Le dicen tejo de oro porque más que un lingote, parece el fino contorno de una panza contenta. Una lámina curvada de casi dos kilos, hallada hace 40 años en una acequia enterrada de la vieja Tenochtitlan. Expuesta desde hace décadas en el Museo Nacional de Antropología de Ciudad de México, un estudio elaborado por un equipo de arqueólogos prueba ahora lo que se suponía desde hacía años: que el tejo fue parte del botín que los conquistadores españoles trataron de llevarse de la capital mexica en su huida en junio de 1520, durante la fatídica —o gloriosa, según quien lo cuente— Noche Triste.

“Tenemos mucha información de la presencia de Hernán Cortés en Tenochtitlán, pero no hay evidencias materiales. El tejo es una de las pocas”, dice Leonardo López Luján, director del proyecto Templo Mayor y uno de los autores del estudio. “En el museo hay un peto que dice ‘Alvarado’, y se supone que es de Pedro Alvarado, uno de los capitanes de Cortés. Pero no hay armas, arcabuces, nada”. El tejo es pues una pieza única. Fea, desde luego. Vulgar. Pero única, inspiradora. No existe en la historia de la guerra hispano-mexica un artefacto que despierte elucubraciones como lo hace el tejo: ¿cómo llegó a la acequia? ¿Se le cayó a un español, se le resbaló del sudor durante la huida? ¿Se dio cuenta, consiguió huir, vivió?

Tras yacer 449 años en el subsuelo de Ciudad de México, una cuadrilla de ingenieros la encontró en una excavación, no muy lejos del Palacio de Bellas Artes. Era 1981 y el centro de la capital vivía su particular transformación. Precisamente allí, el Gobierno, encabezado entonces por José López Portillo, planeaba construir la sede del Banco Central. En los trabajos preparación del terreno, los ingenieros encontraron el tejo en una zanja, a más de cuatro metros de profundidad. La historia la cuentan el propio López Luján y su colega José Luis Ruvalcaba Sil, en un artículo publicado este mes en la revista Arqueología Mexicana.

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El Instituto Nacional de Antropología e Historia, INAH, supervisaba los trabajos. Parece que los ingenieros que dieron con el tejo preferían ocultar el descubrimiento. Llevaría cuatro siglos bajo tierra, pero no tardaron mucho en darse cuenta de que era oro. Dicen Ruvalcaba y López Luján en su artículo: “De inmediato, uno de los trabajadores del INAH descendió al fondo de la fosa para rescatarlo. Se trataba de Félix Francisco (“don Félix”) Bautista García, un tozudo oaxaqueño de baja estatura, nacido en Asunción Etla y que rozaba los 47 años de edad. Tras un largo forcejeo y en medio de una gritería, don Félix impidió que los ingenieros le arrebataran la barra, para luego entregarla a los arqueólogos. Aun así, la disputa entre unos y otros se prolongó durante media hora y hubo al final que recurrir al auxilio de la policía para dirimir el asunto”.

Con el tejo a buen recaudo, la historia no tardó en llegar a oídos de López Portillo, que elevó el hallazgo a categoría de tesoro de la nación. Sin pruebas todavía, el presidente dio por hecho que la pieza era parte del botín de los españoles. “Este es, en suma, uno de los testimonios grandes —dramáticos— de la identidad nacional”.

La academia evitó entonces contradecir al mandatario y la cosa quedó como él dijo. No ha sido hasta ahora cuando los análisis de los arqueólogos han confirmado su suposición. López Luján explica que usaron una técnica denominada “análisis por fluorescencia de rayos x” que identifica las proporciones de oro, plata y cobre en una pieza de metal. Estudiaron todos los objetos de oro que han aparecido en el entorno del centro de Tenochtitlan y se dieron cuenta de que la composición del tejo se parecía a la de otros objetos rescatados allí; de hecho, descubrieron que era muy similar a otras piezas de oro que los arqueólogos ubican temporalmente en los años inmediatamente anteriores a la llegada de los españoles a la urbe mexica.

Antes de su victoria final, en 1521, la alianza de Cortés con Tlaxcala y otros pueblos sufrió una derrota contra los mexica. Viendo lo que se les venía encima, los españoles fundieron todo el oro que encontraron en la ciudad y salieron corriendo por una de las calzadas que comunicaba la isla de Tenochtitlan con tierra firme. Los arqueólogos asumen que el tejo fue víctima de la huida. López Luján especula que algún soldado podría haberlo cargado junto a la barriga, bajo la armadura, lo que explicaría también la forma de la pieza. “Al fin y al cabo, el oro es un material muy maleable”.

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