SIR AHMED Salman Rushdie nació en Bombay en junio de 1947, dos meses antes de que el subcontinente indio fuera declarado independiente del Reino Unido, siendo dividido en las naciones de la India y Pakistán, tema de su novela más celebrada, Hijos de la medianoche. En su larga trayectoria como novelista, Rushdie sintetiza con asombrosa destreza el legado de la novela europea con las tradiciones narrativas de Asia Central y la India, mezclando épica, fábula, historia, política, fantasía y ficción como no se había hecho nunca antes. Cursó estudios universitarios en el King’s College de Cambridge, especializándose en historia. El logro que supuso Hijos de la medianoche, su segunda obra, fue reconocido con la concesión del Premio Booker en 1981, año en que se publicó, siendo posteriormente declarada la mejor novela distinguida con el galardón en 1993 y 2008, cuando se cumplieron respectivamente 25 y 40 años de la historia del premio. Rushdie se encontraba en la cúspide de la fama cuando su carrera dio un giro inesperado por motivos extraliterarios. Su cuarta novela, Los versos satánicos, fue declarada una blasfemia contra el islam por el ayatolá Jomeini, quien decretó en 1989 una fetua contra el escritor, poniendo precio a su cabeza y ofreciendo una recompensa a quien lo ejecutara. Rushdie pasó los 12 años siguientes viviendo en clandestinidad bajo la protección de Scotland Yard. Joseph Anton (2012), su libro de memorias, sin duda uno de los mejores que ha escrito, es un documento extraordinario en el que el autor da cuenta con brillantez de esta etapa de su vida, en el contexto de su historia personal. En 2007, la reina Isabel II lo nombró Caballero de la Orden del Imperio Británico por sus servicios prestados a la literatura. El corpus narrativo de Salman Rushdie es variado y desigual. Autor de 14 obras de ficción, dos de ellas para niños (Harún y el Mar de las Historias, 1990, y Luka y el fuego de la vida, 2011), algunas de sus novelas más celebradas son El último suspiro del Moro (1995), El suelo bajo sus pies (1999), Shalimar el payaso (2005) o La encantadora de Florencia (2008). El pasado mes de septiembre, Salman Rushdie sorprendió a sus lectores con la publicación de Qui­chotte, libro en el que recapitula su obra y su vida tomando como modelo el Quijote, de Cervantes, y que publicará en España en marzo la editorial Seix Barral.

¿Por qué el Quijote y Cervantes después de una veintena de títulos y más de 40 años de dedicación a la escritura?

En 2016 me pidieron un ensayo sobre Cervantes y Shakespeare con motivo del cuarto centenario de sus muertes, y volví a leer el Quijote 50 años después de la primera vez, cuando estudiaba en Cambridge. Su lectura me conmocionó de un modo que me ha sucedido con muy pocos libros. Por aquel entonces estaba escribiendo La decadencia de Nerón Golden y llevaba bastante tiempo dándole vueltas a la idea de escribir una novela de carretera que empezaría con la salida del protagonista de Nueva York. Cuando leí el Quijote, vi cómo hacerlo.

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¿Qué descubrió cuando contrastó las imaginaciones de Cervantes y Shakespeare?

Mientras trabajaba en el ensayo averigüé que Shakespeare había escrito una comedia titulada Cardenio. La historia de Cardenio es un episodio del Quijote cuya trama es parecida a las de las historias que le gustaba utilizar a Shakespeare: amores cruzados, personajes confundidos, equívocos… Así son Mucho ruido y pocas nueces, Bien está lo que bien acaba, El sueño de una noche de verano… Shakespeare aún vivía cuando se publicó una traducción al inglés de la primera parte del Quijote, de modo que es muy posible que la leyera y decidiera adaptar la historia de Cardenio al teatro. La existencia de la obra está documentada y hay testimonios de sus representaciones. Lamentablemente, el texto se perdió.

¿Por qué el título en francés, Quichotte?

Para crear un grado adicional de distancia con el original. Está tomado de la ópera de Massenet sobre el personaje de Cervantes. Es una broma personal mía.

Esta es una novela radicalmente distinta a cuanto ha escrito anteriormente. El juego de espejos cervantino entre realidad y ficción se traslada a nuestro tiempo. En lugar de perder la razón leyendo obras malas, el protagonista se vuelve loco viendo la televisión y los elementos de fantasía presentes en muchas de sus novelas se disparan, en un vuelco tecnológico reflejo del momento que vivimos.

Mientras la escribía, la idea de que el fin del mundo es algo cercano se hizo literal. Dada la catástrofe ecológica que estamos viviendo, la hipótesis no es muy disparatada. Por otra parte, este libro es una meditación sobre la muerte; tanto el protagonista como su autor imaginario reflexionan constantemente acerca de la inminencia de su propio final. La metáfora del fin del mundo se puede interpretar como una representación simbólica de la desintegración de la cultura tal como la entendemos. O como una imagen del escritor que reflexiona acerca de su propia desaparición. Quichotte pierde el sentido de la realidad viendo series y programas de televisión basura. En cuanto a la fantasía, siempre me ha interesado la ciencia-ficción y en la novela recurro a ella en muchos momentos. Hay situaciones fuera de lo normal, objetos que hablan con el protagonista: un arma cargada, la pantalla de televisión, la estatua de Hans Christian Andersen que hay en Central Park…

La novela parece escrita con urgencia. En varios momentos se recalca la idea de que lo único importante era terminarla. ¿Le daba miedo no poder conseguirlo?

Tengo 72 años, y cuando se cobra conciencia de que la vida que tenemos por delante es menos de la que se ha dejado detrás, es importante no perder el tiempo. Lo he puesto todo en este libro; en cierto modo se puede decir que es un resumen de mi vida y de mi obra. He puesto en él todo lo que sé sobre literatura y sobre la vida. Con él se cierra el paréntesis que se abrió con Hijos de la medianoche. Cuando publiqué aquella novela tenía 29 años y la visión del mundo que se tiene a esa edad es muy distinta de la que se tiene pasados los 70. Tardé dos años en escribir Quichotte, lo cual para mí es ultrarrápido. Normalmente me lleva cinco años escribir una novela.

¿Cómo se sintió cuando la acabó?

Vacío, literalmente. Me volqué en la novela y cuando la terminé me dije: Ya está, el depósito está totalmente vacío [risas]. Es una obra total. Mi intención era escribir un libro que atrapara la totalidad de la vida, de modo que puse en él todo lo que sabía. Me supuso un gran esfuerzo escribirlo. Cuando terminé pensé que quizás no me quedaran fuerzas para hacer nada más, pero últimamente he empezado a pensar que todavía me quedan algunas cosas por hacer y estoy trabajando en ellas.

Desde que empezó hasta hoy, ¿ha cambiado mucho como escritor?

Cuando escribí Hijos de la medianoche era un obseso de la técnica. Lo fundamental para mí era la arquitectura del relato, que tenía que ser de una perfección absoluta. La estructura de la novela tenía que estar resuelta antes de ponerme a escribir la primera línea. Con el tiempo ha dejado de ser así. Ahora cuando escribo, improviso más, de manera parecida a como hacen los músicos de jazz. Mientras voy creando, espero a ver qué pasa. Cuando la técnica deja de ser un problema, no es necesario pensar en ella y se crea con mucha más libertad. Me empezó a pasar cuando escribía El último suspiro del Moro. No era yo quien tomaba las decisiones, sino que esperaba a ver qué pasaba en la página y lo disfrutaba.

La publicación de Los versos satánicos marcó su carrera y su vida. Fue condenado a muerte, viéndose obligado a llevar una existencia clandestina durante 12 años. El libro hizo de usted una figura célebre fuera y dentro de la literatura. Ahora que hace tiempo que se levantó la fetua y puede llevar una vida normal, ¿cómo ve aquel episodio?

Lo irónico de Los versos satánicos es que ni quienes me condenaron a muerte por haber escrito el libro ni los fanáticos que estaban dispuestos a ejecutar la sentencia lo habían leído. Reconozco que era una obra polémica, pero también lo eran mis novelas anteriores. Recuerdo que cuando le enseñé el manuscrito a Edward Said, el gran crítico palestino, profesor de Columbia University y muy amigo mío, me dijo: “Este libro va a hacer ruido”. A lo que contesté: “¿No es esa una de las funciones de la literatura, provocar debates públicos?”. Pero lo que ocurrió con Los versos satánicos fue distinto. El revuelo que se causó como consecuencia de la fetua, atentados, asesinatos, disturbios, hizo que resultara imposible hablar del libro como tal. Tuvo que pasar mucho tiempo, pero ahora resulta por fin posible hablar de Los versos satánicos como lo que es, es decir, un libro que la gente puede leer. Se sigue editando, se estudia en las universidades. Que guste o no es lo de menos. Lo importante es que por fin es lo que tenía que haber sido desde el principio: un libro.

Quichotte es una novela engañosa. Se lee con facilidad, hay humor, pero por debajo de la aparente sencillez se plantean cuestiones muy profundas. Es un libro que pide una segunda lectura.

Creo que fue Nabokov quien dijo que si no vale la pena leer un libro una segunda vez, no valía la pena haberlo leído la primera. En cuanto al humor, es un ingrediente fundamental de la buena literatura, como dejó sentado Cervantes.

La sombra de Nabokov se proyecta sobre algunos momentos de la novela.

Mientras la escribía tenía muy presente Lolita por la ruta de los moteles que se sigue en la novela. Creo que la parte de Lolita que es un viaje por carretera es lo mejor del libro. Tenía en mente los moteles de Humbert Humbert cuando escribía acerca de los míos.

¿Qué escritores han influido más en usted?

Dickens más que nadie, porque… Últimamente hay una polémica acerca de si el arte de contar historias es algo distinto de la literatura… Para mí son cosas inseparables. Todo es lenguaje. Cuando abro un libro quiero que me cuenten una historia, ver cómo los personajes se mueven por el mundo. Antes hablamos de Lolita. Sin ella no hay historia. Dickens entiende mejor que nadie la función narrativa de las historias, por eso es capaz de desplegar tantos planos narrativos que se entrecruzan sin jamás confundir al lector. Es la misma técnica que utilizan las series de televisión hoy. Solo que Dickens ya lo hacía en el siglo XIX. En sus novelas hay arzobispos y asesinos, tenderos y putas, nada queda fuera de su alcance. Doy clases de escritura creativa y lo primero que digo a mis estudiantes es que lo más importante es tener una buena historia que contar.

Lo irónico de Los versos satánicos es que ni quienes me condenaron a muerte ni los fanáticos dispuestos a ejecutarla lo habían leído

Usted es un personaje público que trasciende los límites de la literatura. Ha ganado numerosos premios de prestigio y la práctica totalidad de sus libros han sido best sellers. Mucha gente sabe quién es pese a no haber leído jamás un libro suyo. Salman Rushdie es una celebridad que se ha relacionado con todo tipo de celebridades. Bono, por ejemplo, utilizó una letra suya en una de sus canciones, y usted incluso salió en una ocasión al escenario con U2.

Bueno, lo que pasó es que cuando terminé mi sexta novela, El mundo bajo sus pies, cuyo trasfondo es el mundo de la música rock, quería asegurarme de que no había cometido ningún error estúpido al describir aquel ambiente, así que le envié el manuscrito a algunos músicos célebres, entre ellos, Bono. En la novela hay un personaje que escribe una canción titulada El suelo bajo sus pies. Cuando Bono leyó la novela decidió componer una canción usando mi letra y me invitó a subir al escenario con su grupo en una de sus actuaciones.

¿Cómo fue la experiencia?

No hay palabras para describir una cosa así. Fue en el estadio de Wembley, en Londres. Nunca había estado delante de una multitud así, una bestia de 100.000 cabezas. Desde el escenario no se ve nada, te ciega la luz, pero oyes a la gente rugir. Muy extraño. No sabía bien qué debía hacer y me limité a imitar lo que hacían los músicos del grupo.

En diversos momentos de su obra habla de músicos de rock, como Frank Zappa o…

Pertenezco a la generación del rock and roll, y soy amigo de muchos artistas, no solo de Bono… Soy amigo de Mick Jagger, Mark Knopfler y muchos otros. Eso sí, soy absolutamente negado para cantar o tocar un instrumento.

Aunque aparece fugazmente en un videoclip de El mundo bajo sus pies.

[Risas] … Sí, con Milla Jovovich. Es un vídeo de U2 dirigido por Wim Wenders. Se puede ver en YouTube.

Hablando de celebridades, usted es una de las pocas personas que pueden dar fe de que Thomas Pynchon, el más elusivo de los escritores vivos, existe. Sus obras no las escribe un genio oculto ni un escritor famoso que esconde su nombre, como se ha llegado a decir, sino un ser humano de carne y hueso. Usted lo llegó a conocer.

Cené una vez con él en casa de su editor [risas]. Había escrito una reseña de Vineland para The New York Times y, cuando Pynchon la leyó, mostró interés por conocerme. Al principio me pareció que era muy tímido, pero luego se fue animando y acabó hablando por los codos. Resultó ser exactamente lo contrario de la leyenda. Era muy alto y tenía el pelo blanco a lo Einstein y dientes de Bugs Bunny. Estuvimos conversando hasta muy entrada la noche. Le interesa mucho la historia americana. Cuando nos despedimos pensé: vaya, me he hecho amigo de Pynchon. Creí que nos veríamos de vez en cuando, pero hasta hoy.

La idea de que el fin del mundo está cerca se ha hecho literal. Dada la catástrofe ecológica, la hipótesis no es disparatada”

Si alguien que jamás ha leído nunca un libro suyo le pidiera que le recomendara uno, ¿cuál sería?

Hay dos que me han marcado: Hijos de la medianoche, que hizo de mí el escritor que soy, y Los versos satánicos, por razones muy distintas, pero los libros por los que siento más debilidad son los que escribí para mis hijos, Harún y el Mar de las Historias y Luka y el fuego de la vida. El caso de Harún es muy especial. Un escritor se puede considerar afortunado si uno de sus libros, uno solo, llega a tocar el corazón de la gente de verdad. Que te admiren, que te respeten, ser famoso…, todo eso está muy bien, pero que la gente ame de verdad una obra tuya… no suele suceder, y eso es lo que me ha pasado a mí con Harún y el Mar de las Historias. Se publicó hace casi 30 años y siempre que estoy de gira con un libro nuevo se presentan lectores con un ejemplar de Harún. Hay gente que me cuenta que lo conoce porque se lo leyeron sus padres siendo niños y ahora se lo leen ellos a sus hijos. Me parece fascinante que una novela pueda pasar así de generación en generación.

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