Por Juana Elizabeth Castro López

Puedes creer en cualquier cosa, lo importante es aferrarte a algo para sobrevivir: puedes tener fe en ti mismo, en algún amuleto, en un ritual, en los colores, en la vida, en la muerte, en las imágenes y, ahí, entre el montón y por si las dudas, también puedes creer en Dios. Poniendo todos los otros objetos de fe a nivel divino. Esta forma de fe, que raya en el politeísmo,  es la más común en el mundo y, de frente a las adversidades, suele ser inestable. Contrario a esta -y precisamente en  situación de gran desafío- surge el máximo paradigma de lo que significa tener fe auténtica, así lo testifican los textos neotestamentarios de la cristiandad; en donde, también, encontramos las dos formas en que el mundo reacciona ante este monumental arquetipo. 

Fe autentica sólo hay una. Creer en muchas cosas a la vez es como  tomar muchos caminos para llegar a la Verdad sabiendo que sólo existe un Camino y que, por lo tanto,  todos los demás no llevan a ningún lado; es una pérdida de tiempo. En medio de las dificultades, cuando los problemas llueven y ahogan, el sincretismo es peligroso, porque Dios es muy claro al respecto cuando dice: “Yo soy el SEÑOR, ése es mi nombre; mi gloria a otro no daré, ni mi alabanza a imágenes talladas” (Isaías). Por esto Dios se desentiende del que pone la fe en muchas cosas, incluyéndolo a Él entre el montón. Porque, cuando recibe la bendición de Él, corre a agradecerle a los otros, cuando el único que merece la honra es Él. 

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De acuerdo con lo anterior, el salmista dice: Nuestro Dios está en los cielos; todo lo que quiso ha hecho.  Los ídolos… son…obra de manos de hombres. Tienen boca, mas no hablan; tienen ojos, mas no ven;  orejas tienen, mas no oyen; tienen narices, mas no huelen; manos tienen, mas no palpan; tienen pies, mas no andan…. Semejantes a ellos son los que los hacen, y cualquiera que confía en ellos” (Salmos). Y, el profeta Isaías dice: “…pero los que confían en el SEÑOR renovarán sus fuerzas; volarán como las águilas: correrán y no se fatigarán, caminarán y no se cansarán…”. Porque, como dice el autor de la carta a los Hebreos, tener fe en Dios “…es tener la plena seguridad de lo que se espera; es estar convencidos de la realidad de cosas que no vemos”. Esto equivale a tener la certeza de que el sol saldrá aunque, por el momento, el cielo esté negro.

En tiempos difíciles, tener fe deja de ser presunción; porque las crisis prueban la fe y sólo la verdadera prevalece. El ejemplo monumental de fe verdadera lo encontramos en Jesús, basta mirarlo: Jesús carga la cruz en la que será clavado. Su cuerpo está flagelado, golpeado, ensangrentado y revolcado; pero su fe está completa. Ha sido clavado y mil dolores invaden todo su cuerpo, está falleciente, pero su fe está intacta y poderosa. Humillado, no maldice ni hay desanimo ni duda. Él tiene la certeza de que, consumada su misión, los dolores cesarán y en medio de los negros nubarrones, el sol de la gloria divina brillará sobre él con una luz más poderosa que la de todos los soles del universo juntos. Pronto estará con su Padre. 

A los lados de Jesucristo había dos ladrones, ejemplo de las dos formas en que el mundo reacciona ante la Verdad; ambos caminaron con él hacia el Gólgota, conocían a Jesús y sabían que era inocente. Uno de los malhechores que estaban colgados le injuriaba, diciendo: Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros. Respondiendo el otro, le reprendió, diciendo: ¿Ni aun temes tú a Dios, estando en la misma condenación? Nosotros, a la verdad, justamente padecemos, porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos; mas éste ningún mal hizo. Y dijo a Jesús: Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino. Y, Jesús, desfalleciente en su cuerpo,  pero con su fe íntegra, le entregó la más hermosa palabra que un condenado a muerte ha recibido: De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lucas). 

Allí, colgando de su propia cruz, el ladrón fue consolado, exhortado y edificado por la poderosa Palabra de Dios (Jesucristo), quien en la cruz se convirtió en el Redentor del mundo. El delincuente, ya redimido por el sacrificio consumado de Jesús, le ha creído y le ha podido reconocer como Rey, a pesar de que “no hay parecer en él, ni hermosura”, ya que, está revolcado como “raíz de tierra seca” y todo él  es una costra de barro y sangre. (Isaías)

Este ladrón  vivió en delito y tinieblas, pero, la luz de Jesús iluminó su oscuridad y ahora que sus ojos se cerrarán es cuando más claro ve: todo en lo que antes había puesto su fe es basura. Sólo la gran piedad de Dios lo había sustentado y él apenas ahora se entera. Y, esa misma misericordia ahora lo alcanza en el más oscuro día de su vida, para iluminarlo y darle vida eterna. Aunque la luz de la verdad, que es Jesucristo, brilló ante los dos hombres; lamentablemente, el otro ladrón decidió no creer en la Verdad y prefirió morir sin fe y sin esperanza, aferrado a su equivocación, a sus creencias vanas y engañosas.

Las dificultades pueden haber oscurecido terriblemente tu vida, pero si crees en Dios, entonces tienes la fe de Cristo, una fe probada y aprobada; pues, Jesucristo vive y si él vive, esto es garantía de que también vivirás. Jesús se mantuvo firme en medio de cruel adversidad y finalmente resucitó glorificado y todo poder le fue dado en el cielo y en la tierra. Por esto, tenemos la certeza de que,  aunque tus ojos vean un cielo negro, Dios te bendecirá y te guardará; hará resplandecer su rostro sobre ti, y tendrá de ti misericordia; el Señor alzará sobre ti su rostro y pondrá en ti paz (Números).

juanaeli.castrol2@gmail.com

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