Cuarta entrega

 

Simples versos de amor

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El sonido trece, a decir de los especialistas, fue lo que encontró el músico potosino Julián Carrillo, a la distancia de un dieciseisavo de tono entre las notas sol y la, de la cuarta cuerda del violín, rompiendo el ciclo clásico de los doce sonidos existentes. En una investigación de más de veinte años, desarrolló, a partir de ese descubrimiento, la teoría del sonido trece. El primer concierto con este sonido, se presentó en la ciudad de México en 1925, dándole a Carrillo, prestigio y reconocimiento internacional. También sé que fue grabado en una película mexicana sobre la Virgen de Guadalupe, aplicándolo en el momento en que ésta se le aparece a Juan Diego. Entiendo que por lo raro de dicho sonido, lo utilizaron en la toma relativa a la extraordinaria y sobrenatural Aparición de la Patrona de México.

Sobre este tema, un director de orquesta me dijo que para incorporar el nuevo sonido a la música, necesitaríamos construir instrumentos ajustados a este sistema musical de trece sonidos, desechando todos los existentes, lo que provocaría pérdidas millonarias a nivel mundial.

Desde que aprendí a tocar la guitarra, supe que tenía facilidad para componer canciones. A veces, caminando por las calles de la ciudad o en el silencio de la noche, surgida de la nada, empezaba a tararear la línea melódica de una canción, o el verso inicial de la misma; corría a anotar las notas y los versos, para luego, poco a poco, desarrollar el tema completo. Eran canciones juveniles de amor o desamor, principalmente boleros y baladas que surgían de la inspiración que me llegaba por épocas.

Precisamente, el hecho de ser una persona que necesitaba crear e innovar, me orilló a separarme del grupo musical. Terminé aburriéndome, debido a que los demás integrantes preferían copiar las canciones de moda al cien por ciento, sin aportarles nada novedoso.

Ya lejos del grupo, cuando alcancé las treinta canciones propias y las di a conocer, un escritor amigo, llegó a decir que eran canciones difíciles de colocar en el gusto de la gente y que más bien le parecían poesía simple, y en verdad, me lo señalaron también en algunas editoras.

Al escribir las canciones, a veces no encontraba palabras para expresar lo que quería, por lo que recurrí a textos de poetas. En cierta ocasión, después de un mes buscando, encontré una referencia sobre el egocentrismo femenino en un poema del estadounidense Conrad Aiken, la cual me dio el elemento que me faltaba para concluir una canción.

Desde niño me convertí en un ávido lector de poemas. En la escuela primaria, cuando me entregaban los libros, revisaba primero los de Lengua Nacional, ya que contenían los cuentos y poemas, que atraían mi atención. A estos libros y a los de Historia, les concedía la mayor parte de mi tiempo de estudio.

Sin embargo, mi gusto por la poesía era raramente satisfecho debido a dos problemas: casi no llegaban libros a mis manos y, por otro lado, en las bibliotecas hallaba pocos textos sobre el tema.

La poesía nos regala emociones inesperadas y nos lleva a tiempos y lugares desconocidos. Contiene la palabra de personas de diferentes épocas y modos de pensar. Pero considero que no existen mecanismos suficientes para difundirla con amplitud. No hay muchos libros de poesías en el mercado literario; pareciera que son objetos de culto, inaccesibles, o que están destinados a espíritus privilegiados y mentes selectas. Necesitamos encontrar mejores instrumentos para llevarlas a un público mayor.

Puedo decir que me gustan las poesías, como me gustan las flores o las mujeres. Sin embargo, no suelo memorizar poesía. Prefiero disfrutarlas plenamente, dejarlas un tiempo y después encontrármelas de nuevo con la misma emoción, como si nunca las hubiese tenido en mis manos o como si jamás mis ojos las hubieran mirado.

Mi autor predilecto es Pablo Neruda, el enorme chileno que cuando escribe abraza nuestra alma. Es como si leyera en lo más profundo de nosotros, para transmitir después con su palabra lo que no sabemos expresar. Cuando leí su Poema Veinte, Puedo escribir los versos más tristes esta noche, que escribió en 1924, tocó algunas de mis fibras más sensibles. Pocos autores han llegado a provocarme lo mismo. En un caso parecido, la lectura de La Odisea, el poema épico de Homero, ha ejercido en mí una gran fascinación desde los tiempos de la preparatoria, y con cierta frecuencia regreso a sus páginas.

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