“Verde que te quiero verde…”.

“El sueño de la razón produce monstruos”.

“Muero porque no muero…”.

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“Poderoso caballero es don Dinero…”.

Cuatro frases de las que no hace falta nombrar al autor o autora. Forman parte del imaginario colectivo español. Llevan a Lorca, Goya, santa Teresa y Quevedo sin hacer esfuerzo. Uno de ellos no es escritor y, sin embargo, con su aforismo sobre el sueño de la razón, Goya (Fuendetodos, Zaragoza, 1746 – Burdeos, 1828) resume y refleja su época. Un autor de sentencias cargadas de contenido.

El sueño de la razón produce monstruos (1797-1799). Museo del Prado

Un trazo que esta vez va en forma de texto y no de pincelada. Verbaliza una idea. José Manuel Matilla, jefe de Conservación de Dibujos y Estampas del Museo del Prado y comisario de Goya. Dibujos. “Solo la voluntad me sobra” (en la pinacoteca hasta el 16 de febrero), reconoce que aún no se ha analizado con profundidad el valor literario, de síntesis y con una clara intención de los escritos del pintor. No hay un estudio general que se ocupe de lo que pretendía con ellos. Se han tratado de forma parcial, sobre todo las series de estampas, pero no así los que acompañan a los dibujos. Afirma el experto que todavía quedan muchos asuntos pendientes en Goya. Pero de este, en concreto, se van a ocupar en el futuro catálogo razonado: “A través de una colaboradora, una investigadora, vamos a profundizar en la etimología y la procedencia de estas frases sobre todo lo que tenga que ver con la época de los Caprichos y del Cuaderno B [1795-1797]”, explica.

Sus cartas sí están analizadas. Las que escribe a su amigo de la infancia Martín Zapater retratan al Goya menos artista, al más personal. En la caligrafía del pintor se pueden leer sus pensamientos, intereses, logros y las noticias que le da al compañero que dejó en Zaragoza y al que permanece unido por sus raíces, sus círculos de amigos y familiares. Utiliza un lenguaje lleno de modismos aragoneses que nunca abandonó –tampoco en los textos de los dibujos– así como expresiones ya desaparecidas y de gran popularidad en el habla coloquial del siglo XVIII.

Pero las inscripciones que acompañan a sus estampas y dibujos no están investigadas. Un poco más las de los Caprichos, el Cuaderno B o de Bordes Negros y los dos álbumes de Burdeos (G y H). La imagen es inherente al texto, todas van acompañadas de estas sentencias que la redondean, la explican, la rematan o le añaden ambigüedad. Las crea a la par. Son libros de ideas representadas tanto por escrito como por líneas de dibujo. En otros casos, como el Cuaderno C, los textos pueden ser añadidos posteriores o incluso no existir –hay que tener en cuenta que muchos son preparatorios; en estos se añade en la plancha del grabado–. Los epigramas funcionan igual que la  parte gráfica, en ellos expresa sus preocupaciones e intereses: la muerte, la situación de las mujeres, la violencia, la guerra, los marginados, la vejez… En resumen, la condición humana y los acontecimientos políticos, sociales y económicos que la rodean.

No hay un consenso para denominar estas frases. Matilla habla de ellas de manera coloquial como títulos, al menos funcionan así en las cartelas de la muestra, pero reconoce que para Goya nunca cumplieron esta función, no son lo que se entiende como título, el nombre de una obra. “Los ingleses lo llaman captions”, señala el comisario (como para los comentarios que acompañan las fotos en Instagram, aunque muchos de los grabados y dibujos creados por Goya distan del espíritu de felicidad que impera en esta red social). En las fichas catalográficas son consideradas inscripciones.

‘Venganza contra el alguacil Lampiños’ (1812-20). The Metropolitan Museum of Art, Nueva York

Falta por determinar las fuentes de las que bebe Goya para construir estas creaciones en forma de palabras. Se sabe que conoció las estampas satíricas tanto inglesas como francesas, donde ya aparecen estas inscripciones. Como todo gran artista se inspira y luego esa inspiración la hace propia, lo que hoy se ha querido llamar apropiación cultural y no son más que las influencias que todos los creadores tienen. Goya toma algunos de sus textos de noticias de periódicos: por ejemplo, Muerte del alguacil Lampiños, por perseguidor de estudiantes y mujeres de fortuna, las que le echaron una lavativa de cal viva (1812-1820), del Cuaderno F, un suceso que debió de ser sonado en su momento. Es bastante probable que conociera a los escritores y periodistas del periódico El Censor, ya que tratan temas similares. También toma referencias literarias: El sí pronuncian y la mano alargan al primero que llega es un capricho de entre 1797 y 1799 que toma una sátira de Jovellanos para criticar los matrimonios por interés. El grabado representa a una joven con un antifaz que da la mano a un hombre mucho mayor que ella. Varias viejas desdentadas acompañan la escena, esta vez el texto complementa perfectamente la imagen. Además de con este literato tuvo relación con otros como Moratín o Ceán Bermúdez.

La sutileza de una coma

‘Buena muger, parece’ (1808 – 1814). Museo del Prado

Y a pesar de lo desconocida que es la parte de escritor de este pintor, no hay duda de que sabe escribir y sabe escribir porque ha leído. Otro de los aspectos que aún están por averiguar de Goya tiene que ver con su biblioteca, de la que se desconoce su inventario. Juega con la pluma como con el pincel, a base de detalles, de sutilezas como la importancia de los signos de puntuación. De ahí que se haya corregido la aguada del Cuaderno C, Buena muger parece, que habitualmente se ha dicho todo seguido omitiendo la puntuación y perdiendo así el matiz que le otorga la pausa que incluyó Goya, Buena muger, parece.

Dijo Manuela Mena, la otra comisaria de la exposición, en una ocasión en el Museo de Bellas Artes de Bilbao que la factura pictórica de Goya era económica, limpia y precisa, “con menos consigue más que los demás”. Se refería a su pincelada pero es igual de válido para sus textos.

Si “El sueño de la razón produce monstruos” es inherente a Goya y a la Ilustración, el texto que da nombre a esta muestra es puro Goya, pura energía incluso en su vejez. Es parte de una carta formal al político, comerciante y editor Joaquín María Ferrer: “… Ni vista, ni pulso, ni pluma, ni tintero, todo me falta, y solo la voluntad me sobra”.

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