Para entender la historia del arte contemporáneo es imprescindible la figura de Pablo Ruiz Picasso, uno de los pintores que más influyeron en la vanguardia pictórica, pero quizás uno de los creadores que a su vez más su nutrió de los grandes clásicos, que emuló, incluso como copista, los pinceles de Diego Velázquez o El Greco.

A partir de ahora, el Museo del Prado expondrá de forma permanente una obra del pintor malagueño, el retrato Busto de mujer, pieza creada en plena Segunda Guerra Mundial y en la que se entiende, al mismo tiempo, el vigor de la tradición y el clasicismo del espíritu de los movimientos rupturistas del siglo XX.

Hasta ahora, en el Museo del Prado había una regla no escrita, pero que al mismo tiempo romperla era algo parecido a un sacrilegio: no colgar de sus paredes obras posteriores al siglo XIX. Se ha hecho en algunas ocasiones, pero de forma temporal y para explicar de alguna forma la influencia de los grandes genios de la pinacoteca madrileña en la obra de artistas posteriores como el propio Picasso, Francis Bacon, Lucian Freud o Alberto Giacometti.

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La pieza elegida por el Museo del Prado es Busto de mujer, obra creada en 1943 en su estudio de París y que fue donada de forma temporal –hasta cinco años– por la fundación American Friends of the Prado Museum. El cuadro es una muestra de la respuesta de Picasso a la violencia de la Segunda Guerra Mundial. En muchas de las imágenes femeninas pintadas en ese periodo el artista deformó los rasgos de las figuras de un modo radical.

Picasso pintó el lienzo en un solo día en el estudio de su casa en la calle parisina des Grands-Augustine. Definió la figura con trazos rápidos y muy seguros que, más gruesos en el torso, se afinan y adquieren una nitidez luminosa en el rostro.

En cuanto al color, empleó con sutileza pigmentos muy diluidos que dejan ver la preparación blanca: sólo hay empastes marcados en el broche y en los ojos, donde resalta la discordancia cubista de su doble colocación, de perfil y de frente. La resonancia de los tonos grises en el fondo y la rotunda presencia de la mujer, tocada con mantilla, revelan los ecos de gusto por lo español, más patente aquí que en otras obras de motivo similar. Como la deformación expresiva, son rasgos característicos de Picasso y también de algunos maestros de la tradición pictórica española a la que el artista se sintió siempre vinculado, como El Greco o Velázquez.

Por eso se decidió que se colgaría en la sala 9B, junto a los retratos de El Greco y junto a El bufón Calabacillas, de Velázquez, para resaltar esa fuerte influencia que la pintura española clásica tuvo en el pintor malagueño. Y para recordar que Picasso participó activamente en la recuperación del maestro cretense, interpretado por los artistas de vanguardia, como el padre del arte moderno y, cuando apenas había cumplido 15 años, plasmó una copia de El bufón Calabacillas en lápiz de plomo en el cuaderno que le acompañó durante su primera visita al Prado.

También es una forma de recordar tanto la propia formación clásica de Picasso como su historia personal en la pinacoteca madrileña, a la que acudió siendo un joven en proceso de formación para hacer labores de copista, como parte de este proceso educativo. Centró parte de su trabajo en Velázquez y en El Greco. Además, se rememora que una vez que estalló la Guerra Civil española (1936-1939), Picasso fue nombrado por el entonces presidente de la II República, Manuel Azaña, como director del museo, cargo que nunca pudo tomar posesión por el encontronazo bélico.

No se abre la puerta para reclamaciones: Falomir

La exposición del cuadro Busto de mujer no abre una nueva etapa de reclamaciones por otras piezas de este autor, declaró el director del recinto Miguel Falomir,

“Se ha hablado mucho de si esto es un plan o una estrategia para traer el Guernica, y ya he dicho mil veces que está maravillosamente bien en el Reina Sofía. Está donde tiene que estar y no hay, ni habrá, ninguna reclamación”, ha señalado Falomir durante la presentación del cuadro, donado a American Friends of the Prado Museum gracias a la generosidad de Aramont Art Collection.

Falomir ha defendido la aceptación de esta donación, que “no es capricho ni ocurrencia”, sino una “decisión históricamente irreprochable” debido a la influencia del Prado en Picasso.

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