La amistad, la solidaridad y la empatía, “la idea de un nosotros”, es uno de los temas más importantes de la novela La invasión del pueblo del espíritu, del mexicano Juan Pablo Villalobos, en la que cuestiona si “realmente podemos entender al otro, si podemos ser aceptados, queridos, estar acompañados”.

El narrador que vive en Barcelona (España) desde 2003 comentó ayer, en la presentación virtual de su libro más reciente, que es una invitación a reflexionar sobre un nosotros “en estos tiempos en que se está llevando al capitalismo a sus últimas consecuencias y se ha instaurado una idea del éxito personal como la ley de la selva. Ese capitalismo establece una idea de la masculinidad que tiene que ver con el más apto, el más fuerte, el más competitivo”.

Y, para desafiar este concepto, el también crítico literario entrega una historia de amistad, ternura y comprensión, “sentimientos difíciles de narrar”, en la que “todos los personajes son frágiles y vulnerables”; e incursiona en un nuevo registro humorístico, “sin recurrir a la humillación ni a los mecanismos jerárquicos” y en el uso de la tercera persona.

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En un encuentro singular con sus lectores, en el que el autor ideó ser entrevistado por Coatlicue, la diosa de la fertilidad mexica, cuya escultura mostró sonriente, confesó que ese era el desafío de esta obra, la sexta que publica con Anagrama.

Tras leer la primera página de La invasión del pueblo del espíritu Villalobos explicó que la novela está compuesta por 77 capítulos breves. “Es la historia de dos amigos, Gastón y Max, que viven en una ciudad que nunca se nombra. Son dos inmigrantes, Gastón viene del Cono Sur, y Max, aunque nunca lo dice, es mexicano. Ambos están pasando una crisis vital.

Gastón tiene un perro, que se llama Gato, que padece una enfermedad terminal y tendrá que sacrificarlo. Y Max deberá cerrar un restaurante que ha tenido desde hace 20 años, porque el costo de los alquileres ha subido mucho. Esta crisis pondrá a prueba su amistad”, agregó.

La historia se desarrolla en un barrio con tensiones de tipo racista, donde abundan los extranjeros; pero también los extraterrestres, con todo y sus naves espaciales.

Tenía ganas de escribir una novela en la que lo extraterrestre fuera el tema principal, sin que fuera de ciencia ficción. No soy un gran lector de este género, lo leo pero no lo cultivo”.

El egresado de la Universidad Autónoma de Barcelona, a quien desde niño lo fascinaban los alienígenas, aceptó que esta temática se mezcló con su condición de inmigrante y “lo que sucede con la identidad, con el sentido de pertenencia, cuando te mudas”.

El autor de Fiesta en la madriguera (2010) y No voy a pedirle a nadie que me crea (2016) detalló que “es una novela de lo cotidiano, de pequeñas historias que se entrecruzan. La escribí caminando mucho por la ciudad, incorporando cosas que me encontraba por la calle. Reivindico escribir sobre lo que uno tiene cerca”.

NUEVOS GUIÑOS

Destacó que La invasión del pueblo del espíritu es distinto en muchos sentidos. “El primero tiene que ver con el narrador de la historia. Había escrito todas mis novelas en primera persona. Eran personajes muy característicos que recurrían a la ironía, a la parodia, al cinismo, al sarcasmo; eran humorísticos, pero también cuestionaban la verosimilitud del relato.

Tenía la inquietud de crear un narrador en tercera persona. Pero éste además utiliza con frecuencia la primera persona del plural, es decir, incluye al lector en la novela. Cuando la estaba escribiendo no entendía de dónde venía esa voz. Y al final me di cuenta que ese narrador era la voz de la comunidad donde viven esos personajes”, indicó.

Ante una de las preguntas incisivas de Coatlicue, que resonaban en una grabadora, de por qué había cambiado su registro humorístico, que ahora era menos ácido, menos negro, “¿te estás haciendo viejo?”, el escritor nacido en 1973 aseguró que la modificación respondía al contexto, a lo que está sucediendo.

Ha cambiado mi manera de pensar y escribir. Antes utilizaba mecanismos de humillación, la parodia, la caricatura, mostraba lo peor de las personas. Quería ensayar otro tipo de humor, sin recurrir a la humillación ni a los mecanismos jerárquicos”, dijo.

Villalobos llamó la atención sobre su juego con el lenguaje al no nombrar los orígenes geográficos de los personajes, la ciudad donde transcurre la historia ni los rasgos culturales, pues quiso quitar lo identitario.

El autor de Si viviéramos en un lugar normal (2012) y Te vendo un perro (2015) aclaró que le llevó tres años escribir la nueva novela. “Empiezo con una idea muy vaga, una intuición casi, no tengo un proyecto o plan para ponerme a escribir. Sobre la marcha salen más ideas y me gusta que aparezca lo imprevisible, que el lector no advierta hacia dónde se está yendo la trama”.

Añadió que la escritura de cada novela es un proceso de aprendizaje. “Tanto a nivel de la escritura, como a nivel personal. Si yo noto que con esa escritura no estoy aprendiendo algo, que no está cambiando mi idea de ver la realidad, me parece que algo está mal, que no vale la pena”.

Después de abordar la inmigración en tres de sus libros, Villalobos concluye que “podemos vivir sin lo identitario, no necesito ser nada, las esencias no existen, estamos en perpetuo cambio”.

Finalmente, respondió algunas preguntas de sus lectores; entre ellas, apuntó que no podía escribir proyectos de manera simultánea, porque se concentraba en escuchar la voz del que estaba escribiendo, por lo que apenas verá qué sigue.

Ánimo, resistan en casa”, se despidió el autor de Yo tuve un sueño.

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