Leonard Bernstein tenía una singular fascinación por la música de Beethoven. “No hay ningún aspecto aislado en su música que nos permita afirmar que era un gran compositor”, afirmó durante una presentación televisiva junto al actor Maximiliam Schell, en 1982. “Ni sus melodías, ni sus armonías, ni su contrapunto, ni como pintor sonoro, ni su orquestación. En todo ello podemos encontrar defectos”, continuó. Para Bernstein, el secreto de Beethoven residía en la milagrosa conjunción de todo ello. “En su música cada nota es siempre la correcta. Ningún compositor (incluido Mozart) tuvo esa capacidad para que todo resulte impredecible y al mismo tiempo acertado. Eso hace que sus composiciones sean inmejorables. ¿Cómo lo lograba? Nadie lo sabe, pero se destrozó la vida tratando de alcanzar esa inevitabilidad”.

El director de la Beethoven-Haus de Bonn, Malte Boecker, recordó este famoso vídeo, el pasado domingo, mientras explicaba cómo Bernstein cambió su vida. “Con 17 años tuve la suerte de frecuentar sus reuniones musicales y asistir a todos sus conciertos en Europa”. Una década más tarde, este gestor cultural coordinó los talleres donde surgió la West-Eastern Divan Orchestra, en Weimar. “En ellos, Daniel Barenboim solía tocar con Yo-Yo Ma música para violonchelo y piano, mientras Edward Said impartía charlas intelectuales”, asegura.

Boecker siempre ha tratado de regresar a estas vivencias artísticas. Y cuando se puso al frente de la histórica institución ubicada desde 1889 en el museo de la casa natal de Beethoven, dedicada a la conservación, estudio y difusión de su legado, se propuso intensificar los conciertos. “Opté por revivir el festival de música de cámara que había fundado aquí Joseph Joachim como presidente de honor, en 1890, en torno a Beethoven”, relata. Para ello contó con una nueva presidenta, la violista Tabea Zimmermann, que sustituyó, en 2014, al director de orquesta Kurt Masur. “Y nos embarcamos en un proyecto de seis años que debía culminar, en 2020, con la conmemoración del 250º aniversario de Beethoven”, continúa Boecker.

Anuncios

Cinco ediciones del festival, bautizado como Beethoven-Woche, se diseñaron en torno al bicentenario de alguna composición de Beethoven, desde la Sonatas para violonchelo y piano op. 102, en 2015, hasta las Variaciones Diabelli op. 120, en 2019. “Fue una forma de ir desde Beethoven hacia otros compositores, pero también de hacer nueva música para comprender a Beethoven”, asegura Zimmermann (que ha trabajado estrechamente todos estos años con Luis Gago en el diseño de la programación y la selección de los artistas). Esta sexta edición plantea, en cambio, un fascinante itinerario por toda la música de cámara de Beethoven, desde los tres Tríos con piano op. 1 al Cuarteto de cuerda op. 135. Un alfa y omega beethoveniano que no se agrupa cronológicamente o por géneros, como la sonata a dúo, el trío con piano o el cuarteto de cuerda. El viaje se plantea, curiosamente, por nexos temáticos que agrupan toda la producción camerística en cuatro bloques de cuatro conciertos con entidad propia. Cada uno se convierte en toda una experiencia, al alternar varias formaciones dentro de una misma velada.

Buen ejemplo de ello fue el concierto que anteayer cerró el primer bloque con la Gran Fuga op. 133 en su ubicación original, es decir, como finale del Cuarteto de cuerda op. 130. Una versión deslumbrante del Cuarteto Belcea, cuyos integrantes recibieron la cálida felicitación sobre el escenario del trío formado por la violinista Isabelle Faust, el violonchelista Jean-Guihen Queyras y el pianista Alexander Melnikov, que habían actuado en la primera parte. En este festival de Bonn, no solo las obras de Beethoven dialogan entre sí, sino que los músicos de diferentes formaciones se escuchan unos a otros. Y cada velada termina, a menudo, con entrañables encuentros entre grandes solistas y conjuntos de cámara llenos de anécdotas, sencillez y mucho calor humano. Pero la versión de la Gran Fuga del cuarteto de la violinista Corina Belcea también confirmó las palabras de un octogenario Stravinski, que la veía como una obra musical “eternamente contemporánea”.

Este año el nexo de Beethoven con la música de creación actual llegará en el concierto de clausura, el próximo 9 de febrero, con el estreno de un sexteto de Olli Mustonen. Pero el festival se abrió, el pasado viernes, 17 de enero, con otra ventana a la actualidad de Beethoven: una charla del clarinetista y compositor Jörg Widmann que trazó un apasionado relato de su relación con el compositor de Bonn. Widmann lo trata, al igual que Bernstein, de compositor a compositor, aunque también abundó en su faceta como intérprete que se familiarizó con su música tocando el Trío para piano, clarinete y violonchelo op. 11. Y ambos coinciden en subrayar esa capacidad de Beethoven para sorprendernos e ir contra lo que uno espera, que Widmann ilustró con elocuentes ejemplos al piano.

Esa insólita modernidad de Beethoven también asomó en el concierto inaugural. Se celebró, excepcionalmente, en el salón de actos de la Bundeskunsthalle, el museo federal que acoge la principal exposición relacionada con el 250º aniversario de Beethoven, con una acústica poco idónea para la música de cámara. Tres obras con tres formaciones diferentes, pero también tres comienzos beethovenianos. Se abrió, tras los discursos protocolarios, con la obra que inaugura el catálogo con número de opus de Beethoven: el Trío con piano op. 1, núm. 1, de 1785. Y el arranque de Faust, Queyras y Melnikov sonó a fogueo en el “cohete de Mannheim” que abre la obra, a pesar del curioso atractivo de algunos adornos improvisados en las repeticiones. La interpretación subió mucho en el adagio cantabile, con ese episodio donde Beethoven nos sorprende llevando su discurso hasta la oscuridad de un fa menor; fue el primero de los muchos momentos mágicos escuchados estos días en Bonn.

En la segunda parte sonó el primero de los Cuartetos “Razumovsky”, de 1806. Una obra que inaugura ese afán beethoveniano de iniciar una lenta demolición del estilo clásico, aunque a los integrantes del Cuarteto Belcea les fallaron los planos para construir una versión verdaderamente personal e interesante de la obra. Lo mejor del primer día fue, sin duda, el Trío de cuerda op. 9 núm. 1, donde Beethoven ya se postula como gran cuartetista. Queyras se desdobló aquí para compartir la obra con dos antiguos compañeros del Cuarteto Arcanto: el violinista Daniel Sepec y la referida directora artística del festival, la violista Tabea Zimmermann. Y los tres acertaron con la dosis ideal de pólvora para mantener viva la chispa de esta música, sin excesos ni carencias.

El segundo concierto regresó a la sede del festival, la Sala de música de cámara de la Beethoven-Haus ubicada en la misma calle Bonngasse. Un moderno anfiteatro semiovalado de tradición clásica que cuenta con unas doscientas butacas y una acústica admirable. Abrió fuego, el sábado, 18 de enero, el joven Cuarteto Novus con otro programa admirablemente concebido. Tres composiciones consecutivas en su número de opus, escritas entre 1810 y 1812 y dedicadas a amigos y mecenas: el Cuarteto “Serioso” op. 95, la Sonata para violín núm. 10 op. 96 y el Trío con piano “Archiduque” op. 97. Un programa donde Beethoven sigue innovando, aunque donde sus dificultades auditivas para tocar el piano, le invitasen a cerrar sus catálogos de sonatas violinísticas y tríos en favor del cuarteto de cuerda. Los coreanos del Novus tocaron una versión técnicamente admirable e intensa de ese periplo de fa menor a fa mayor, que es el opus 95, pero sin conseguir que el fuego crepitase detrás de las notas. Todo cambió con Faust y Melnikov buscando los extremos en la fluidez dinámica y el manejo del tempo de la Décima sonata para violín. Y mejoró con la incorporación de Queyras en el Trío “Archiduque” que niveló idealmente la balanza.

Pero los dos mejores conciertos de este primer bloque de la Beethoven-Woche fueron los dos últimos. El domingo 19 asistimos a un mano a mano de sonatas para violín y para violonchelo de Faust y Queyras con Melnikov omnipresente al piano. Bajo el denominador común de los inicios, sonaron las sonatas que abren sendos catálogos para violín y violonchelo del compositor: opus 12 núm. 1 y op. 5 núm. 1. Pero también se señaló el camino venidero. Esto último fue más evidente en la Sonata para violonchelo op. 69, gracias a la exquisita naturalidad de Queyras y con Melnikov tensando la música e iluminando todos los recovecos. Pero tampoco se quedó atrás la flexibilidad de Faust, cuya química con el pianista elevó la Sonata op. 30 núm. 1. Curiosamente, los tres juntos brindaron la única propina posible para no salirse del guion del ciclo: el larghetto del arreglo para trío con piano que hizo el propio Beethoven de su Segunda sinfonía.

Para terminar, el cuarto concierto rebuscó en los extremos para cerrar el primer bloque del festival. Muy presentes ya en las Variaciones “Kakadu”, para trío con piano, con esa dramática introducción en sol menor que seguida por un tema que, en manos de Faust, Queyras y Melnikov casi sonó como un guiño de Beethoven a los Monty Python. Pero, tras un impresionante Trío con piano op. 70 núm. 2, que fue lo mejor de los cuatro días de este conjunto de tres insignes solistas, regresó el Cuarteto Belcea. Salieron en la segunda parte para quitarse la espina del primer concierto y ofrecieron una versión deslumbrante del Cuarteto op. 130 con la Gran Fuga como movimiento final. Una interpretación que respondió idealmente a lo escrito por Chris Walton en el fundamental libro-programa de todo el ciclo. Y pudimos experimentar cómo Beethoven se adelantó, movimiento por movimiento, a los próximos 150 años de música con ecos de Schumann, Shostakóvich, Cage y hasta del Nimrod de Elgar en la bellísima cavatina. Pero la Gran Fuga volvió a ser lo más impresionante y hasta desconcertante; una composición que te atrapa y te persigue en las noches de insomnio.

Queda mucho todavía por escuchar en este festival de Bonn. Con una segunda parte centrada en la dimensión de los cuartetos y las sonatas a dúo, la tercera vinculada a los instrumentos de época y la cuarta a los instrumentos de viento. Pero el extraordinario nivel de esta primera etapa confirma que estamos ante uno de los principales eventos musicales de este año del 250º aniversario de Beethoven. Y que tendrá eco desde hoy dentro del ciclo Beethoven: el cambio permanente, de la Fundación Juan March, que comparte sus tres primeros conciertos con el festival de la Beethoven-Haus. Por su parte, la institución cultural alemana también encontrará un hueco para homenajear a Leonard Bernstein como beethoveniano. Una exposición, entre junio y octubre, con un título que reproduce la divertida anécdota del propio Bernstein en Bonn, cuando firmó como “L. B., aunque por desgracia sin van”.

Publicidad