Juana Elizabeth Castro López

Cuando estás ante una puerta angosta y requieres entrar por ella te cercioras si vas a  caber ahí. Es decir, te mides ante esa puerta. En cambio, frente a la puerta ancha no hay reflexión, ni siquiera te paras a pensar si vas o no a caber. Simplemente entras, sin poner atención a tus medidas.

Pues bien, entre las muchas enseñanzas del Maestro, encontramos la siguiente: “Pasaba Jesús por ciudades y aldeas, enseñando, y encaminándose a Jerusalén. Y alguien le dijo: Señor, ¿son pocos los que se salvan? Y él les dijo: Esforzaos a entrar por la puerta angosta; porque os digo que muchos procurarán entrar, y no podrán” (Lucas 13:22-24). Ante este consejo la pregunta surge de manera natural: ¿Y, cuál es la puerta angosta? A juzgar por la pregunta que alguien le hace, Jesús, se está refiriendo a la puerta que conduce a la vida eterna y salva de la muerte eterna. Ahora bien, la vida eterna no se refiere a la resurrección en el día postrero, esto queda claro cuando Jesús le dice a Martha que su hermano Lázaro, que tiene cuatro días de haber fallecido, resucitará. A lo cual ella le responde: “Yo sé que resucitará en la resurrección, en el día postrero. Le dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?” (Juan 11:24-26). Lázaro resucitó.

“Esforzaos a entrar por la puerta angosta”. La palabra esfuerzo proviene del vocablo griego que corresponde al verbo agonizar. Es decir, el esfuerzo conlleva un empleo enérgico del vigor o actividad del ánimo para conseguir algo venciendo dificultades; aún a costa de gastar toda la energía, en dicho empeño. Esta misma palabra aparece cuando Jesús ora antes de su aprehensión en el monte de los Olivos, específicamente en el huerto de Getsemaní localizado en el Monte de los Olivos: “Y estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra” (Lucas 22:44). 

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Una persona gordita no puede entrar por una puerta angosta. En lo espiritual es muy semejante. Hay obesidad espiritual en quienes alimentan los deseos de la carne.  Para entrar por esa puerta angosta que lleva a la salvación hay que deshacerse de kilos de soberbia, de desobediencia a la voluntad de Dios, de idolatría, de vicios,  sensualidad, lujuria e impurezas entre otras muchas cosas que provocan gordura espiritual y que tienen que ver con ser condescendientes con los deseos de la carne.

“Muchos procurarán entrar y no podrán”. No basta ser oidores de la Palabra de Dios. La única manera de perder peso, es poner sus enseñanzas en acción, practicarlas en medio de la rutina diaria. Intentarlo no es suficiente, hay que perseverar. La estatura perfecta para caber en dicha puerta angosta es la de Jesucristo. Por eso Juan el discípulo del Maestro dice, refiriéndose a Jesús: “El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo” (1Juan 2:6). 

Por otra parte, Jesús nos bautiza en el Espíritu Santo; así que, por la operación de su poder, podemos esforzarnos, de ahí que el apóstol Pablo diga: “Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio” (2Timoteo 1:7)

Finalmente, cuando la oportunidad termine y la puerta se cierre. Los que nos creemos de Cristo, pero no hemos querido sacrificar los apetitos carnales, nos quedaremos afuera por exceso de carnalidad. Y, aunque  le argumentemos: “Delante de ti hemos comido y bebido, y en nuestras plazas enseñaste…”,  Él responderá: Os digo que no sé de dónde sois; apartaos de mí todos vosotros, hacedores de maldad” (Lucas 13:26,27). 

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