Antes de que Álvaro Obregón (1880-1928) se uniera a la Revolución Mexicana, en 1912, fue mecánico, tornero, profesor, maestro de ceremonias y productor de garbanzo –que fue su mina de oro–, tuvo una hacienda llamada de forma irónica La Quinta Chilla y aunque los historiadores afirman que no tuvo estudios formales, tuvo talento como estratega militar, era culto, escribió algunos poemas y ensayos, y es recordado como un hombre bromista, alegre, parlanchín y dotado de una memoria prodigiosa.

Así fue Obregón, el sonorense que perdió el brazo derecho durante una persecución contra el ejército de Pancho Villa, quien pasó de ranchero a presidente entre 1920 y 1924, se convirtió en el fundador del Estado moderno mexicano y nombró a José Vasconcelos como secretario de Educación Pública, en septiembre de 1921, para llevar a cabo la famosa utopía educativa y su cruzada cultural, el mismo que es recordado por pronunciar la frase: “Aquí todos somos un poco ladrones, la diferencia es que mientras mis rivales tienen dos manos, yo sólo tengo una”.

Así lo perfilan los 12 textos del libro Álvaro Obregón. Ranchero caudillo, empresario y político, coordinado por Carlos Silva y lanzado por la editorial Cal y Arena, que incluye ensayos de historiadores y divulgadores como Javier Garciadiego Dantán, Álvaro Matute, Alejandro Rosas, Carlos Martínez Assad, Joel Álvarez de la Borda, Miguel Ángel Morales, Jean Meyer, Susana Quintanilla, Jorge F. Hernández, Yves Bernardo Solís y Pablo Serrano Álvarez y fotografías inéditas del fotógrafo Jesús H. Abitia.

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Una de éstas data de 1926, donde Obregón aparece desnudo, junto a un grupo de amigos que decidieron refrescarse en una playa de Guaymas, Sonora.

La fotografía corresponde a una serie inédita en donde Obregón está desnudo en la playa, donde se ve que llega y está en los troncos, quitándose la ropa con 13 de sus amigos que no están totalmente reconocidos. Aunque esta serie la entendemos como un documento histórico que refleja el instante en que Obregón decidió refrescarse y no bajo el tamiz del morbo”, dice a Excélsior Carlos Silva.

Otra de las virtudes de este libro “es que se conjunta, por primera vez, a los principales historiadores de México para dar su interpretación de un personaje de la Revolución Mexicana. Si bien, ya existen estos libros del Colegio de México con esta virtud, estos textos no sólo pueden ser leídos por especialistas”, detalló Silva.

Además, explica que cuando solicitó el texto a los historiadores, no se delineó un tema específico. “Simplemente diseñamos esto Álvaro Matute y yo para conmemorar su 90 aniversario luctuoso”, pero se retrasó hasta coincidir con el 140 aniversario de su nacimiento. Así que, por primera vez, se reúnen estos historiadores y dan una opinión, tocando y reflexionando sobre distintos tramos histórico del personaje, sin calificarlo como bueno o malo”.

El volumen abre con un texto de Garciadiego en el que detalla cómo se formó el ranchero y pasó a su etapa de caudillo, militar y empresario, hasta transformarse en un político y en uno de los fundadores del Estado mexicano moderno.

E incluye la revisión inédita que Jean Meyer hace al expediente médico siquiátrico de José de León Toral, asesino de Obregón, quien lo atacó en el restaurante La Bombilla de la Ciudad de México.

EL ASESINO

En el texto de Meyer, se recuerda que Toral se negó a tener defensor al momento del proceso jurídico que se le siguió, por lo que se designó a José García Gaminde y a Miguel Collado, quienes intentaron mostrar que el inculpado no era responsable del crimen, debido a que sufría de locura o demencia.

Los resultados determinaron que el acusado estaba en pleno uso de sus facultades mentales y el 8 de noviembre fue condenado a muerte, veredicto que fuera confirmado el 6 de febrero de 1929 para ser fusilado dos días después.

Su expediente médico-siquiátrico, detalla Meyer, consta de 68 páginas y en éste cuenta que es medianamente afecto a la lectura, aunque El Quijote le aburrió, y declara su afición por Julio Verne, Emilio Salgari y la Sagrada Escritura.

Habla de su gusto por la pintura, a la que define como “su vicio” y su “ideal”, y afirma que tuvo dificultades para dedicarse al arte. Trabajó como mensajero en la casa H. N. Gerber y Cía., hacia 1917 y, durante el interrogatorio, reconoció que sentía tristeza por la suerte de sus familiares, aunque no abrigaba temores ni ser víctima de alguna desgracia.

¿Cómo definiría a Obregón?, se pregunta a Silva. “Fue un personaje muy significativo para cimentar lo que con el tiempo sería el Estado moderno mexicano. Después, con Calles, se empezó su institucionalización, pero Obregón construyó esa infraestructura que abrió las puertas a los postulados básicos de la Constitución, como vivienda, salud y educación para los obreros. Este hombre delineó esos primeros pasos”.

¿Cómo explica el vínculo entre Obregón y Vasconcelos? “Obregón venía de una familia terrateniente de clase media y que él no se sumó a la Revolución en 1910, sino hasta 1912, por invitación, cuando asume la presidencia municipal de Topolobampo. No era una persona de clase baja, sino alguien culto y lector que en ocasiones escribía poesía y ensayo, pero, como escribió en sus memorias, no pensaba sumarse a la lucha porque no comulgaba con los postulados revolucionarios”.

La virtud de Obregón, concluye, fue permitirle a Vasconcelos hacer y deshacer desde la trinchera de la Secretaría de Educación Pública, donde el ministro alentó la mexicanidad en los muros de los edificios públicos (con Diego Rivera y José Clemente Orozco), las misiones culturales, un programa editorial, con la publicación masiva de los clásicos de la literatura para formar los años fundacionales de la cultura.

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