“El amor de los lectores implica responsabilidad”, comentó ayer la escritora española Almudena Grandes (1960) en el encuentro digital que sostuvo con ellos desde su casa de Madrid, en el que habló de su novela más reciente, La madre de Frankenstein; pero también de sus manías al escribir, los bloqueos literarios y el coronavirus.
Cuando escribes una serie, la exigencia de los lectores pesa mucho. Por eso, cuando tengo la tentación de coger un atajo la rechazo, porque debo estar a la altura de los lectores. Cada libro de esta serie lo he hecho lo mejor posible”, afirmó.
Risueña, informal, acelerada, la narradora describió el proceso creativo que antecedió a La madre de Frankenstein (Planeta), la quinta de las seis entregas de la serie Episodios de una guerra interminable, que comenzó con Inés y la alegría (2007) continuó con El lector de Julio Verne (2012), Las tres bodas de Manolita (2014) y Los pacientes del doctor García (2017).
Destacó que la locura y la inteligencia se unen en la filicida paranoica Aurora Rodríguez Carballeira, la mujer real que inspiró uno de los personajes centrales de esta novela. Pero que, incluso al describir estas pasiones, la poesía guía sus escritos.
Un buen texto, ya sea una novela, un artículo o una columna, debe tener algo de poesía, porque ésta te da el ritmo, la emoción, la canción, para atrapar al lector. La poesía tiene que contar historias, ya no se la concibe metida en una urna”, agregó.
La también periodista reconoció que, como a varios de sus lectores, Aurora Rodríguez, quien mató a su hija de 18 años, razón por la que estuvo internada en el manicomio de Ciempozuelos, al sur de Madrid, la ha seducido desde hace 30 años.
Es un personaje fascinante, tenía todas las condiciones para convertirse en el icono de la nueva mujer de la España republicana: era inteligente, culta, autodidacta. No rehuía la actividad pública, pero sobre todo era una enferma mental.
La enfermedad mental derriba todas esas virtudes y la convierte en una asesina. Pero esto no afecta a sus facultades intelectuales, incluso dentro de Ciempozuelos. Por eso, decidí ver a la España de los años 50 desde un manicomio”, añadió.
Los cibernautas, que pudieron preguntarle de manera directa, quisieron saber por qué no incorporó a la novela el juicio que le hicieron a la filicida. “Es interesante, porque fue un choque de trenes. Están las dos Españas en el juicio, a través de los siquiatras, el que la acusa y el que la defiende. No lo relaté porque en esta serie quiero contar 25 años de la dictadura franquista y ya voy a la mitad; entonces, el crimen y el juicio me habría desviado de mi objetivo.
Sólo hacía falta que se supiera por qué estaba en el manicomio, pero me hacía más falta contar el mundo de los años 50, cuando ella está arrumbada en una habitación, nadie le hacía caso y sólo tocaba el piano”, indicó.
La autora adelantó que, aunque tarda mucho en liberarse de sus novelas, ya está trabajando poco a poco en la sexta y última entrega de la serie. “Lo importante es cerrarla, no importa cuánto tiempo se lleve”.
Tras reconocer que El corazón helado (2007) es su mejor obra –“es la que más me ha costado escribir, porque tuve que involucrarme con secretos de la familia, me afectó, me obligó a replantearme muchas cosas”–, Grandes admitió que ha enfrentado varios bloqueos literarios.
Con Los aires difíciles (2002) me trabé durante tres meses porque no podía resolver algo, por un error de inicio, pues quería que no hubiera amor ni sexo en la historia y no fue posible”.
Y, sobre sus manías, aseguró que no escribe sus novelas hasta tenerlo todo resuelto, que la primera redacción la hace en cuadernos. “Escribo siempre por las mañanas. Y soy supersticiosa para el trabajo, no para la vida. Por ejemplo, nunca escribo el título ni la dedicatoria antes de terminar la novela”, apuntó.
PRIVILEGIADOS
Almudena Grandes está contenta porque, debido al encierro al que obliga el coronavirus, ha podido leer mucho. “Lo mejor que podemos hacer es leer esos libros que compramos hace tiempo o los clásicos que tenemos en casa”.
En su reflexión sobre la pandemia, la novelista dice que, “me emocionó mucho un eslogan italiano que decía ‘a nuestros abuelos les pidieron que fueran a la guerra, a nosotros sólo nos piden que nos quedemos en casa’.
Yo creo que debemos contextualizar muy bien lo que estamos pasando en este momento: no hay problemas de desabasto, no estamos pasando hambre. Es verdad que mucha gente está sufriendo, pero la mayoría de los confinados sólo no pueden salir a la calle”.
No debemos quejarnos demasiado, porque hay gente que ha perdido seres queridos, o que éstos están en los hospitales y no los pueden ver. Quejarnos de estar en casa es menospreciar el sufrimiento real de esa gente. Somos unos privilegiados”, finalizó la escritora.