Quizá alguna vez escuchó –o todavía escucha– a personas que en una sala de cine gritaban “¡cácaro!” cuando la proyección o el sonido llegaban a fallar. ¿Pero sabe de dónde viene esta expresión?

Hay diversas historias, pero la más difundida proviene de la ciudad de Guadalajara, Jalisco, en una época entre el Porfiriato y el inicio de la Revolución.

Las primeras salas de cine

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En aquellos años en los que todavía había pocas producciones, lo más popular en el cine eran las “vistas”, es decir, pequeñas películas en donde se veían algunas escenas cotidianas, como la famosa “La llegada de un tren a la estación”, de Louis Lumière y que no llegaba ni al minuto de duración.

En México, esos filmes se proyectaban en pequeñas carpas a donde las personas llegaban a ver programas compuestos por unos 10 títulos diferentes.

Un hombre llamado José A. Castañeda instaló una de esas salas de proyecciones en Guadalajara, Jalisco, que se llamaba “Salón Azul”, y se volvió muy popular, porque como en ese entonces las películas eran mudas, él solía divertir a los asistentes inventando diálogos o efectos de sonido.

Tiempo después, abrió otra sala de proyecciones llamada Cosmopolita, y para que se encargara de la proyección contrató a Rafael González, una persona que era muy identificada en su comunidad por una característica física.

Origen purépecha

En esos días, la viruela era una enfermedad común en el país y que, a quienes no les provocaba la muerte, les dejaba secuelas como profundas cicatrices en la cara.

Para definir a esas personas, se empezó a usar la evolución de una palabra que usaban los purépechas, que vivían en el estado vecino de Michoacán.

La palabra en cuestión es “cacarani”, que significa llaga reventada” y que derivó en “cácaro” y “cacarizo” para definir a las personas que tenían cicatrices en el rostro.

Así que todos identificaban a Rafael por esa razón: era cacarizo.

El grito

En las funciones era común que Rafael se quedara dormido, por lo que cuando terminaba un carrete o fallaba la proyección, los asistentes se veían obligados a gritarle “¡cácaro!” con el fin de llamar su atención para que corrigiera el desperfecto.

Poco a poco, los cines se volvieron muy populares en México y a los encargados de las proyecciones se les empezó a llamar “cácaros” en “honor” a Rafael, los cuales vivían en el anonimato hasta que algo fallaba y –entonces sí– alguien se dirigía a ellos con el famoso grito de “¡cácarooo!”.

Aunque hoy las proyecciones de los cines son prácticamente automáticas, todavía hay personas que se encargan de esa labor y muchos aún los llaman “cácaros”… especialmente, sí, cuando algo falla.

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