Montaigne ha pasado a la historia como escritor principalmente, pero es mucho más que eso. Fue un filósofo, un moralista, un político y un humanista. Fue muchas cosas, pero siempre con la modestia de quien no se consideraba mejor que nadie. Vamos a fijarnos en 10 claves de su vida que, más que una biografía detallada o un estudio pormenorizado de su obra, lo que tratan es de ofrecernos una imagen general del autor francés, de manera que podamos hacernos una idea de quién fue y qué significó Michel de Montaigne.

1 Creador de un género propio. Ante todo, a Montaigne se le conoce por ser el creador de un nuevo género literario: el ensayo. Si bien las características de este estilo ya habían sido utilizadas por otros autores en mayor o menor medida, fue Montaigne el que lo denominó así y quien detalló cuáles eran sus principales características. ¿Y qué es un ensayo? Básicamente se trata de un texto que plantea una reflexión seria sobre la condición humana a partir de la visión, experiencia u opinión del autor. Un texto ciertamente subjetivo en el que ha de primar la cercanía, la sencillez y la claridad estilística, mientras se intenta analizar e interpretar un tema concreto.

La temática del ensayo es amplísima, pues puede hablar de cualquier cosa —algo que queda bien patente en los Ensayos—, por lo que es quizás más adecuado fijarnos en el tono del texto a la hora de identificarlo: una argumentación sustentada por la razón. El problema es que hay otros textos que se dedican a hacer eso, como los tratados, los manuales, etc. ¿En qué se diferencia de ellos el ensayo entonces?

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2 El ensayo no cree estar en posesión de la verdad absoluta. Este es un punto en común de toda la obra de Montaigne y ha pasado a ser una de las características principales del género ensayístico. Montaigne no trata nunca de aleccionar al lector. No es una maestro ni pretende actuar como tal. No se cree más listo que quien lo lee. Es un escritor mucho más cercano de lo que uno pudiera pensar.

El ensayo no tiene una estructura fija y no trata de refutar la opinión o teoría de nadie. Tampoco defiende con ahínco su tesis. No tiene otro fin que la búsqueda de la verdad, alejándose para ello del dogmatismo, la ignorancia, el fanatismo, etc.

Montaigne creía firmemente, como Sócrates, que la ignorancia era la fuente de todo mal y que teníamos que luchar contra ella. Pero también creía que una idea a la que nos plegásemos porque sí no podía tener validez, de manera que era más importante la propia reflexión y búsqueda para hallar la verdad. Y eso y no otra cosa son sus ensayos: la visión personal y razonada de Montaigne acerca de todos los temas que le interesaban, pero con ese punto de humildad del que carecen otros autores.

Era plenamente consciente de la singularidad de su obra. Montaigne no quería sentar cátedra o imponernos su criterio, sino invitar al lector a su mente y dejar a su elección el compartir o no sus reflexiones. Y esa pauta se traslada a todo el género, pues no cree haber encontrado certezas definitivas, sino que es un texto en continuo movimiento.

Montaigne no trata de sentar cátedra o imponernos su criterio, sino que invita al lector a su mente y deja a su elección el compartir o no sus reflexiones

3 La sabiduría como fin. En los textos de Montaigne, una idea parece primar sobre todas las demás: su alta estima por el ser humano; el respeto al concepto de este que tenía. Montaigne es uno de los autores de su época que mejor retratan la importancia no solo de conocerse a uno mismo, sino de ser capaz de ponerse en los zapatos del otro y entenderlo, de empatizar con él. El autor empezó a escribir los Ensayos precisamente con esa intención: conocerse mejor a sí mismo, entender por qué pensaba lo que pensaba y pulir aquello que, tal vez, no gozaba de la claridad o racionalidad que esperaba. Ante todo, quería poder decir que sus ideas no eran impuestas o aceptadas sin más, sino que había algo detrás, un trasfondo sobre el cual podía explicar el porqué de tal o cual afirmación.

El propósito de Montaigne era conquistar la sabiduría, pero siendo consciente siempre de que podía estar equivocado. Esa es una de las razones de la tolerancia que nos ofrece: no puede decir si él está en lo cierto y los demás equivocados, pero no lo pretende tampoco. La vanidad del que se cree que todo lo sabe es el principal impedimento que encuentra Montaigne para alcanzar esa libertad. Sabe que debe conocerse y hacerse preguntas para poder ser libre, para no estar sujeto a los demás; pero sabe también que esa es una tarea que jamás tendrá fin, un camino que nunca acabará.

4 Escepticismo. Si tuviéramos que poner una etiqueta a Montaigne como filósofo, sería esta: escéptico. Su pensamiento es del todo relativo, casi podríamos decir que inseguro. Opina, duda y reconoce que muchas de sus tesis están muy influenciadas por las emociones que siente en cada momento y por las circunstancias que le están tocando vivir. Se trata, por tanto, de un pensador de mente abierta, dispuesto a reconocer los aciertos de los demás y los errores propios.

Hay que destacar que Montaigne vivió una época muy convulsa, donde los enfrentamientos entre católicos y protestantes eran frecuentes y donde se sucedieron plagas y epidemias muy virulentas que diezmaron a la población del continente. Él era católico, pero muy moderado, y por tanto, alejado del fanatismo de unos y otros. Del mismo modo que era capaz de defender su catolicismo, era capaz de observar ciertos errores, lo mismo que pudo hacer con el protestantismo. Esta actitud le granjeó tantas amistades como enemistades, pero le convirtió en un mediador acertadísimo.

Montaigne no es un radical, porque no se siente al 100% en posesión de la verdad. No es intolerante, porque no tiene certeza alguna de que su opinión sea la única válida

No deja de ser curioso que todo ello nazca de su escepticismo. Montaigne no es un fanático porque no sabe qué sabe realmente. No es un radical, porque no se siente al 100% en posesión de la verdad. No es intolerante, porque no tiene certeza alguna de que su opinión sea la única válida. Algo que normalmente tiene una connotación peyorativa es para Montaigne la causa de la mayoría de sus virtudes.

5 Lector voraz. Leyendo los Ensayos, es fácil constatar la vastísima cultura que atesoraba Montaigne. Retirado de la vida pública, se recluyó en la biblioteca que tenía en la torre de su castillo, dedicando la mayor parte de sus últimos años a la lectura constante. En el libro cita con soltura y en diferentes idiomas a decenas y decenas de autores que se entrelazan perfectamente con sus teorías.

Hay que destacar que no se trata de un bagaje cultural desarrollado únicamente por sí mismo. Montaigne gozó de una buenísima educación ya desde la cuna. Su padre, Pierre Eyquem, quiso hacer de él un humanista, abierto y cosmopolita, de ahí que hiciera que, durante los primeros años de vida de su hijo, este fuera instruido por un tutor alemán que solo le hablaba en ese idioma y en latín, que sería la lengua materna del pequeño. Después le obligó a aprender griego, y no sería hasta los 7 u 8 años cuando aprendería francés. Cursó más tarde estudios de Filosofía y Derecho y tuvo todas las facilidades que la posición social de su familia podía ofrecerle.

Su lengua materna fue el latín. De hecho, no aprendió la lengua de su país, el francés, hasta los 7 u 8 años de edad

6 Virtud ante todo. Montaigne trató de vivir su vida de la manera más virtuosa posible, pero se cuidó muy mucho de llevar las cosas al extremo. Fue en ese sentido un personaje tan pragmático como coherente, pues si bien apostaba por diferentes limitaciones en vida, todas ellas tenían como objetivo que esta fuera lo mejor posible y menos traumática. Por ejemplo, a diferencia de otras corrientes filosóficas o religiosas, Montaigne, sin ser un hedonista, entendía el valor del placer y consideraba que, si bien la templanza era una virtud necesaria para regularlo, negarlo o tratar de eliminarlo de la vida no era en modo alguno una actitud sabia. Consideraba que muchos de nuestros apetitos, buenos o malos, existen porque son parte de nuestra naturaleza, y no tienen por qué ser erradicados. Lo malo en sí mismo es el abuso o el descontrol, pero no sentir la emoción en sí. De esta manera parece inclinarse por una virtud aristotélica, donde el justo medio parece ser el mejor camino entre dos opciones.

7 Un ciudadano influyente. A lo largo de su vida, Montaigne ocupó diversos cargos políticos, en los que destacó casi siempre. Tras acabar Leyes en Toulouse, participó como consejero de corte en Perigueux, siendo también parlamentario en dicha ciudad. De 1559 a 1561 se trasladó por primera vez a París, donde tomaría parte activa en la política de la corte parisina.

Al morir su padre, retornó a las tierras de su familia para hacerse cargo de estas y entonces tomó la decisión de dedicarse a estudiar, leer y escribir, pese a no abandonar del todo su papel institucional y diplomático. En 1577 fue nombrado gentil hombre de cámara del futuro rey Enrique IV, y poco después Caballero de la Orden de Saint Michel, por aquel entonces la más alta condecoración. También fue nombrado alcalde de Burdeos y su labor fue tan excelente que se le reelegiría en el cargo durante varios años más. Todo ello mientras publica sus Ensayos (1580), convirtiéndose en un hombre de gran fama y prestigio no solo a nivel social y político, sino literario e intelectual, lo que no quita que sufriera algunos reveses: en medio de las tensiones políticorreligiosas del país, sería brevemente encarcelado, pero liberado por su amistad con Catalina de Médici, esposa de Enrique II de Francia.

“Léelo de principio a fin, y cuando lo termines, vuelve a leerlo. Es una maravilla”. Gustave Flaubert, sobre los Ensayos

La influencia de Montaigne es enorme. Su pensamiento puede notarse en la obra de Blaise Pascal y René Descartes; en Goethe y Emerson; e incluso en escritores de la talla de William Shakespeare, Marcel Proust o Gustave Flaubert (se cuenta que este, en una carta a George Sand, le recomendaba la lectura de los Ensayos con esta nota: “Léelo de principio a fin, y cuando lo termines, vuelve a leerlo. Es una maravilla”). Incluso el siempre polémico y feroz Friedrich Nietzsche se rindió al genio del francés, afirmando que su vida hubiera sido mucho más llevadera de haber convivido con un personaje como él.

8 Padre adoptivo. Montaigne se casó con Françoise de la Chassaigne, una joven proveniente de una rica familia de Burdeos. Juntos tendrían seis hijos, de los que solo les sobreviviría una niña. Pero lo cierto es que la convivencia del matrimonio, si bien cortés, tampoco habría de ser excesivamente cercana. Una vez retirado de la vida pública, Montaigne pasaba la mayor parte de su tiempo a solas con sus libros (mandó crear un exlibris propio con el que marcar todos los volúmenes de su biblioteca, lo que ha permitido rastrearla a lo largo de los siglos) y rehuía en buena medida el contacto con terceras personas, al menos hasta que conoció a quien sería su principal discípula, si podemos denominarla así, pues fue casi una hija adoptiva para él: Marie de Gournay.

Montaigne creó un exlibris expresamente para su biblioteca, lo que ha permitido rastrear su colección a lo largo de los siglos

Marie era una fanática de los Ensayos y, cuando conoció a Montaigne durante una visita a París, se convirtió en su principal confidente. Tanto es así que a la muerte del autor su esposa le dio acceso ilimitado a los papeles de Michel, encargándose de publicar la tercera edición de los Ensayos, que incluía un tomo más (tres en total) que la edición anterior, con capítulos añadidos y todas las correcciones que Montaigne realizó en sus últimos años.

De Gournay terminaría convirtiéndose en una de las primeras intelectuales protofeministas de la historia, escribiendo La igualdad entre el hombre y la mujer y Agravio de las damas, donde analizó las causas de la desigualdad entre hombres y mujeres y el porqué de la marginación de estas en la educación y la filosofía. Dedicó el resto de su vida al pensamiento, la edición y la traducción, desafiando las tradiciones de la época y logrando ser reconocida no solo como discípula predilecta de nuestro protagonista, sino también como una reputada poeta, filósofa y filóloga por derecho propio.

9 Amigo fiel. Si destacable y cercana fue la relación de Montaigne con Marie de Gournay, no lo fue menos la amistad que le unió con Étienne de La Boétie, un joven cuya huella en los Ensayos es muy acusada, especialmente en el capítulo De la amistad extrema.

La Boétie era un magistrado y escritor de gran cultura que desde sus años de juventud destacó por su talante moderado, conciliador y pacifista. Escribió la crítica al absolutismo que lleva por título Discurso sobre la servidumbre voluntaria, que no vería la luz hasta muchos años después —gracias a Montaigne, quien, tras leer la obra, quiso conocer a su autor de inmediato y tomó la decisión de publicarlo posteriormente—, y dedicó la mayor parte de su vida a predicar en favor de la tolerancia y el fin de las tensiones y la violencia entre protestantes y católicos. La Boétie estaba muy interesado en analizar las dinámicas de los estados, las razones por las que los individuos tienen que rendir sumisión a un gobernante y cuáles eran las claves del correcto funcionamiento de un país. Se le considera uno de los precursores intelectuales del liberalismo y en su obra se observa el germen de lo que más tarde desarrollarían otros autores bajo la idea del “contrato social”.

La figura de La Boétie está muy presente en los Ensayos, especialmente en De la amistad extrema

Tristemente, la amistad de ambos personajes duró poco, pues la muerte alcanzó pronto a La Boétie, enfermo de disentería, a los 33 años, algo que afectó profundamente a Montaigne.

10 Que sais-je? ¿Qué es lo que sé? Esa es la pregunta que resume toda la producción filosófica de Michel de Montaigne. Tanto es así que el francés hizo forjar una medalla o moneda con esas palabras, portándola siempre encima mientras recorría Francia, Suiza, Alemania e Italia. Como hemos dicho, Montaigne fue siempre un escéptico que dudaba de la capacidad humana para conocer las cosas realmente —especialmente después de leer la obra del también escéptico Sexto Empírico—, de modo que esa cuestión le atenazó durante toda su vida. Su moneda le permitía no olvidarlo y terminó, sin quererlo, convirtiéndose en el lema perfecto de toda su obra.

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