y otros los crucificamos y con pinchos ardientes, los quemamos vivos. Demolieron la ciudad hasta los cimientos y de ahí emprendimos la marcha con la euforia de la victoria.
Rumbo a Londres aquellos que no se habían unido esperando ver si valía la pena se sumaron y el ejército ahora con más de sesenta mil hombres se sentía poderoso, se escuchaban la fuerza de los pasos impulsados por el vigor que genera el sentirse invencible. Entramos a Londres y lo que es hoy St Albans ardieron. Hay una fuerza que brota de la venganza que nos vuelve más valientes, hay una sed que no se sacia y se vuelve un anestésico cuando vamos matando hasta que ya no tenemos para seguir haciéndolo. Entonces nos volvemos victimarios ahora. En aquella época no existían estos conceptos era o mato o me matan. Era un instinto de sobrevivencia animal donde la empatía no existía, donde el remordimiento no se habia desarrollado como lo conocemos hoy.
Pero pasa que enfrentarse a un imperio es solo un acto de soberbia nublado por la sed de venganza y al final, Suetonio Paulino logró vencernos en Watling, causando una terrible mortandad. La reina sobrevivió a la batalla, pero, se suicidó ingiriendo veneno, no seria humillada de nuevo y prefirió marcharse sin darles el gusto de torturarla. Justo antes de que me tomaran presa y sabiendo lo que vendría para mí, me fui diluyendo entre el fuego de la ciudad hasta llegar de nuevo a mi escritorio donde todavía tengo las manos manchas de sangre.
En el tejido de ir escudriñando en la historia, existe la posibilidad de vaciar los conceptos que tengo, es desaprender desde las emociones y dejar la interpretación que tengo hoy sobre ellas, para poder encarnar un pensamiento que dista en muchas cosas, del mío, donde la vida duraba apenas treinta años si bien nos iba y donde el cotidiano estaba puesto en solo sobrevivir. La idea del buen vivir se fue hilando después, hasta llegar a nuestros días donde el promedio de vida se perfila hacia los noventa.
Según los historiadores de época la reina acabó con más de ochenta mil civiles o ¿habrán sido más? en verdad las cuentas son solo números que no muestran a los seres humanos que hay por detrás, solo son cifras que enmarcan de un golpe la dura huella, para no olvidarla en sangre sobre un suelo que hoy se cubre de verde.