Fue portada de la revista Time tras realizar dos expediciones al Polo Norte y al Polo Sur, escritor y editor de éxito, abogado y filósofo, Erling Kagge (Oslo, 1963) es, además, un destacado coleccionista de arte contemporáneo cuya selección de sus obras aterrizó en España por primera vez el pasado 25 de febrero. Bajo el título My cartography. The Erling Kagge Collection, la exposición que acoge la Fundación Banco Santander en su Sala de Arte de Boadilla del Monte (Madrid) apenas pudo abrirse al público dos semanas por las circunstancias de la crisis sanitaria.
Ahora, ante la imposibilidad de exhibirla, la Fundación ofrece una visita virtual, de manera gratuita, por más de 2000 metros cuadrados de esta muestra que reúne hasta 188 piezas del coleccionista noruego. Pinturas, esculturas, fotografías, instalaciones, dibujos o vídeos recorren este espacio con nombres de artistas más que reconocidos. Lámparas de Jorge Pardo, cowboys de Richard Prince y hasta el Rolls-Royce que Franz West utilizó en 2007 como peana para una escultura de resina y resonancias intestinales. Su extravagante presencia se recarga con el olor a gasolina que impregna toda esta sala que comparte con Wolfgang Tillmans. La lista es interminable. Desde los nombres más conocidos de Anne Imhof y Matthew Ritchie, Diane Arbus y su pequeño retrato de un Papá Noel “en formación” en unos grandes almacenes o el fotógrafo japonés Daido Moriyama… Hasta los menos conocidos, muchos de ellos del norte de Europa, como Vibeke Tandberg, Ann Cathrin November Hoibo o el espacio hipnótico de Jim Lambie.
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«La singularidad, la libertad de espíritu y el sentido del humor” definen esta colección de arte en palabras de la comisaria de la exposición, Bice Curinger. Kagge, afirma, «busca un desafío intelectual de primer orden. Se aprecia de inmediato la obstinación con que se deja fascinar por visiones del arte muy distintas, y la avidez con que se expone al asombro, impulsado en todo momento por la curiosidad y la disposición a abrirse no solo a lo nuevo, sino a lo incómodo”.
Erling Kagge
Fue hace casi cuatro décadas cuando el coleccionista compró su primera obra. Tenía 21 años y era una litografía, firmada y numerada de Edvard Munch. “Crecí rodeado de buena literatura, jazz flotando en el aire, pero no teníamos ninguna relación con el arte contemporáneo – confesaba el propio Kagge en una entrevista concedida a El Cultural-. Para mí la curiosidad siempre ha sido una fuerza impulsora y durante mi adolescencia el arte contemporáneo empezó a crecer en mí, y yo empecé a sentir que podía crecer con él”. Fue esa misma curiosidad que le impulsó a realizar sus expediciones por el polo norte, sur y Everest, lo que le llevó a conformar una colección de arte contemporáneo de aproximadamente 750 obras de artistas vivos, europeos, escandinavos, americanos y asiáticos, de la que hoy podemos ver online una muestra.
Sus obras de arte responden a diversos temas y medios artísticos; y los artistas que colecciona pertenecen a generaciones dispares y tienen diferentes nacionalidades. Sin embargo, existe un potente nexo que da coherencia a toda la colección, y es que todas las obras han planteado a Erling Kagge cuestiones que le han ayudado, como él mismo afirma, a crecer como persona. «Puedo decir que una obra es emotiva, desafiante, incómoda, compleja, seductora, bella, única, divertida, pervertida, exigente y excéntrica, pero eso son solo palabras que describen en parte la calidad artística -explica él mismo-. La calidad es como una buena novela: algunas cosas se dicen, otras no se mencionan y, al final, muchas no tienen explicación. Como coleccionista, editor y explorador, a menudo decido seguir mi instinto».
Visita virtual
¿Y qué nos depara esta visita virtual? Partiendo del asombro que mueve al propio Kagge, como hilo conductor de la exposición, cada espacio de My cartography. The Erling Kagge Collection plantea la huella de un camino que se nos abre y muestra, como las coordenadas de un mapa que fueran desentrañando el sendero que el espectador toma desde que entra a la exposición con las luces de Jorge Pardo bajo el título de la muestra.
Vamos a ver sucederse grandes artistas contemporáneos como Darren Almond con obras como Take me Home (2005), Diane Arbus, Tauba Auerbach, Ian Cheng, Anne Collier, Eliza Douglas con Nothing but fog (2017) o The Promise (2018), junto al aclamado artista Olafur Eliasson, presente con varias de sus obras, entre ellas Striped Eye Lamp (2005).
Nos encontraremos con Urs Fischer y su obra Noisette (2009), una lengua que entra y sale de un muro y nos lleva a una realidad más sensitiva y voluble, donde todo parece ir y venir; con una sala dedicada a Jim Lambie, que transforma el suelo en una psicodélica instalación óptica con cinta de vinilo; un reading room “decorado” con obras de Klara Lidén como Untitled (trashcan) (2013), Lamp (2012) o Untitled bench (2011), o la sala con los vídeos de “simulación en vivo” del artista Ian Cheng donde la inteligencia artificial y los algoritmos provocan mutaciones constantes de la obra.
Algo totalmente distinto al perro que nos mira con rabia de Daido Moriyama, Misawa (1971), o los guiños sarcásticos presentes en el universo de Raymond Pettibon, el artista más representado en la muestra con catorce obras a lápiz y tinta. No pueden faltar Richard Prince o Matthew Ritchie, o la fotografía de Torbjøn Rødland, el artista noruego afincado en Los Ángeles que nos induce a una meditación del mundo que nos rodea, o la también noruega Vibeke Tandberg con sus escenas cotidianas o el espíritu lúdico y cálida atmósfera de Wolfgang Tillmans.
En la colección de Erling Kagge encontramos a cada paso pinturas de planteamiento acusadamente actual y también específicamente femenino. Así, Jana Euler tematiza —no sin humor, y de una manera tremendamente gráfica— la masculinidad como motivo de gran potencial pictórico. “Lo que persigue Kagge es la magia, lo inesperado y distinto en el día a día; de ahí que sea un auténtico placer seguirlo en sus descubrimientos”, afirma Curiger, como sucede con Sergej Jensen, que nos hace sentir la poesía pictórica y el enorme potencial que subyace en un tejido humilde.
También en la escultura se suceden los más sorprendentes replanteamientos. Lothar Hempel reviste de colores primarios —amarillo, rojo y azul— a una llamativa musa con guitarra, encima de un pedestal. En la escultura de suelo de Mark Handforth, una chapa plegada logra efectos seductoramente ambiguos con sus irisaciones nacaradas. El iceberg al que hace referencia el título también podría interpretarse como una cortina que se yergue y nos cierra el paso. Y, para terminar, el humor del escultor y dibujante alemán Peter Wächtler, o el austriaco Franz West, fallecido en 2012, uno de los grandes artistas bufones de la posguerra, con su instalación de Rolls-Royce, Untitled (2007).