Eso respondemos cuando alguien nos dice que tiene roto el corazón. Sin embargo, los estudios científicos parecen demostrar que en efecto, una emoción intensa sí puede dañar nuestro organismo, en específico, nuestro músculo cardiaco.
Desde la década de 1970, biólogos y veterinarios descubrieron que muchas especies —alces, antílopes, ballenas, delfines, murciélagos, nutrias, monos y algunas aves— sufrían daño en el corazón si tenían una emoción muy intensa.
A dicho padecimiento lo llamaron «miopatía de la captura», y se desarrolla así: cuando un animal se percata de que es perseguido y siente que su vida corre peligro, la adrenalina comienza a llenar su torrente sanguíneo, de tal forma que se convierte en una especie de veneno que afecta a todos sus músculos, en especial al corazón, lo cual deriva en un ataque cardiaco.
Si a otras especies les ocurre, ¿por qué no a la humana?
En efecto, diversas investigaciones indican que también el ser humano es susceptible a enfermar del corazón al recibir un impacto emocional.
Por ejemplo, el 17 de enero de 1994, cuando se produjo uno de los terremotos más intensos en la ciudad de Los Ángeles, se reportaron más muertes por ataques cardiacos que en un día común y corriente. Asimismo, se han detectado casos de personas que, sin tener antecedentes ni señal alguna de enfermedades del corazón, sufren un ataque tras recibir una mala noticia.
Tal parece que, en efecto, no es tan difícil romper un corazón, y como dice la canción: «es tan tonto el amor que se deja atrapar, por un corazón que no sabe amar…»