Un ambiente al aire libre, donde las personas estén rodeadas de buena música y aromas agradables, son propicios para la salud, la juventud y el bienestar. El hacinamiento, los lugares encerrados, así como las malas acciones, enferman el alma y el cuerpo.

Tales son algunas de las ideas de la Edad Media que muestran que es un mito y un cliché pensar que fue una época de oscuridad, supersticiones e ignorancia, en la cual no había conocimiento de la medicina, afirma la historiadora Denise Fallena Montaño.

En los siglos XIV y XV se tenía gran conocimiento de la herbolaria; obviamente, en otros términos, porque no existía la noción de ciencia como la conocemos en la actualidad, pero se contaba con el milenario saber de tratamientos con plantas medicinales, el cual venía desde el mundo clásico, dice la especialista del Instituto de Investigaciones Estéticas de la Universidad Nacional Autónoma de México.

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En entrevista con La Jornada, la autora de varios estudios sobre libros de horas del siglo XIV al XVI señala que para cada cultura la noción de salud y bienestar es una construcción social, “y en la Edad Media no estaba separada la idea de que el alma y el cuerpo eran cosas diferentes. También hay que recordar que para las personas que vivieron en ese periodo la muerte era muy diferente a cómo la concebimos ahora.

“Para nosotros es algo muy lejano y aséptico, los cementerios están apartados, la gente muere y no vemos el proceso de putrefacción de los cadáveres de manera cotidiana, mientras en el mundo antiguo, no sólo durante las pandemias, la muerte era parte de su cotidianidad, pues el promedio de vida era de entre 38 y 40 años.

“Después de los 25, muchas personas ya no tenían dientes; en vida presenciaban la decadencia de un cuerpo que envejecía muy rápidamente. Además, muchos tenían cicatrices, llagas, cojeras o alguna mutilación, porque era frecuente la gangrena, que ocasionaba amputaciones, y era común que las mujeres murieran por una hemorragia; había muchos niños huérfanos. Así se vivía.

“Por eso se creía que lo que causaba la muerte eran los aires pestilentes, el olor de la putrefacción de los cuerpos, no sólo de personas, sino de animales. Se creía que el mal olor contagiaba enfermedades y que lo que olía bien curaba.

“La salud se concebía como un equilibro entre los cuatro humores del cuerpo (la bilis amarilla, la bilis negra, la flema y la sangre), como planteó Galeno (médico y filósofo griego del Imperio romano). Así pues, durante la Edad Media, un jardín con plantas medicinales y aromáticas se consideraba el locus amoenus (lugar idílico), espejo del Paraíso, ese lugar simbólico, fuera de todo tiempo, donde se conjuntaba el goce sensorial y espiritual en una simbiosis perfecta.

“La vida al aire libre fue sinónimo de salud, juventud y bienestar en las mentalidades medievales. El cultivo de plantas y el conocimiento de sus propiedades fue apreciado, por estar principalmente orientado a restablecer la salud.

“Luego de la gran epidemia de la peste de 1347 y varios brotes subsecuentes a lo largo de los siguientes siglos, se recogieron las reglas del ars vivendi (arte de la vida) en obras pertenecientes al género literario regimina sanitatis (regímenes de salud), también conocido como salutis”, puntualiza la historiadora.

En esos tratados, continúa, además de la herbolaria, se incluían recomendaciones para prácticas saludables, como dietas, higiene a seguir e invitación a hacer ejercicio.

“Al ser humano se le concebía como una mezcla equilibrada (krasis) de materia y ánima. Bajo esta idea, se creía que toda la creación fluía continuamente, en movimiento; cuando cesaba, decaía y perecía.

“Una de las prácticas principales de la medicina medieval estaba enfocada en restablecer el equilibrio de los humores al alternar la ingesta de pociones y alimentos amargos con otros dulces, en un ciclo continuo de adición y sustracción.

Los poderes curativos de las plantas correspondían a las cuatro esencias y, en una lógica empática, se asociaba la semejanza de sus formas, colores, sabores y olores con los centros energéticos corporales, con los órganos o bien con los síntomas de la enfermedad.

Los libros de horas

“En el contexto de las creencias cristianas, además se pensaba que la enfermedad también era causada por un mal espiritual o por los embistes del demonio, por esa interdependencia entre el cuerpo físico, el ánima y el alma. En ese sistema de creencias, los libros de horas eran objetos apotropaicos; es decir, para curar y proteger de las asechanzas del demonio, que también podía ocasionar enfermedades físicas.

“Eran libros santos; se ponían en el pecho, en la frente o sobre una herida con la idea de que podían aliviar. La oración estaba muy relacionada con el libro de horas y con las imágenes que contenía de flores curativas; por tanto, santas. El conocimiento de las cualidades curativas del mundo natural–mineral, vegetal y animal– se pensaba una revelación divina y su eficacia era mejorada mediante la oración y las buenas obras del enfermo. Si se era buena persona, lo más probable es que se tuviera buena salud.

En la mentalidad cristiana medieval los perfumes estaban relacionados con las delicias del paraíso, la gloria y con las santas personas, en cuyos cuerpos permanecía el olor de santidad tras la muerte como prueba de su fe y de su vida virtuosa. En cambio, los hedores eran claro indicativo de la corrupción de la carne, la presencia del diablo, el pecado, la enfermedad y la muerte, concluye la especialista.

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