En junio del año pasado, el ruso Eduard Limónov fue una de las “estrellas” invitadas a la Feria del Libro de Madrid. La editorial independiente Fulgencio Pimentel acababa de publicar por primera vez en español El libro de las aguas, autobiográfico y escrito tras las rejas a principios de este siglo, cuando el gobierno de su país lo encarceló por “terrorismo, conspiración contra el orden constitucional y tráfico de armas con la intención de invadir Kazajistán”. Así que por eso —y por las fascinantes contradicciones, misterios, excesos y ambigüedades descritas por Emmanuel Carrère, el biógrafo que lo catapultó a la fama— fui al Parque del Retiro para conocerlo y hablar con él.

Tenía 76 años, que no aparentaba, y nada en su aspecto, ni en sus formas, reveló en aquel encuentro a un hombre enfermo, ni siquiera frágil, a pesar de su intensísima vida, y sin embargo, el pasado martes, al darse a conocer su fallecimiento en un hospital de Moscú, sus camaradas contaron que llevaba tiempo enfermo de cáncer, que eran frecuentes sus internamientos en el hospital y que se había sometido a varias operaciones, cuyas complicaciones acabaron con su vida.

VOCACIÓN LITERARIA

Eduard Veniamínovich Savenko —su nombre completo— nació en 1943 en Dzerzhinsk, una ciudad industrial ubicada a 800 kilómetros de la capital rusa, pero creció en Járkov, hoy la segunda ciudad más grande de Ucrania, el sitio adonde fue destinado su padre, un militar de duro carácter que sirvió de modelo para el pequeño Eduard, hasta que su miopía le impidió hacer el servicio militar y optó por dedicarse a leer, beber y robar, actividades que lo llevaron a pasar parte de su adolescencia en un reformatorio y en un hospital psiquiátrico.

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Pero en el desmadre llevaba implícita la vocación literaria y, poco después de cumplir 15 años, logró publicar en una editorial underground un puñado de poemas bajo el seudónimo de Ed Limónov, apellido compuesto por “limón” y “granada o bomba de mano”, con el que lograría trascender en el mundillo de las letras. Más tarde empezó a encapsular su vida errante, sin pudor y con efusividad exhibicionista, en Historia de un servidor, Diario de un fracasado o Soy yo, Édichka. Con esos libros se ganó un respeto como ensayista, novelista, agitador cultural y activista político. Vivió la década de los 70 del siglo pasado en Nueva York y la década de los 80 en París. En la capital francesa fue donde conoció, y deslumbró, a Emmanuel Carrère, quien luego lo retrataría como si fuese un estrafalario y desmesurado personaje de ficción, despertando así el interés del público occidental por este hombre que volvió a “casa” después de la caída de la URSS y, antes de fundar dos partidos políticos, planear un ataque armado y dedicarse a criticar con firmeza a Vladimir Putin, creó el concurso ‘La chica más bella de Rusia’, cuyo premio para la ganadora era pasar una noche con él.

Con un look “a lo Trotsky”, Limónov llegó en junio como todo un rockstar al soleado Retiro de Madrid. Yo no hablo ruso, él no quiso hablar en inglés, pero pudimos comunicarnos gracias a una traductora llena de paciencia y el resultado se publicó en Laberinto.

“Tengo una novia. La veo los fines de semana, porque está casada con su marido. Mi primer hijo nació cuando yo tenía 63 años. Mi hija, cuando tenía 65. Con 22 años pensaba que no sobreviviría a los 30, que nunca procrearía y, sin embargo, ahora soy padre y sigo vivo”, me confió. No lo parecía, pero por dentro el escritor incendiario ya se estaba apagando.

CLAVES

EL PROFETA

Limónov se proclamaba como “aquellos profetas de la Antigüedad a los que nadie escuchaba, y tengo la obligación de decir lo que pienso”.

LAS MUJERES

Consideraba que la causa feminista ha desatado “demasiado remordimiento”, para luego afirmar: “No soy simpatizante de las mujeres por la simple razón de que no soy una de ellas”.

EL SISTEMA

En materia de política, decía el autor ruso, “ya no existe la izquierda o la derecha. Hay un sistema y los enemigos del sistema”.

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