Por Marcia Koryna Hernández Hernández 

La verdadera literatura se crea tal cual se profesa un gran amor, real, único: a través de la convicción y certeza interna, de percibir lo oculto, profundo, esencial, vivo, que emana del hombre y lo rodea, y en cómo se describe para enamoramiento de los demás. MKHH

Con neblina abundante y la tarde lluviosa que anteceden al otoño, en la bella capital de Veracruz, Xalapa, nace en 1926 el escritor Sergio Galindo. Para algunos, muy conocido, para otros, habita en la penumbra de los pocos reseñados autores veracruzanos.

Somos dados a olvidar lo no conveniente, respuesta defensora de la memoria humana, así mismo, la memoria nos salva cuando los recuerdos dan solidez y razón de la propia existencia. En la obra narrativa de Sergio Galindo, creada en historias de antaño, nos rescata y pone un suelo firme, terroso debajo de nuestros pies, un paisaje puro, diáfano, cercano hasta el punto de habitar dentro de sus escenarios.

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Así como Juan Rulfo nos describe con maestría los espacios naturales, de un México de raíces profundas y ancestrales; Galindo enriquece su obra entregando imágenes poéticas, sencillas de los alrededores de su tierra, lugares cercanos a su amada ciudad, Xalapa; en uno de ellos siembra esta novela, un lugar (existente), llamado El Bordo.

No evade ningún objeto, gesto o movimiento, todos le son necesarios en la precisión de los detalles de esta historia cual si fuese una perfecta máquina de reloj, sobretodo, para vivir la humanidad de sus personajes, escuchando sus pensamientos mientras crujen los leños que arden; el lector queda estático mirando al fuego, sentado en el tapete grueso y gris que está frente a la chimenea. Escuchamos las charlas a la hora de la comida, la familia reunida alrededor del comedor libera comentarios de viejas rencillas, envidias, opiniones innecesarias, dolores y recelos que existen entre los integrantes, natural en toda familia decente. Caminamos sobre los verdes prados de El Bordo y cuando la neblina se enseñorea, recibimos en el rostro esos filosos y diminutos cristales helados que el viento lanza durante el invierno.

La palabra escrita de Sergio Galindo en esta obra, atañe al ser humano en su hábitat; es decir, considera de vital importancia la reacción y acción que genera el espacio que rodea al hombre, por consecuente, no presenta características y conductas del personaje como una individualidad apartada en un entorno parco, nimio, ausente; sus personajes son una proyección del paisaje. La mujer serena que  camina por el prado, el majestuoso paisaje ante sus ojos y el viento helado le hacen sentir valiente y resuelta ante un nuevo estilo de vida; la mujer autoritaria que se encierra con sus amarguras y riquezas en su habitación rodeada de muebles lujosos, testigos de los cada vez más abundantes llantos; la que vive del recuerdo jugando entre sus manos un rosario recorriendo las habitaciones de su grandiosa casa, invocando la presencia del fantasma de su marido, para que dé calidez a las congeladas paredes que la rodean; la esposa obsesiva por obtener la majestuosa propiedad de sus bisabuelos en la bella ciudad de Xalapa, única evidencia de la grandeza y poderío de una familia europea que conoció la buena vida hasta el despilfarro; aunada a ella, otra sobreviviente, que cuida con celo el  apellido familiar como valioso e irrepetible suceso, la alcurnia le acompaña eternamente. Personajes femeninos dibujados en paisajes verdes y grises con su inteligencia y fiereza ateridas en el pueblo, en actividades domésticas, afectivas y muy pocas sociales. De igual manera, con honesta develación, muestra las debilidades y temores que el varón oculta a cualquier precio para no perder validez ante una sociedad, ¡qué va! Ante su familia que se lo exige. Equilibrio constante  y necesario en el realismo y sencillez que habitan en la cotidianidad. Grandiosa y asertiva palabra cual artista plástico, al mostrar la transparencia de un pueblo, una tierra, un paisaje, una familia.

Su inefable deseo de transformar e interferir en el pensamiento del mexicano respecto a su patria, a su raíz, en otras palabras, entender su identidad, es inminente y reflejado en su historia gracias a la naturalidad con que evoca sus espacios siendo inevitable el remontar a los recuerdos propios, en aquellos donde aparecen figuras como la vieja casa de nuestros abuelos, la tía que guardó sus secretos con autoridad, y su generosidad nunca cesó; o la visita muy de mañana a los corrales de las gallinas para levantar diez o quince huevos; las historias de la tarde que contaban los mayores alrededor de un fogón donde se asaban elotes recién cosechados. Qué privilegio haber compartido un espacio rodeado de naturaleza lo que los citadinos llamaban “provincia”, que dicho sea de paso, en esta obra El Bordo, Galindo describe  la provincia de la siguiente manera, en boca de uno de sus conocidos personajes, Amelia Landero, cito:

-Le digo que es provinciano- dijo Esther…

-No, niña, la provincia ya no existe, la rapidez para viajar de un extremo a otro la ha nulificado; ahora somos reproducciones más o menos inexactas y grotescas de la capital; del mismo modo que la capital es reproducción inexacta y grotesca de París, de Nueva York, de cualquier gran ciudad… A base de imitarnos hemos perdido la pureza de lo provinciano… Antes, hija mía.

Encuentro en Galindo la más sólida e indestructible base literaria sobre la cual sus novelas edifican un pasado vigoroso, real y activo en este presente; donde la obra precedente se puede asir en la construcción de historias nuevas no basadas en una temática de moda, sea social o existencial, sino en la continua vivencia del hombre en su hoy y ahora.

El hombre, Sergio Galindo, no sólo escribió como único protagónico de su trabajo con miras a un  reconocimiento, su amor a la tierra que le vio nacer y a la literatura le obliga, como amorosa entrega, a  exponer y materializar sus pensamientos a través de la creación de medios que permitieran difundir la importancia del movimiento literario en México; incluyendo, la publicación y distribución de literatura. Es así, que inicia el exitoso proyecto editorial dentro de la Universidad Veracruzana en el año de 1957, y es funda la revista La Palabra y El Hombre. Años después asume la dirección general del Instituto Nacional de Bellas Artes (1974-1976).

Sergio Galindo, orgullosamente veracruzano, hombre de palabra y de abundante creación literaria, ícono amoroso de la ciudad de Xalapa, de las historias escondidas y cotidianas del estado de Veracruz y lo más valioso, instrumento vigente y activo en la constante tarea: Libros al alcance de todos.

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