Juana Elizabeth Castro López

Buena parte de la amargura que pesa sobre una persona proviene de la costumbre de compararse con otros y descubrir en ellos aquello de lo que ella carece. Este sería un buen ejercicio introspectivo, si supiéramos manejar nuestras emociones. Entonces, sería de ayuda y no causaría tanta aflicción, pues, como el Espíritu de la Palabra afirma: “El hierro se afila con el hierro, y el hombre en el trato con el hombre” (Proverbios). En este sentido encontramos, en las Escrituras, la historia de vida de Ana (1 Samuel), una mujer con el poder de capitalizar a su favor el desgaste de emociones y sentimientos que causa el compararse con otros.  

Ana vivió en un tiempo temprano de la revelación divina. Ella y Penina eran esposas de Elcana. Y, aunque su esposo mostraba preferencia por ella, aun así, Ana estaba muy agobiada y vivía atormentada; porque, Penina, que tenía varios hijos, la afrentaba, ya que, Ana quería tener hijos, pero era estéril y tan sólo con mirar a Penina, ésta le recordaba su infertilidad. 

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Hoy, gracias a Jesucristo, podemos tener un entendimiento más claro de la revelación divina en la Palabra de Dios. Es por esto que, no se debe ver a Penina como una rival, pues,  la revelación actualizada por el Hijo de Dios dice que se debe amar al prójimo como a nosotros mismos. Antes bien, enfoquemos algunas de las verdades subyacentes en la historia de Ana, su lección de vida  y su aprendizaje.

Ana frente a Penina. El prójimo es como un espejo en el que podemos vernos reflejados tal cual somos y percatarnos de lo que hay que arreglar en nosotros. En ocasiones esto es posible pero cuando no, da lugar a una vida angustiada. Porque, causa frustración. Pero, también puede llevar a buscar al Ayudador.  Esto es lo que hizo Ana.

Ana frente a su Ayudador. Ella buscó el rostro de Dios, quiso reflejarse en él, porque es el único que nos hace vernos tal cual somos, sin sentir amargura sino liberación. Su Espíritu te convence de pecado, pero para traer liberación. Eso no lo puede hacer Penina. Esta sólo nos ayuda a ver nuestras carencias.

Las reflexiones de Ana ante Penina la agobiaban. Pero, cuando buscó reflejarse en Dios. El Espíritu de Dios guio su oración. Bajo esta tutoría divina, ella prometió a Dios que si le concedía un hijo se lo entregaría para toda su vida.

Al analizar los significados de la palabra “reflexión”  hallamos una joya espiritual, ya que, en esas definiciones el papel de la luz es preponderante. Por ejemplo, la reflexión producto del pensamiento, no puede darse en ausencia de la lucidez mental. Así mismo, la reflexión o reflejo en las superficies, no puede ser en ausencia de la luz; porque todo lo que el ojo capta es luz reflejada por los objetos que nos rodean. Si no hay luz, no podemos vernos. Ahora bien, en los primeros versículos de Génesis se lee: “dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz.” Esta luz del primer día no es la del sol,  porque este astro o lumbrera mayor lo hizo Dios hasta el cuarto día.

Así, en el libro de Génesis, queda claro que Dios emitió su Palabra activa (Verbo). Y es interesante el testimonio que Juan,  discípulo  de Jesús, da acerca del Maestro cuando dice: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios. Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella… Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo”. Juan afirma que Jesús es la encarnación de esa luz verdadera.

En este orden de ideas, Penina no pudo reflejar para Ana sus carencias en ausencia de esta luz. Si lo hizo, es porque esta luz verdadera lo permitió, para meter a Ana en un proceso en el que ella aprendiera a manejar sus emociones y fuera capaz de diagnosticarlas en los demás, de una manera sobrenatural por el poder del  Espíritu. 

Dios sanó la esterilidad de Ana, ella tuvo un hijo y lo entregó a Dios. Un fragmento de la hermosa oración de gratitud que ella eleva a Dios dice: “«Mi corazón se alegra en el SEÑOR; en él radica mi poder… los que antes sufrían hambre ahora viven saciados. La estéril ha dado a luz siete veces, pero la que tenía muchos hijos languidece” (1 Samuel). En esta oración, Ana hace conciencia que Dios es la raíz de su poder y la vemos en pleno dominio de sus emociones y diagnosticando el estado emocional de Penina (que languidece). 

El hijo prometido de Ana se llamó Samuel y fue el primer gran profeta después de Moisés. Posteriormente, Dios dio a Ana 5 hijos.    

Conclusión:

En la historia de vida de Ana la lección es dura y amarga, sin embargo, el aprendizaje es dulce, deja paz, felicidad y victoria. Pero lo más importante, el Espíritu Santo no sólo la capacitó  para conocer y discernir sus emociones y sentimientos propios sino también los  ajenos, dándole así las primicias del don de consejo. Y aún más, pues en el último verso del Cántico de Ana, ella, por primera vez en las Escrituras, profetiza sobre el  Ungido de Dios (1 Samuel).   

Penina es nuestro prójimo, que sirve como un espejo para mostrarnos nuestra realidad. Y, como tal,  es cruel; sobre todo cuando no andamos bien (presentables). Pero, es nada sin la luz verdadera que le permite hacer su tarea de reflejar. 

Si Dios le permite a nuestro prójimo incomodarnos es siempre con una finalidad didáctica, de enseñanza-aprendizaje. También nosotros somos el prójimo de Penina y, por tanto, el don de Dios nos capacita para discernir sus actitudes y, con sabiduría de lo alto, hasta aconsejarla. Aún sin palabras sino usando, en el poder del Espíritu, aquello que Penina sabe que carece, porque lo ve en nosotros. Empezando así, gracias al don divino, un proceso que bendice y nos bendice.

 juanaeli.cstrol2@gmail.com

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