Erika P. Bucio/Agencia Reforma

El Presidente Andrés Manuel López Obrador reservó un sitio privilegiado a Benito Juárez en el logotipo de la 4T: el Benemérito aparece justo al centro, cargando la bandera nacional y flanqueado por Hidalgo, Madero, Cárdenas y Morelos.

Juárez aparece de manera recurrente en el discurso del Presidente tanto para invocar la austeridad republicana como para enarbolar una férrea defensa de la soberanía. ¿Por qué se ha vuelto un símbolo de la 4T? ¿Se corresponden los ideales de Juárez con los de López Obrador?

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En El culto a Juárez (Grano de Sal, 2020), la historiadora Rebeca Villalobos Álvarez advierte que la “fascinación” de AMLO “no es inédita” como tampoco lo es la “utilización del héroe como un símbolo para crear comunidades, convocarlas o movilizarlas políticamente”.

Porfirio Díaz inauguró en 1891 la primera estatua del Benemérito en la Capital del País y, por primera vez en casi 20 años, los festejos tuvieron lugar no el 18 de julio sino el 21 de marzo, día del natalicio. “El resultado fue la conversión del ritual funerario en un culto cívico de alcance nacional”, escribe Villalobos Álvarez. A lo largo de los siguientes 20 años, hasta 1910, la figura del héroe civil sería reivindicada en todas las conmemoraciones patrióticas importantes.

“A los valores y principios que Juárez había simbolizado hasta entonces (la libertad, la ley y el orden fundamentalmente) se sumaron otros como la celebración del poder del Estado y el sentido de unidad nacional”, explica Villalobos en el libro.

A pesar de las recurrentes referencias de este Gobierno a Juárez, ni de lejos se acerca al echeverrismo (1970-76) cuando el culto al Benemérito alcanzó su punto máximo después del Porfiriato, con una “legitimidad y una difusión verdaderamente asombrosas”.

Cuando el aparato priista volvió a echar mano del legado juarista en un contexto de renovadas formas de oposición y lucha contestataria”, escribe la historiadora.

Pensar en la posible correspondencia de los ideales de Juárez y López Obrador obliga, sin embargo, a tomar en cuenta el paso del tiempo: casi en nada se parece el Siglo 19 que le tocó a Juárez al Siglo 21 de López Obrador. Una distancia cronológica que arroja enormes diferencias.

En opinión del historiador Alfredo Ávila, el mayor punto de identificación es el discurso nacionalista. López Obrador se limita al triunfo de la República en contra del Imperio, Juárez es el Presidente firme que rechazó la intervención europea.

“Ese nacionalismo es el que hizo durante buena parte del Siglo 20 la izquierda nacionalista del PRI, por supuesto de ahí viene que el Presidente (López Obrador), lo considerara un gran héroe”, expone Ávila.

Paradójicamente, Juárez era pro-estadounidense y estaba a favor de una mayor vinculación comercial, matiza Ávila.

“Hoy lo que vemos con el Presidente López Obrador es que efectivamente también tiene una campaña muy nacionalista en contra, fundamentalmente, de inversiones europeas”, dice Ávila. Como también tiene un discurso un poco antiestadounidense, expresado en temas como el gas y la producción petrolera.

“Insiste (AMLO) en no depender tanto de Estados Unidos, pero en la práctica sabemos que su vinculación es mayor. Se la pasa criticando a (la española) Iberdrola, pero no a las empresas estadounidenses en México. En ese sentido podría haber un paralelismo, pero no sé si el Presidente actual estaría de acuerdo conmigo”, puntualiza Ávila.

Pero la historiadora Josefina Zoraida Vázquez plantea que el nacionalismo de Juárez estaba cimentado en la idea de sacar adelante al País hacia el futuro, no hacia el pasado.

“Encuentro que para nada coinciden los fines ni el nacionalismo. Don Benito tuvo que enfrentar enemigos: primero los conservadores y luego, los franceses.

“Su nacionalismo era sacar adelante al partido liberal contra los que veían hacia el pasado que es como lo hace López Obrador: está viendo hacia el pasado y quiere hacer la cuarta transformación”, dice en entrevista la estudiosa del Benemérito.

“(Juárez) tenía enemigos, los conservadores, que los veía como emisarios del pasado, entonces había que sacar el País hacia el futuro, pero, sobre todo, resistir al ejército (francés) que entonces era el mejor del mundo y evitar que el País se convirtiera en un protectorado”, asegura.

Encarnación de la República austera

El Juárez de la austeridad republicana es quizá, en primer lugar, el Juárez que reivindica el Presidente López Obrador, de la medianía, fiel a la idea de que quienes están en el Gobierno están para servir a la patria y no para enriquecerse, opina Erika Pani, especialista de El Colegio de México en historia política del Siglo 19.

“Juárez fue un hombre de una gran austeridad, él y su familia”, afirma Pani y remite a una carta enviada por su esposa Margarita Maza, desde Washington, en marzo de 1866, donde se refiere a la recepción ofrecida por el Presidente Andrew Johnson. Ella permaneció con sus hijos en Estados Unidos hasta el triunfo de la República en 1867.

“Antes de anoche me llevó (Matías) Romero a la recepción y, como verás en el Herald, dicen que estuve yo elegantemente vestida y con muchos brillantes. Eso no es cierto; toda mi elegancia consistió en un vestido que me compraste en Monterrey poco antes de salir (…) Respecto a brillantes no tenía más que mis aretes que tú me regalaste un día de mi santo”, se lee en la carta citada en De la correspondencia de Margarita Maza de Juárez, reunida por Andrea Sánchez en 1976.

Este Juárez como encarnación de la República austera es reivindicado por la 4T.

Desde el Porfiriato, pero no solamente, Juárez ha sido un icono de la buena administración. A finales del porfiriato, Juárez es el Presidente ideal, el inmaculado y pulcro, el estadista fuerte, sólido. El propio Porfirio Díaz quería fomentar esa lectura para sí mismo, apunta la autora de El culto a Juárez.

La retórica presidencialista mexicana, de uno u otro partido, siempre ha apelado a la figura de Juárez como el Presidente que pasó de ser un indio al Presidente ejemplar, emblemático, esa figura es muy poderosa y además bien recibida.

“Se ha hecho mucho uso de ella desde la tribuna presidencial y en ese sentido, el Presidente actual no es la excepción. Al contrario, es como volver a legitimar la figura del Presidente en turno asociando a esa figura con la de Juárez que es, insisto, el modelo de estadista”, dice Villalobos Álvarez.

Mientras López Obrador se proclama a diario como un liberal, no lo es en términos económicos. “Juárez sí era un liberal en términos económicos, con todo lo bueno y lo malo que eso implica”, dice Ávila.

Juárez respetaba la propiedad privada a ultranza, incluso cuando había fuertes indicios de que esa propiedad era ilegítima porque pasaba por encima de derechos comunitarios. “A Juárez no le importaba eso, no le importaba la propiedad comunitaria, esas otras formas de propiedad heredadas de la Colonia, para él solo había propiedad privada”, añade el historiador.

Juárez tenía una firme convicción de que el Estado debe proteger la propiedad privada y procurar el libre comercio y la libre competencia, no interferir en los asuntos económicos.

“Me parece que el Presidente López Obrador es un político más pragmático en eso, un buen día te dice que para que la gasolina no suba hay que generar competencia y al otro día te dice que para que la electricidad no suba hay que fortalecer el monopolio del Estado”, opina Ávila, académico del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM.

En cuanto al liberalismo democrático, el historiador también aprecia diferencias. Juárez piensa en una democracia más organizada a través de clubes, organizaciones y la prensa mientras que el actual Presidente piensa en una democracia en términos más directos: el pueblo sale y vota, vota para elegir o para decir sí o no a alguna iniciativa.

“El Presidente tiene una relación más directa con el pueblo, mientras que Juárez sabe negociar más en términos de clubes y organizaciones políticas”, subraya Ávila.

A diferencia del actual Presidente, Juárez no tenía una posición antiprensa, opina Ávila. No se quejaba y no lo hacía por una simple razón, sabía que todos jugaban el juego político: “Había periódicos que lo apoyaban y eran financiados por amigos del Presidente y había periódicos financiados por amigos de Sebastián Lerdo de Tejada o Porfirio Díaz que estaban en el juego político”, dice.

Vázquez refuerza esa idea: “Don Benito se daba cuenta que era parte de la democracia, era parte del juego político, nunca se quejó, no le debe haber gustado, pero desde luego lo mantuvo”.

La prensa de la época no era una prensa informativa como ahora la entendemos sino una prensa política que era portavoz de distintos grupos políticos, añade la historiadora Erika Pani.

López Obrador suele referirse a la prensa de la República Restaurada (1867-1876) como ejemplo de la mejor prensa y a plumas como Francisco Ramírez, El Nigromante, las ha caracterizado como el ideal del periodista.

“Solo que eran periodistas muy críticos del Presidente”, matiza Ávila.

En la República Restaurada, insiste Pani, había libertad de prensa. “Como también hay que tomar en cuenta que los conservadores habían salido del escenario político, totalmente desprestigiados y la prensa católica no era una amenaza”, sostiene la investigadora de El Colegio de México.

La prensa gráfica de la época maltrató a Juárez, fue inclemente con él como lo sería también con Madero. Esa crítica implacable es tratada en Juárez, Memoria e Imagen, que Josefina Zoraida Vázquez publicó con Brian Hamnett y Vicente Quirarte.

“Mal hubiera hecho Juárez o cualquier otro Presidente de la época en combatir a la prensa si sabía que él mismo también podía aprovecharse de la prensa que era parte de la discusión pública”, refiere Ávila.

Hay algunas similitudes que quizá AMLO no asumiría, plantea Ávila, como que él jamás reprimiría a los pueblos indígenas mientras que Juárez sí lo hizo como hicieron políticos liberales y conservadores de mediados del Siglo 19 para imponer la propiedad privada sobre las propiedades comunales indígenas.

Cuando Juárez fue Gobernador de Oaxaca llevó a cabo labores de defensa de intereses de empresarios oaxaqueños y extranjeros que se habían hecho con el control de las salinas en el Istmo de Tehuantepec y los pobladores se opusieron, reclamaban el usufructo de las salinas que consideraban propiedad comunal y Juárez no se tentó el corazón para reprimirlas de manera violenta. Una acción que justificó al rendir su informe ante el Congreso del Estado.

“A lo mejor hay paralelismos que no le gustarían al actual Presidente como el tema del desarrollo va, los proyectos del Estado van y no importa la oposición de las comunidades que es lo que dice literalmente Juárez en su informe de Gobierno que presentó ante el Congreso: no voy a tolerar, decía el Benemérito, que se pase por encima del honor del Estado”, expone Ávila.

Advierte que López Obrador recupera la retórica, muy tradicional, de que los pueblos indígenas son los pueblos auténticamente mexicanos, pero al mismo tiempo impulsa proyectos de infraestructura en comunidades indígenas en Morelos y Puebla, o el Tren Maya, que no cuentan con las simpatías de las comunidades indígenas y por el contrario, atentan contra algunos de sus usos y costumbres.

Ávila señala que el Presidente tiene una imagen de Juárez del libro de texto donde no aparece nada sobre el episodio de Juchitán ni de sus vínculos con los grandes empresarios de Veracruz quienes terminan financiando la guerra de Reforma y las Leyes de Reforma.

A Juárez se le ha visto como el traidor de los pueblos originarios, dice Josefina Zoraida Vázquez: “No era traición, era pensar que todos los indígenas tenían posibilidades como él había tenido a través de la educación”.

Villalobos Álvarez plantea que la sola pregunta de si de veras se parecen los idearios de Juárez a los de Andrés Manuel López Obrador replica una discusión que se tuvo en el Porfiriato: ¿tenía derecho o no Porfirio Díaz a reivindicar la figura de Juárez? Los caricaturistas de “El Hijo del Ahuizote” criticaron siempre la “reivindicación hipócrita” del juarismo.

“Lo que intenta hacer este Gobierno al reivindicar la figura de Juárez es legitimar su autoridad desde un lugar de superioridad moral. Juárez es el Presidente legítimo por excelencia”, sentencia la historiadora.

Juárez como el Presidente que defiende la honestidad y la justicia, dos palabras que a este Gobierno interesa movilizar, emblema de un gobierno austero, pero comprometido.

La historia de bronce lo convirtió en el político que encarna lo que se necesita que encarne en los distintos momentos de la historia de México, apunta Pani.

“Este Gobierno desde luego que intenta legitimarse a sí mismo utilizando la figura de Juárez, no podría ser de otra manera, todos lo han hecho, cuando alguien apela a la figura de Juárez en este País no es por otra razón. Lo único que trato de decir es que no es nuevo”, sentencia Villalobos Álvarez.

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