¿Sabías que los japoneses tienen una palabra para el acto de comprar un libro, no leerlo, y dejarlo apilado sobre otros libros no leídos? Se dice “tsundoku”.

¿Y que en idioma tagalo, en Filipinas, existe una palabra –kilig– para esa sensación de tener mariposas volando en el estómago?

Yo me encontré por casualidad con estas expresiones en un compendio ilustrado de palabras intraducibles de la escritora británica Ella Frances Sanders, quien se ha dedicado a recopilar estos vocablos de significados tan diversos como encantadores.

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¿Pero por qué son intraducibles estas palabras y dónde está el secreto de la fascinación que pueden ejercer sobre nosotros?

Responder esta pregunta me llevó de Londres a Madrid, de Madrid a Buenos Aires, de Buenos Aires de regreso a Londres y de allí a un rincón en los Andes ecuatorianos llamado Saraguro.

En este viaje lo más entretenido fueron las palabras esperando en cada destino: kittyball hiraeth, estocada y mojigato, kummerspeck verschlimmbessern, y la más hermosa, para mí: ñawpa.

“Quedarse sin papel”

El primer paso fue escribirle a Ella Frances Sanders a Londres para preguntarle a qué llamaba una “palabra intraducible”, y ella me contestó que no existe una respuesta inamovible a esta pregunta, o una estricta definición académica.

“Considero que hay palabras que necesitan oraciones, párrafos o libros enteros para tener la esperanza de traducirlas, de atisbar sus matices; palabras que nunca pueden significar lo mismo dos veces, porque habitan cada lengua de forma diferente”, dijo.

La idea de reunir estos vocablos la encontró mientras trabajaba en Marruecos; de la idea nació un blog ilustrado que vieron millones de personas, entre ellas, un editor estadounidense que le propuso recopilarlas en un libro.

“Pienso que estos resquicios léxicos son tercos recordatorios de que no podemos simplificarlo todo; no hay por qué restringir nuestras experiencias o nuestras palabras; no debemos temer que ciertas explicaciones nos tomen un poco más de tiempo: está bien quedarse sin papel”, opinó la escritora.

Aunque no tiene una palabra intraducible favorita, al momento de responder la entrevista con BBC News Mundo Sanders estaba especialmente apegada a la galesa hiraeth: la nostalgia de lugares a los que no puedes volver, de lugares perdidos del pasado o de lugares que jamás existieron.

Con las respuestas de la autora del libro creí haber llegado al final de mi viaje, pero me quedaba una duda: ¿qué pensarían de estas palabras intraducibles, que Sanders encontraba tan hermosas, aquellos que se ganaban la vida traduciendo?

Juegos de palabras

“Traducir es arriesgado en el sentido de que muchas veces no sabes cuál es la intención que hay detrás de las palabras”, me respondió desde Madrid Rebeca García Nieto.

Para esta escritora y traductora española, existen juegos de palabras que, en cierto sentido, son intraducibles, como kittyball, un vocablo al que se enfrentó cuando traducía “En el corazón del del país” del autor estadounidense William H. Gass.

“Kittyball’ es un juego de palabras con ‘kitten ball’, una variedad de béisbol. Kitten y kitty son sinónimos, ambos significan ‘gatito’; sin embargo, ‘kitty’ tiene otras acepciones que no tiene ‘kitten’: además de ser un término relacionado con el póker, ‘kitty’ es sinónimo de ‘pussy’, que se utiliza para llamar a alguien cobarde o para aludir a los genitales femeninos de una forma no muy decorosa. No existe un equivalente en español que recoja todas estas connotaciones”, dijo.

Para García Nieto, las palabras adquieren a lo largo de su historia diferentes sentidos y matices; como un arqueólogo se enfrenta en una excavación a las distintas etapas de una civilización, las palabras tienen diferentes estratos que muestran la evolución de una cultura.

En este aspecto coincide Ariel Magnus, traductor de inglés, portugués y alemán, para quien lo “intraducible”, en la mayoría de los casos, “es el mundo de referencia y el lugar que estas referencias ocupan dentro de una sociedad”.

Pero este escritor argentino me dice desde Buenos Aires que él no es amigo de dictaminar qué es o no es traducible.

“Incluso con los juegos de palabras, que a veces resultan letales para el traductor, me parece que siempre cabe la posibilidad de que venga un traductor mejor que uno y logre traducirlo. Por eso no me gustan las notas al pie que hablan de ‘juego de palabras intraducible’ como si se tratara de un absoluto”.

Como el libro de Sanders tiene varias palabras en alemán, le consulto sobre esta lengua a Magnus y me responde que este idioma tiene una facilidad para juntar dos o más palabras en una.

“Una breve búsqueda en internet da algunos ejemplos graciosos, como schnapsidee (una idea que uno tiene tomándose una copa) o kummerspeck (la grasa que nos queda por comer de más buscando paliar alguna pena).

Mi preferida, sin embargo, es verschlimmbessern: empeorar algo tratando de mejorarlo.

Para este escritor y traductor argentino, las palabras compuestas, sea en alemán o inglés, pueden exigir explicaciones muy extensas.

“En el caso, por ejemplo, de la palabra inglesa ‘comb-over’, el diccionario propone cortinilla o ensaimada, que no me dicen nada, por lo que debo hablar del ‘peinado que se hace volcando los pelos de un lado al otro del cráneo para tapar la calvicie”, casi 20 palabras para una compuesta; no es problema, siempre que uno cobre por su trabajo contando las palabras de la traducción y no del original”.

¿Y el español qué?

Cuando mi viaje de palabras intraducibles estaba por concluir, Magnus me plantea una arista del problema que no había pensado: ¿qué pasa con las palabras de mi idioma que son difíciles de traducir para el resto? ¿Podemos concebir las palabras de nuestra propia lengua como intraducibles?

“Solo entre los argentinismos debe haber decenas de palabras ‘intraducibles’. ‘Ñoqui’, por ejemplo, según la Real Academia, ‘empleado público que cobra una remuneración sin asistir al lugar de trabajo ni cumplir ninguna tarea’; me gustaría saber cómo lo resuelven los traductores al alemán o al inglés”, me escribió desde Buenos Aires, creo yo con una sonrisa irónica detrás del teclado.

La pregunta de Magnus me recordó una anécdota personal de cuando trabaja para la BBC en Londres. Un día, un colega británico me preguntó qué hacía la palabra “arbolito” en una información económica sobre la devaluación del peso en la capital argentina.

Le tuve que responder que el término no se refería a un pequeño árbol, sino a la costumbre de mis compatriotas de llamar “arbolitos” a las personas que venden dólares en las calles, porque estos vendedores están “plantados” en la acera con “verdes” (el color de la divisa estadounidense).

En aquellos años en Londres, mi editor en el servicio en español de la BBC era Nick Caistor, quien casualmente se dedicó luego a traducir obras del español al inglés. Le escribí entonces preguntándole qué problemas enfrentaba al traducir mi lengua a su lengua.

“Están las dificultades gramaticales -me respondió- que siempre surgen como el tuteo/voceo que no existe en inglés, como no existe la cuestión de ser/estar: en inglés no tenemos la posibilidad directa para señalar la diferencia entre por ejemplo ‘es muy serio’ y ‘está muy serio”.

En cuanto a las palabras intraducibles, mi antiguo editor cree que no hay tantas entre el español y el inglés por su historia europea compartida, sin embargo, la traducción se vuelve difícil cuando se entra en temas muy propios de la cultura de cada país.

“Por ejemplo todo el vocabulario de la tauromaquia es un dolor de cabeza en inglés, desde estocada, faena, banderilla, montera”.

Las malas palabras propias de un argot (insultos tan castizos como ‘me cago en la hostia’ o ‘ni leches’) no tienen, para Caistor, jerga que los pueda traducir directamente, además de “varios adjetivos como ‘pardo’, por ejemplo, en ‘de noche todos los gastos son pardos’ citado por Carlos Fuentes, o ‘remolón’, ‘cursi’ y ‘mojigato”.

La dificultad para traducir una palabra parece depender de sus inalcanzables matices, de su referencia a mundos perdidos o a su pertenencia a una jerga o dialecto.

Pero lo intraducible también pertenece a la forma en que una nación, una sociedad o un grupo concibe el mundo y lo nombra.

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