Héctor González Aguilar

Había una vez un cuentista que vivía dentro de un escritor que no escuchaba sus dictados por estar empeñado en transmitir sus conocimientos a los demás, cuando al fin el escritor tomó el lápiz para plasmar en papel la voz del cuentista resultó que éste había enmudecido.

Este asomo de minificción surgió a propósito de cierto pensamiento pesimista que ocasionalmente exteriorizara Edmundo Valadés con respecto a sí mismo; no significa que él nunca haya escuchado a su cuentista interior, sino que muchas veces se vio en la necesidad de acallarlo para poder realizar otro tipo de actividades.

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Son varias las razones por las que este narrador, nacido en Guaymas el 22 de febrero de 1915, es ampliamente conocido, y todas tienen relación con el género literario que le apasionaba. Es autor de un cuento que se ha convertido en un clásico de la literatura mexicana; editó y publicó la revista El cuento, que tuvo difusión internacional; fue tallerista, maestro de varias generaciones de narradores en México y quizá sea también el propulsor más exitoso del género cuentístico a nivel hispanoamericano.

Solía decir que vivía del cuento, pero en la vida real Edmundo Valadés vivía del periodismo, profesión en la que se inició desde 1937 en una publicación de Regino Hernández Llergo, también trabajó en varios de los diarios más prestigiados de la ciudad de México.

Su primer libro, publicado en 1955, tuvo una buena acogida; el cuento que da título a la obra, “La muerte tiene permiso”, que refleja cómo la abnegación del campesino mexicano tiene un límite, se volvió representativo gracias a sus características técnicas. En los siguientes años dio a conocer otros dos volúmenes, Las dualidades funestas y Sólo los sueños y los deseos son inmortales, palomita. Escribió alrededor de treinta cuentos, pero sentía que pudo haber escrito muchos más, de ahí su pesar por haber acallado a su cuentista interior.

Su labor como editor de El cuento, revista de imaginación fue uno de sus grandes aciertos y también a la que dedicó más tiempo. La publicó por primera vez en 1939 junto con su amigo Horacio Quiñones, debido a la escasez de papel -era la segunda guerra mundial- solamente aparecieron cinco números. Años después, en 1964, Valadés volvió a publicar la revista, y aunque no faltaron los problemas económicos, la publicación continuó incluso después del fallecimiento de su fundador, ocurrido en 1994. 

El cuento fue una revista muy especial, no fue creada por un grupo de intelectuales famosos interesados en publicar sus artículos y promover determinada ideología, como ha sucedido con otras publicaciones surgidas en México; como su nombre lo dice, se especializó en el cuento, en ella podían publicar escritores noveles junto a los consagrados, el único requisito era que el material tuviera la calidad exigida por el equipo de editores. Valadés tuvo el enorme mérito de establecer comunicación con los escritores, explicando las razones de la aparición o no de los textos, creando así un taller literario a través de la revista. 

Fue en El cuento en donde Valadés comenzó a insertar relatos breves que extraía de otros más extensos; en 1969, la revista convocó a un premio de relato breve o minificción, lo que ocurrió después fue una especie de boom de la minificción, a la que Valadés definió como “la gracia de la literatura”.

Y todavía hay algo más, la revista, alejada de los adoctrinamientos políticos, ajena a las vanidades de los intelectuales, logró lo que pocas publicaciones consiguen: la creación de un público lector, ¿cuántos miles de lectores le habrán tomado gusto al cuento gracias a la revista fundada por Edmundo Valadés?

Los afanes del escritor sonorense no culminaron ahí, también publicó compilaciones de cuentos y minificciones, como el conocido Libro de la imaginación, obra maravillosa que implicó un exhaustivo trabajo de búsqueda en fuentes occidentales y orientales de todas las épocas. Este libro, una verdadera  invitación a la lectura, es uno de los mejores regalos que un escritor puede hacer a los lectores.

A cambio de forjar una obra propia breve y de calidad, Valadés se dedicó por años a difundir la teoría y los mecanismos del cuento tanto en la revista como en sus talleres presenciales. Por su generosidad y su don de gentes hizo muchos amigos; Pedro Ángel Palou afirmó, hace tiempo, que los narradores mexicanos le deben algo a Valadés, y ha de ser cierto, Enrique Serna, reciente ganador del premio Xavier Villaurrutia lo confirmó dedicándole el galardón al maestro.

Valadés representa el mundo de la imaginación, el mundo de un personaje que vivía en, por y para el cuento; después de todo, no tendría nada de raro encontrarlo por ahí, en esos relatos cortos e ingeniosos que a él tanto le agradaban.

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