Quién sabe si sea por las lluvias o por puro ímpetu monopólico depredador, pero el caso es que de un tiempo para acá ha proliferado por todo el territorio una especie denominada Oxxo, que los expertos clasifican como tiendas de conveniencia o de proximidad, género millenial al que no pertenecen por supuesto las tienditas, que vienen desde el siglo XIX y van desde la miscelánea hasta los abarrotes vinos y licores, cuyo género, más endémico y más atávico, es ―estén donde estén― siempre el de la esquina.

El éxito de los oxxos radica en que son todos iguales, como deben ser los nuevos sitios de las ciudades modernas, para que se sientan a gusto sus habitantes, que se llaman clientes, que son seres indistintos e indiferentes que no necesitan sorpresas sino solamente algo que venga empaquetado y recién descargado del camión de la franquicia que llega a renovar la mercancía, en la que están incluidos los que despachan que, como si caducaran, no duran ni quince días, con lo que el oxxo va agarrando sus características típicas de lugar impersonal e inhóspito, lo cual lo hace más práctico porque no hay que perder tiempo con socialidades ni amabilidades ni otros estorbos: aquí ni por favor ni gracias hay que decir, y además se puede pagar el predial y el cable con tarjeta de crédito y hacer recargas, por lo que en la caja se forma una suerte de fila de NIPs y firmas y claves mientras el pobre bobo despistado que solamente quería unas papas fritas se encuentra con que tiene que formarse en una cola como de banco.

Oxxo: palabra muy bien diseñada que significa sólo eso: un oxxo; manera que tuvo la gente de leer donde en principio sólo había el o/o de un tanto por ciento. Por el contrario, las tienditas de la esquina tienen nombres originarios pero nada originales como La Joya o El Porvenir que nadie se sabe porque nada más saben que van a la tienda de Don Chuy o Bertita o como se llame, y que es el último lugar donde se pueden escuchar frases inmensamente poéticas como “¿no me da tres metros de papel de baño?”, porque ahí se venden cosas así, o en rollo, y bolsitas de té, veladoras, cubitos de consomé, cuatro puñitos de Purina para el perro, y el servicio de destapador en la banqueta para que no abran las caguamas dentro y les pongan una multa. Las latas de conservas nadie las compra, por lo que ya están tan viejas como Bertita.

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Mientras que en los oxxos uno puede entrar con su jeta de cosmopolita, en las tienditas sí hay que usar la cara; y si se tardan en atenderlo, a uno le brota obligadamente la virtud de la paciencia que, efectivamente, es una bendición porque por arte de magia el mundo se detiene y se quita la prisa y se instala uno en un tiempo del siglo antepasado en que la gente no se apuraba y sí ponía su mejor cara, ya que en las tienditas hay letreritos de esos de “en el modo de pedir está la manera de dar” mientras que en los oxxos hay puros letreros de ofertas de botanas. En las tienditas jamás hay ofertas, ni “botanas” ─esa palabra no es de ahí─, y ya tampoco se fía. 

Las tienditas son en rigor un espacio de educación cívica. La primera responsabilidad pública de los niños es cuando los mandan solos con la encomienda de que le digan a Don Chuy que les dé un cuarto de jamón del económico. Y regresan de la tienda convertidos en ciudadanos. Después de eso ya la calle es suya. Las tienditas son el hilo fundamental del tejido del barrio que enhebra todas las casas, todas las mesas de la cena y todos los vecinos de cuadras a la redonda, mientras que los oxxos, puestos ahí mismo, son como agujeros sociales por donde el vecindario se comienza a deshilachar, porque en los oxxos nadie se conoce ni se saluda, ni se mira de reojo ni se ruboriza.

La diferencia definitiva es que a los oxxos entran los que nunca sueltan su celular, lo cual significa que no son de la cuadra (aunque lo sean), sino que viven, andan, circulan, en el mundo virtual global, y desde allá, sin soltar su chat, rastrean y ubican no una tienda sino una especie de gasolinera de comida donde llenar el tanque de zambutidos industriales novedosos y saludables como un jugo enlatado de arándano y maracuyá para continuar su viaje sideral por las redes de la información. En los oxxos no entran vecinos, sino pasajeros del barrio.

Y así, como globales y locales, los oxxos y las tienditas ni se cruzan ni compiten ni se enteran, porque cada uno se mueve en una realidad diferente, como ya se está notando toda vez que en los oxxos, en su trayectoria de dominar y desplazar ─como lo hacen todas las plagas─ se van llenando de servicios, de café, de cajero automático, de comida rápida, hasta que terminan por convertirse en otra cosa, en algún centro multiservicios, sólo apto para forasteros en tránsito que no se atreven a entrar en una tiendita porque se les hace tan familiar que no se sienten invitados, mientras que el bobo despistado regresa como hijo pródigo a la tiendita de la esquina de siempre por sus papas fritas.

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