Héctor González Aguilar

Roberto Arlt tuvo una corta pero intensa vida, se dedicó a la escritura al tiempo que desarrolló su faceta de inventor; sus crónicas periodísticas le dieron prestigio; en cambio, sus novelas, que serían determinantes en la evolución de la narrativa argentina, no fueron apreciadas de inmediato.

Hijo de inmigrantes europeos, Roberto Arlt nació en Buenos Aires el 26 de abril de 1900; su padre era prusiano y hablaba alemán; su madre, que hablaba italiano, nació en Trieste, entonces ciudad del imperio austrohúngaro.

En medio de tribulaciones económicas y problemas con su padre, Arlt estudia y trabaja al mismo tiempo; lee a Baudelaire y a Verlaine, le fascinan las aventuras de Rocambole –personaje de la literatura francesa- y no desdeña ni los folletines ni libros de índole tan opuesta como la tecnología y las ciencias ocultas; como se ve, sus lecturas no son nada selectas, esto quizá se deba a que, a diferencia de los grandes escritores argentinos de la época, Arlt –autodidacta- proviene de la clase media baja.

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Después de publicar su primer cuento, “Jehová”, en 1918, emprende la escritura de su primera novela, La vida puerca, que finalmente apareciera con el hoy legendario título de El juguete rabioso. No se adhirió a ningún grupo literario de los existentes en Buenos Aires, trató de convivir con ellos. Gracias al apoyo del escritor Ricardo Güiraldes, que hacía grupo con Borges y otros, fue que El juguete rabioso se dio a conocer en la revista Proa. Sus obras más reconocidas son las novelas Los siete locos y Los lanzallamas, publicadas entre 1929 y 1931.

Los temas de su escritura giran en torno al mundo urbano y moderno de Buenos Aires, Arlt se siente cómodo mostrando el sórdido ambiente de los arrabales bonaerenses en donde las bajas pasiones son el tema de cada día, para ello recurre al mismo lenguaje que utilizan los habitantes de dichos lugares. Pero la obra de Arlt no sólo muestra, sino que también propone, en Los siete locos se plantea la destrucción de la sociedad de su tiempo y su sustitución por otra.

En su tiempo, el estilo de Arlt fue rechazado por algunos, se le criticaba su descuido al escribir; sin embargo, él tenía una respuesta: 

“Se dice de mí que escribo mal. Es posible. De cualquier manera, no tendría dificultad en citar a numerosa gente que escribe bien y a quienes únicamente leen correctos miembros de su familia”.

Se ganaba la vida como periodista, se convirtió en una especie de cronista de Buenos Aires, escribió en varios periódicos e incursionó en la sección policiaca, hacia 1928 comienza su sección de Aguafuertes porteñas en el diario El mundo, que le dará un merecido prestigio como relator del acontecer urbano. También escribió cuento, su primer libro de este género fue Los jorobaditos, publicado en 1933.

Otra faceta de Roberto Arlt es la de inventor: en 1934 patentó un sistema de galvanización cuya finalidad era la de crear medias, para mujeres,  que durasen años sin rasgarse; también creó un aparato que encontraba automáticamente estrellas fugaces al momento en que éstas cruzaran los cielos. Uno de sus personajes, Augusto Remo Erdosain, de Los siete locos es, precisamente, un inventor fracasado.

La obra de Arlt comenzó a difundirse en México muchos años después de su muerte, aunque ahora se sabe que sus crónicas y sus relatos cortos eran publicados en el periódico El Nacional desde la década de 1930, seguramente sin el consentimiento del autor. Como dato curioso, la investigadora Rose Corral encontró que “Final de cena”, un cuento publicado por El Nacional en 1934, no aparece en la compilación Cuentos completos -de Arlt-, realizada por Omar Borré y Ricardo Piglia en 1996.

Arlt falleció el 26 de julio de 1942, víctima de un paro cardiaco. Ocho años después, Raúl Larra al publicar la biografía Roberto Arlt, el torturado, propició la relectura de la obra de este escritor.

Actualmente la fama de Roberto Arlt no deja de incrementarse, es considerado el iniciador de la novela moderna argentina, así como un importante antecedente del “boom” latinoamericano. 

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