Dentro de unas semanas se estrena At Eternity’s Gate, la película sobre Van Gogh de Julian Schnabel. Pese a ser una gran película, vuelve a centrarse en el período final de la vida de Van Gogh.

El cine sobre todo que ha dado grandes películas sobre el pintor holandés, se ha centrado siempre en el Van Gogh del color. Yo, sin embargo, siempre he querido escribir de ese Vincent Van Gogh que parece no tener interés para casi nadie.

Ese Van Gogh errante que vivió durante un tiempo con los mineros belgas. Ese Vincent que caminaba durante horas para ir de un sitio a otro, sobre todo en la naturaleza. Si lo pensamos detenidamente nos damos cuenta de que la etapa artística de Vincent apenas duró diez años. Antes lo había intentado todo: ser pastor siguiendo los pasos de su padre; ser marchante de arte, siguiendo los pasos de su familia y finalmente ser pintor.

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Sus inicios más oscuros han quedado ocultos tras el estallido de color. Esos dos primeros años de transición entre un evangelista frustrado y un artista incipiente tienen como telón de fondo las minas del Borinage belga.

Antes de llegar al Borinage, Van Gogh siempre tan certero escribió a Theo una carta desde un bar de obreros, un café llamado Au Charbonnage, en Bruselas. Pintó aquel lugar a base de arañazos en noviembre de 1878. El resultado era una postal que mostraba un tejado hueco combado, el estucado triste y sucio, la descripción del nombre del café y los duros adoquines del suelo de la calle y las suaves formas del interior. Añadió una benévola la luna en cuarto menguante y lo sombreó todo de un gris pálido que obtuvo apretando el lápiz con tanta suavidad que apenas se veían los trazos.

Dobló el dibujo cuidadosamente y lo incluyó en una carta a Theo a modo anuncio: “Los obreros se reúnen allí para comer su pan y beberse un vaso de cerveza a la hora de comer. También yo estoy destinado a las minas”.

Y así fue, Vincent se bajó del tren en un lugar que no aparece en las guías. A un joven como él que había crecido en las proximidades de Zundert, aquel paisaje plano le parecía la misma luna. En el horizonte surgían grandes nubes negras, conos oscuros serpenteaban a lo lejos. En algunas zonas del paisaje había empezado a crecer la hierba, en otras el vapor salía desde la tierra a causa de los inextinguibles fuegos internos.

Incluso en días que debían haber sido claros, había en el aire vapor gris procedente de las escombreras y hollín de las chimeneas, difuminando los límites entre el suelo y el cielo. Cuando caía la noche, la oscuridad era infernal, no había estrellas. Vincent había llegado al lugar al que llamaban le pays noir, la tierra negra.

Alrededor de la mina están las viviendas miserables de los mineros, con algunos árboles muertos y completamente ahumados, hileras de arbustos, montones de basura y de cenizas, montañas de carbón inutilizable.

El descenso a la Mina de Marcasse

A principios del año 1879, Vincent descendió a la mina de carbón Marcassey fue guiado a través de la mina por un hombre que había trabajado allí durante más de treinta años. La experiencia causó en Vincent una gran impresión que conocemos gracias a una de tantas cartas que mandaba a Theo. Van Gogh cuenta como bajó más de 700 metros dentro de la tierra en una canasta a través del pozo de la mina.

Esta mina tiene 5 niveles, 3 de los cuales, los más altos, están agotados y abandonados, uno ya no trabaja en ellos porque hay no más carbón. Si alguien intentara hacer una pintura de los mantenimientos, eso sería algo nuevo y algo inaudito o, más bien, nunca antes visto. Imagina una serie de celdas en un pasadizo bastante estrecho y bajo, apoyado por un trabajo de madera en bruto.

En cada una de las celdas hay un trabajador con un traje de lino grueso y sucio como un deshollinador. Allí permanecen extrayendo el carbón a la luz tenue de una pequeña lámpara. Uno podría estar aquí por años, pero a menos que haya estado abajo en las minas no se tiene una idea clara de lo que sucede aquí.

Esta imagen es posterior pero Van Gogh nunca abandonó la idea dignificar el trabajo de la gente humilde. En sus escritos afirma:”He querido dedicarme conscientemente a expresar la idea de que esa gente que, bajo la lámpara, come sus patatas con las manos que meten en el plato, ha trabajado también la tierra, y que mi cuadro exalta, el trabajo manual y el alimento que ellos mismos se han ganado honestamente”.

En los treinta años transcurridos desde que Marx y Engels escribieran El manifiesto comunista en la cercana Bruselas, los mineros del Borinage habían creado un incipiente movimiento socialista que, con el tiempo, se extendería por todo el continente [1]. Oleadas de huelgas sangrientas y brutales represiones habían creado un movimiento sindical con base en comunidades como Wasmes, apoyado por una red de clubs, cooperativas y mutualités empeñadas en hacer pagar su crueldad e injusticia al nuevo orden capitalista.

Las minas del Borinage se deshacían de cientos de mineros cada año: quemados, aplastados, envenenados por el gas, las cenizas o la inexistencia de higiene. Los enfermos y los moribundos no ponían en entredicho los sermones de Vincent ni sus fantasías. Estaban agradecidos a Vincent por una ayuda que no les ofrecía nadie más. Era a Van Gogh a quién le comenzaba a flaquear la fe.

El punto álgido fue la explosión que tuvo lugar el 17 de Abril de 1879, en la mina Agrappe, a tres kilometros de donde se encontraba Vincent. Había unos cien mineros atrapados, y se tardó cinco días en rescatar a los últimos supervivientes. Vincent ayudó en las tareas de rescate y escribió que se sentía conmovido por aquellos hombres y mujeres que cantaban himnos para no caer por el gas. Después de aquel desastre el pesar se extendió más allá del Borinage, por toda Bélgica, donde el peor accidente de la década desató multitud de protestas obreras que exigían mejoras en la seguridad de la mina.

Pese el dibujo se le resistía y nunca fue un genio de la línea, aquellos dibujos al carboncillo son toda una reivindicación de la vida obrera. Las figuras de Van Gogh de esta época, son gente obrera de la zona, personas demacradas y pálidas. Destaca en ellos el aspecto fatigado y gastado, personas envejecidas antes de tiempo. Igual que las mujeres, descoloridas y mustias. En aquel lugar Van Gogh perdió la fe y abandonó todo deseo de ser evangelista para convertirse en uno de los maestros universales de la pintura.

Mucho se habla del Van Gogh del color y poco del que dignificó tanto el trabajo de hombres y mujeres a través de lo que fue el inicio de su arte y también su esqueleto: “Pintar la vida del campesino es un asunto serio y me sentiría culpable si no procurase hacer cuadros que despierten serias reflexiones”.

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