Cuando en 1991 diversos medios buscaban información referente a los eclipses solares, pues los mexicanos serían testigos de uno el 11 de julio de ese año, el astrofísico Jesús Galindo Trejo reparó en un dato curioso: un evento igual sumergió a buena parte de la antigua Mesoamérica en la oscuridad, el 21 de abril de 1325, año que coincide con la fundación de México-Tenochtitlan, en la fecha 2-Calli, asentada en fuentes históricas como la Crónica Mexicáyotl y en piezas arqueológicas, entre ellas, el monolito conocido como Teocalli de la Guerra Sagrada.

El investigador de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) mencionó lo anterior al arqueólogo Eduardo Matos Moctezuma, quien dirigió las excavaciones que hicieron resurgir el Templo Mayor de la antigua ciudad. Los dos académicos han manifestado que ese eclipse total debió impactar profundamente a los pueblos mesoamericanos que lo observaron, en particular a los mexicas, cuya deidad principal Huitzilopochtli, era solar.

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Ambos científicos han mencionado que el eclipse de Sol de 1325, pudo ser interpretado por el todavía pueblo errante como la señal dada por su dios tutelar para asentarse. De esto habló ampliamente Jesús Galindo en el conversatorio virtual “La fundación de Tenochtitlan”, transmitido por el canal INAH TV en YouTube, como parte del Tercer Coloquio sobre la Visión Antropológica de la Conquista, y en el marco de la campaña “Contigo en la distancia”, de la Secretaría de Cultura del Gobierno de México.

En un diálogo con el etnohistoriador del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), Eduardo Corona Sánchez, quien también abordó el tema desde la mitología del pueblo mexica; el investigador del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM abundó en los cálculos arqueoastronómicos que le han llevado a proponer el 17 de mayo de 1325, como fecha tentativa de la fundación de la capital tenochca.

Explicó que, conforme el calendario moderno, quienes se encontraban el 21 de abril de 1325 en el espacio que hoy ocupa el Centro Histórico de la Ciudad de México, atestiguaron el “ocultamiento” del Sol en 99.6%, quedando solo un ínfimo “arquito de luz”.

Esa franja de totalidad, que debió abarcar una anchura de 188 km (penetrando por el occidente y saliendo hacia el norte del Golfo de México) y causar una oscuridad casi total de por lo menos cuatro minutos, “debió ser suficiente para que la sensación de oscuridad, de noche, llegara. Ese aviso visual, ambiental, debió ser terrible y a la vez determinante para considerar ese lugar como sagrado y viable para fundar su urbe”.

Otro aspecto importante, dijo Galindo, son los efectos lumínicos que se originan al colarse la luz solar por las montañas de la Luna, justo antes del eclipse total, y que en la superficie terrestre se manifiestan como ondas de luz y sombra que se mueven a gran velocidad; asimismo, ya en el momento de la totalidad, alrededor del satélite se puede observar la cromósfera, una capa delgada de la atmósfera del Sol que da lugar a destellos rojos.

Quizás, estos fenómenos ópticos estarían interpretados en las crónicas dedicadas a la fundación de Tenochtitlan, las cuales señalan que en el lago donde se encontró al águila (señal divina para su establecimiento), apareció un juego de colores rojo, azul, blanco y amarillo, que corresponden a los cuatro rumbos del nahui ollin, “cuatro movimiento”, nombre calendárico del Sol, el cual aparece representado en el monumento conocido como Teocalli de la Guerra Sagrada.

Otro efecto visual fue el observado alrededor de todo el horizonte a la redonda, a modo de un resplandor brillante, como de un amanecer, provocado por la luz solar fuera de la sombra proyectada por la Luna.

La cuestión, anotó el especialista, es cuánto tiempo debió pasar entre ese evento astronómico y la instauración del Templo Mayor, la pirámide doble que remataba con los adoratorios a las deidades principales de los mexicas, uno dedicado a Tláloc, representando el agua y la fertilidad, y otro, a Huitzilopochtli, símbolo del Sol y de la guerra. En realidad, la instauración de este edificio marcaría la fundación de México-Tenochtitlan, sostuvo.

Nuevamente, el Teocalli de la Guerra Sagrada da algunas pistas. Las representaciones talladas en el monolito, hacen alusión al sistema calendárico mesoamericano regido por dos cuentas: una, basada en el movimiento aparente del Sol (de 365 días), y otra, de carácter ritual de 260 días, organizada en veinte trecenas. Ambas cuentas partían simultáneamente cada 52 años (para el de 365 días) o cada 73 (en el caso del calendario adivinatorio).

“Después de tres décadas de estar dedicado a la arqueoastronomía, me he dado cuenta de que, tal vez, la manera mesoamericana de elegir trazas urbanas y orientaciones de templos grandes, tiene que ver con el número 13 y sus distintos múltiplos”.

A partir de la fecha del eclipse solar observable en Tenochtitlan, Jesús Galindo dividió el año en múltiplos de 13 días, resultando 28 fechas. Tomando como punto de observación el propio Museo del Templo Mayor y su horizonte, pudo determinar que la segunda trecena (a partir del 21 de abril), es decir pasados 26 días, se dio el primer paso cenital del Sol sobre la ciudad.

Este fenómeno fue identificado por la antropóloga Zelia Nuttall, hace más de 100 años, al citar el pasaje de la conquista, cuando Pedro de Alvarado perpetró la Matanza de Tóxcatl, en mayo de 1520. Este personaje describe que antes de ese acontecimiento observó que los mexicas clavaban unos palos en el suelo, lo cual hubiera permitido ver el paso cenital al no proyectarse sombra al mediodía.

Considerando que, como muchos pueblos mesoamericanos, el mexica registraba el paso cenital, “propongo que el primer día en el que ocurrió este evento, a partir del citado eclipse solar, se determinó la fundación de México-Tenochtitlan, correspondiendo esto al 17 de mayo de 1325”, concluyó el arqueoastrónomo, al anotar que si bien no existen verdades absolutas, lo anterior no deja de ser una propuesta, pero basada en una serie de elementos arqueológicos, históricos y astronómicos.

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