Escuchar los graves en un tema musical lo lleva a un estado de felicidad. Considera que esos sonidos son la columna vertebral de una composición, “son los que rigen la armonía. No veo una pieza sin bajo, aunque no necesariamente sea el instrumento de cuatro o cinco cuerdas en sí, sino los graves, que siempre han estado presentes en la historia de la música”.

Por ejemplo, en el jazz, sostiene, “si el bajo y la bataca fluyen, todo está bien. En la música siempre hay un bajo o un concepto de éste. Desde Grecia, en la antigüedad, siempre lo había”.

Es el mexicano Andrés Sánchez quien habla. Claro, es bajista, pero también tecladista, que en los años 90 formó el grupo electrónico funk-rock Titán, pero posteriormente, su inquietud y búsqueda lo han hecho experimentar con diversas agrupaciones: Sánchez-Ruiz, Los Shajatos y Sánchez Dub (que ya actuó en el festival Vive Latino) y desde 2011 es integrante del show en vivo de la banda Zoé.

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Andrés es ya uno de los musicalizadores de cine más requeridos en México.

Con su productora Hamaca Music, compone para comerciales, televisión, teatro, cine y series de plataformas. Ha hecho muchos remixes y canciones que se han utilizado en varias compilaciones.

Su historia en la música inicia al estudiar en nivel primaria, donde tuvo un maestro de nombre Lucio Sánchez, quien tocaba en Banda Elástica, agrupación mexicana de rock. Le dio sus primeras clases y sembró algo en él que lo hizo hacer un grupo amateur en el que decidió abordar al bajo. Después, asistió a una secundaria-prepa en la que estudiaban muchos jóvenes que posteriormente formarían una generación de roqueros y creativos del cine, entre ellos los integrantes de Santa Sabina, “la primera banda que me rompió la cabeza con ese teatro que hacía”, afirma Andrés.

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Fueron sus padrinos visuales. “Esa gente que tuve la suerte de tener cerca fue la que me impulsó a dedicarme a la música”.

Comenzó a componer rolas con su bajo y cajas de ritmos, pero se dio cuenta de que tenía que entrarle a la academia: “Si quiero ser músico tengo que estudiar”. Lo hizo en el Centro de Investigación y Estudios de Música.

Confiesa que es difícil crear una rola con puro bajo. “Haces acordes abiertos y luego te brincas a la guitarra o al mundo orquestal. Para eso está la tecnología”.

–¿Cómo ha cambiado la composición desde el aspecto electrónico?

–Cuando comenzamos con Titán, en 1994, todo era diferente. Lo que veo ahora es que hay un problema, pero a la vez no. Es decir, hay tanto en las herramientas electrónicas que, como compositor, te puedes perder. Creo que Titán por eso fue un grupo sólido. Es decir, lo que teníamos era una guitarra, un bajo, unos teclados y cajas de ritmo análogas. Cada uno tenía la suya y eran distintas en sonido. No había computadora. Eso era la agrupación; no había un mundo virtual, para nada. Era la música pensada para tocarse en vivo. Ahora, haces un disco y luego te preguntas cómo lo tocas en vivo.

La parte experimental de Andrés es Sánchez Dub, que es “más loca… Cuando tengo una rola veo cómo la tocaré, puesto que soy yo solo. Ya sea que dispare un diyéi set, un sampleo con computadora y bajo…”

Considera que experimentar “es quitarse el miedo a predisponer algo. No es lo que sea más loco. Para mí, es la búsqueda, salirse del lugar común, de la zona de confort. En cine, experimentar es más difícil porque estás trabajando para alguien y hay gente a la que le gusta o no. Pero en algún punto se te permite, aunque no puedes poner, sólo por hacerlo, unos sintetizadores”.

Titán, primer acercamiento a contra imagen

–Hacer score de cine es magia. ¿Cómo fue tu incursión?

–Lo primero que hice fue con Titán. Se trataba del cortometraje de una amiga, Julieta López. Era algo muy bizarro. Fue el primer acercamiento a contra imagen. Éramos sólo los tres con una videograbadora VHS. El master era grabado en casete. Era prueba y error. No había computadora para que en cada escena se marcara el tiempo de la música. Luego, con Everardo Gou empecé a hacer cortinillas para MTV y también cosas para pasarelas de moda. Todo era por encargo; trabajos en los que no podías ponerte loco.

Su primera película formal fue Perfume de violetas, de Maryse Sistach. “No hice score, pero sí rolas como Sánchez Dub. Ya tenía una computadora rústica. Trabajé también en El bulto, de Gabriel Retes. Era una pieza que les mandé y el editor la acomodaba. Esos fueron los inicios”.

Su primer filme como scorero fue Eréndira Ikukunari, de Juan Mora, quien “es mi padrino. Esa peli fue una chingonería, porque él me dijo que con mi onda electrónica quería mezclarlo con algo prehispánico. La cinta está hecha con esos sonidos y con un sampler. Fue el primer score. Después, el director Ernesto Contreras me presentó a Juan Manuel Cravioto para hacer la música de Los últimos héroes de la república, mi segundo filme. Esto es de escuchar, de ceder, de entender la historia y de pedir que te den oportunidad de experimentar. La música para cine es parte de la historia porque cuenta cosas. Los cineastas cada vez son más melómanos; editan con la música”.

Andrés afirma que el amor al cine le nació por asistir a los festivales. “Tengo que decir también que me curtí con los comerciales y que tuve suerte de que en mi generación varios se hicieron cineastas, quienes luego me llamaron a hacer, en un inicio, los paros, porque no había lana. Pausé en el cine cuando me salí de Titán. Pero cuando entré con Zoé, en 2011, a hacer el Unplugged (reconocido con un Grammy Latino) sentí que fue ponerle una parte cinematográfica a su música. Eso me metió al mundo del cine de nuevo, a crear scores más producidos”.

–Ahora, ¿cómo es tu proceso de trabajo en lo audiovisual?

–Varía, pero me gusta entrar desde el guion. Aunque es más larga la chamba, es divertido: tirar una idea del tema y proponer. Depende del proyecto, porque también es muy bueno entrar a contra imagen, cuando ni siquera has leído el guion, sólo te llegan unos cortes y, a partir de ahí, punteas ideas con el director, porque estás viendo el filme de cierta manera. Me gustan ambas formas.

–¿Qué sería hoy día del cine sin su narración sonora?

–Hace totalmente palpable la historia. El sonido y la música dan toda la vida a la cinta. Te meten al mundo de la película, y cuando es muy sonora, desde las primeras notas dices: ‘uta madre, ya estás dentro de la historia’. El sonido es inmersivo; es vivir el momento perfecto del filme. Hay momentos en el cine que te hacen, incluso, oler.

–¿Trabajas con el silencio o eres de los que lo usa cuando éste tiene que llegar?

–Trabajo mucho con él. Comenzando con el que te hace parar, el que te detiene y pone en un estado meditativo, o está el que simplemente te hace apagar el estudio e ir a tu jardín a escuchar a un pájaro. El silencio real de la música. También hay algunas imágenes que necesitan un silencio. Un respiro. Cuando trabajo contra-imagen leo la actuación, observo a los actores, los dejo respirar y si en la escena lo dan todo, no pongo música.

“En pandemia, el silencio hace que el domingo sea eterno, puedes escuchar a los pájaros… pero también es el tiempo de agradecer. Me ha ayudado bastante, porque pude trabajar en cosas pendientes, como en mi EP de seis rolas (del que ya lanzó algunos sencillos, como Humans, Deep Sound y The Golden Rule, que hizo con el guitarrista de Zoé, Sergio Acosta)”.

Por lo pronto, en unos meses lanzará su EP, y con Zoé saldrá en una nueva gira por Estados Unidos, en agosto. “Soy comodín en el bajo (campechaneando con el de base, Ángel Mosqueda) y en teclados; también soltando samplers, pads… Sumando para Zoé”.

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