Carlomagno Sol*

Los designios de Camaxtli (2020) novela escrita por Héctor González Aguilar, tiene varias virtudes. Como prosa de historiador, lo que todo lector agradece es el adecentamiento de una escritura que ha sido depurada de ampulosidades, sujetos largos –tan estirados que poco falta para que la mano derecha no logre alcanzar su predicado–, excesivo uso de las frases parentéticas y tantos otros vicios que reprueba el juicio de cualquier buen lector.

Cabe decir que la cultura mexicana ha hecho brutalmente caso omiso de su historia. Quizás, desde la perspectiva de una actualización constante de esos valores, podamos constatarlo en esa gran población de mexicanos que fueron brincados por la abusiva y descarada expansión del país del norte. Arriba de la frontera norte de México, las artes visuales cultivan un presente, amalgamando pasado y presente; por una parte, con imágenes de las figuras míticas de un pasado glorioso de poderosos guerreros mexicanos que destacaron a lo largo de los siglos prehispánicos. Ejemplos como este los hay también en la plástica que recrea héroes de la historia de la Independencia y de la Revolución. Por otro lado, también en la época actual hay un presente con una riquísima manifestación de temas de los cuales la actividad de las artes plásticas da cuenta de ello. Hay mucho más, porque también existe una literatura propia y un presente vital que exige identidad como cultura fronteriza que no se deja domeñar por la usanza anglosajona. La cultura de Los Ángeles, California, por ejemplo, tiene valores culturales anclados en un pasado remoto cuya práctica contemporánea que, muy de suyo, los identifica como una sociedad en constante avance con signos de identidad muy propia; algo que en el México central ha sufrido una merma en los tiempos actuales.

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México es un mosaico heterogéneo que actualmente adolece de la presencia de valores históricos, pero que ahí están, dormidos, olvidados, soterrados por la incultura histórica que los gobiernos apátridas se han encargado de sesgar haciendo caso omiso de la responsabilidad ética, moral y social que todo gobierno debe tener para relacionar el origen y dialéctica histórica de un pueblo al que como autoridades deberían servir al pueblo que los eligió. Un país se reduce a una faceta ignara cuya consecuencia lo orilla a ser presa de la ideología neoliberal que, como rasgo distintivo, está la ausencia de todo compromiso social efectivo.

Sin raíces, una nación es presa fácil de la ideología de derechas. Los gobiernos de varias décadas atrás han dejado irresponsablemente en un desierto de incultura histórica a la nación mexicana. Tras siglos de abyección, lo que menos quiere mover la derecha es ese pasado porque podría despertar las conciencias y la voz de la población. Pero por supuesto que podría haber un rescate en el baúl de la historia de México y ser manifestación de textos literarios o películas como sucede en países con momentos históricos señeros que son trasladados al cine. En México podrían darse largometrajes con el protagonismo de héroes como Tlahuicole; el gran guerrero tlaxcalteca, temerario y audaz, quien, a pesar de su baja estatura, tenía una fuerza descomunal: En su momento, hubo guerras entre tlaxcaltecas, huexotzincas y mexicas; Tlahuicole destacó en todas ellas cuando gobernaba Moctezuma Zocoyotzin. A pesar de haber participado en las batallas de diferentes lugares, jamás traicionó al imperio de Tlaxcala, su pueblo. Ante el ofrecimiento del emperador de ser capitán de su ejército, Tlahuicole rechaza la proposición por lo cual es condenado a morir sacrificado. Frente a esta suerte, pide le sea concedido morir con honor y luchar contra todos los mejores guerreros de su ejército que quisieran contender en su contra. Devastó a una gran cantidad de los grandes aguerridos y destacados campeones águila y tigre. A pesar de esa gran proeza, al final fue vencido y sacrificado al dios Huitzilopochtli.

En Los designios de Camaxtli podemos señalar que a todas luces el basamento de la narración es la ficcionalización de un trecho de la historia de México que permite al lector asistir a los usos y costumbres diplomáticos y políticos, y las consecuencias que toda guerra tuvo en los pueblos prehispánicos del golfo y del centro del país. No hay consecuencias sin causas; pero las más de las veces sólo conocemos las consecuencias y no las causas. Sería demasiado pobre pensar que la novela solamente se ajustará a dar una retahíla de resultados cuando en realidad vale la consideración de los conocimientos de causa. Bajo estas aristas, lo que le da integridad ejemplar es el justo valor de la recreación de la atmósfera, el entorno y los actores que entreteje la narración. 

En el primer capítulo, «El talismán», de la novela La peau de chagrín (La piel zapa), de H. Balzac, el protagonista entra al negocio de un anticuario y con él asistimos a ver a detalle la innumerable riqueza de antigüedades que hay en la tienda. El autor de La comedia humana, no escatima tinta, su realismo escudriña los vericuetos más recónditos del alma a través de la pormenorización de atmósferas y entornos. Así, haciendo gala de la maestría de su vena realista la cual es el estilo de la obra balzaciana, desde el inicio del primer capítulo describe con prolijidad el mundo (es decir, el bajo mundo) en que se mueve el innominado protagonista, hasta llegar a una tienda de antigüedades de la que junto con él somos testigos de la profusión, detalle a detalle, de la magnífica descripción de las antiguallas. 

El valor importante de la novela realista es la descripción. No se trata de la justa dimensión de la exposición de la realidad histórica porque para ello está el discurso historiográfico o el social, así como otros tantos de los que se distingue el discurso de la prosa narrativa de ficción. Eso es: ficción. Aquello que amplia, reconstruye por medio de la ficción no cómo fue, sino cómo pudo haber sido.

Así, de acuerdo con el valor literario de la descripción, traigo a colación un fragmento de la Visión de Anáhuac de Alfonso Reyes:

El pueblo se atavía con brillo, porque está a la vista de un gran emperador. Van y vienen las túnicas de algodón rojas, doradas, recamadas, negras y blancas, con ruedas de plumas superpuestas o figuras pintadas. Las caras morenas tienen una impavidez sonriente, todas en el gesto de agradar. Tiemblan en la oreja o la nariz las arracadas pesadas, y en las gargantas los collaretes de ocho hilos, piedras de colores, cascabeles y pinjantes de oro. Sobre los cabellos, negros y lacios, se mecen las plumas al andar. Las piernas musculosas lucen aros metálicos, llevan antiparas de hoja de plata con guarniciones de cuero –cuero de venado amarillo y blanco. Suenan flexibles las sandalias. Algunos calzan zapatones de un cuero como de marta y suela blanca cosida con hilo dorado. En las manos aletea el abigarrado moscador, o se retuerce el bastón en forma de culebra con dientes y ojos de nácar, puño de piel labrada y pomas de pluma. Las pieles, las piedras y metales, la pluma y el algodón confunden sus tintes en un incesante tornasol y –comunicándoles su calidad y finura– hacen de los hombres unos delicados juguetes.

Reyes, Alfonso. Visión de Anáhuac, en Obras Completas, t. ii., pp.18-19.

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Bajo el principio de lo dicho a propósito de La piel de zapa y el ejemplo que acabo de leer, en Los designios de Camaxtli, dos de las innumerables virtudes que tiene se relacionan con el estilo realista congénito de la descripción; además de la relación estrecha que, observación aparte, siempre han tenido el discurso literario con el filosófico, el social y el historiográfico donde se puede advertir cómo se entrecruzan. En el discurso literario de Los designios…, a través de la descripción, se engarza el discurso historiográfico con el de la ficción. Algo muy distinto, por ejemplo con la prosa narrativa no ficcional del historiador Luis González y González, donde se puede advertir, sin duda alguna, que se trata de un discurso historiográfico aunque en el estilo rompa con el canon que le compete al historiográfico al emplear un lenguaje desenfadado, donde hay palabras y frases propios del habla cotidiana, lo cual en nada se pierde el rigor canónico de los asuntos históricos.

Alfonso Reyes nos ofrece una estampa muy viva en que se describe a detalle el ajetreo de la gran Tenochtitlan en un día en que la urbe prehispánica está presidia por el «gran emperador». La recreación, con predominio visual, mediante la ostentación de pormenores, lleva al lector a participar de manera vívida del gran espectáculo donde se da cita el pueblo en un día de gran fiesta y algarabía. 

El abordaje de un tema histórico con el lujo de las grandes facultades de la descripción literaria hace que el lector sea trasladado y ser testigo de las palabras, los gestos, los hechos, etcétera, de un momento de la historia de México.

Los designios… aparte de su belleza descriptiva, que trae al presente del lector de cualquier época, el pasado histórico de los pueblos que participaron en su momento. Hay en esta novela excelente prosa, un concienzudo manejo de sucesos históricos, una recreación de los mismos que dejarán sorprendido al lector, por el conocimiento cabal del hecho histórico que recrea, además de una excelente muestra de una trayectoria de estilo que refleja ser ya una apropiación de su autor. Veo que muy bien cuadra como tema de lo dicho al principio de esta presentación que en esta novela de Héctor González puede sugerir el rescate de las mismas intenciones como las que Alfonso Reyes expresara a Antonio Mediz Bolio, cuando a raíz de la publicación de Visión de Anáhuac, le confiesa en una carta:

Yo sueño en emprender una serie de ensayos que habían de desarrollarse bajo esta divisa: En busca del alma nacional. La Visión de Anáhuac puede considerarse como un primer capítulo de esta obra, en la que yo procuraría extraer e interpretar la moraleja de nuestra terrible fábula histórica: buscar el pulso de la patria en todos los momentos y en todos los hombres en que aparece intensificado: pedir a la brutalidad de los hechos un sentido espiritual, descubrir la misión del hombre mexicano en la tierra, interrogando pertinazmente a todos los fantasmas y las piedras de nuestras tumbas y nuestros monumentos. Un pueblo se salva cuando logra vislumbrar el mensaje que ha traído al mundo: cuando logra electrizarse hacia un polo, bien sea real o imaginario, porque de lo real y lo imaginario está tramada la vida. La creación no es un juego ocioso: todo hecho esconde una secreta elocuencia, y hay que apretarlo con pasión para que suelte su jugo magnífico. ¡En busca del alma nacional! Esta sería mi constante prédica a la juventud de mi país. Esta inquietud desinteresada es lo único que puede aprovecharnos y darnos consejos de conducta política. Yo me niego a aceptar la historia como una mera superposición de azares mudos. Hay una voz que viene del fondo de nuestros dolores pasados; hay una invisible ave agorera que canta todavía: “tihuic, tihuic”, por encima de nuestro caos de rencores. ¡Quién lograra sorprender la voz solitaria, el oráculo informulado que viene rodando de siglo en siglo, en cuyas misteriosas conjugaciones de sonidos y de conceptos todos encontrásemos el remedio a nuestras disidencias, la respuesta a nuestras preguntas, la clave de la concordia nacional!

                                                                                                  (Deva, el 5 de agosto de 1922)

Como si se tratara de un eco recobrado del gran proyecto de Alfonso Reyes y, semejante Al filo del agua, novela en la que Agustín Yáñez alude el avecinamiento de una tormenta, al recrear el preludio del inminente estallido de la Revolución mexicana, la novela de Héctor González, Los designios de Camaxtli, hacen justicia a tan necesario y anhelado objetivo y nos sitúa en el momento en que se avecina una gran conmoción que al lector tocará ser testigo.

*Escritor e investigador. Doctor en Letras por la UNAM, fue director del Instituto de Investigaciones Lingüístico-Literarias de la UV.

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