Juana Elizabeth Castro López

Lo que conocemos o creemos conocer de una persona influye en la forma en que la tratamos. Así mismo sucede en nuestra relación con Dios, a veces nuestro concepto de él es tan pobre y mundano que nos privamos de la más conveniente y poderosa relación que podemos entablar en nuestra vida. 

Cuestionar si el hombre puede conocer a Dios por sí mismo,  permite descubrir algo cotidiano que pasamos por alto; esto es, el hecho de que Dios creo al hombre con la capacidad de entender que hay un Creador. Sin embargo, aún con éste raciocinio no puede por sí mismo ni siquiera imaginar remotamente a Dios y termina adorando a las criaturas antes que al Creador.

Anuncios

Las Sagradas Escrituras revelan que Dios se dio a conocer a través de su palabra revelada: “… por medio de los profetas…” (Hebreos). Como ni aun así le podíamos comprender, hizo que su palabra tomara carne y habitara entre nosotros. Jesucristo es la Palabra de Dios hecha hombre: “…en estos días finales nos ha hablado por medio de su Hijo. A éste lo designó heredero de todo, y por medio de él hizo el universo. El Hijo es el resplandor de la gloria de Dios, la fiel imagen de lo que él es, y el que sostiene todas las cosas con su palabra poderosa. Después de llevar a cabo la purificación de los pecados, se sentó a la derecha de la Majestad en las alturas” (Hebreos). A través del Hijo podemos conocer y entender a Dios Padre y relacionarnos estrechamente con él.

El mundo ha materializado tanto al hombre que este ni siquiera llega a preguntarse: ¿Vale la pena conocer a Dios? Entender a Dios nos da la posibilidad de discernir y establecernos en la seguridad de lo correcto. Un ejemplo puede ilustrar esto: Imagina que estas frente a un puente de madera, que a tramos le faltan tablones y necesitas pasar con tu familia y toda tu carga por él. Y al lado hay un puente fuerte, de concreto, firmemente construido. ¿Cuál escoges? La respuesta es obvia, después de conocer los dos puentes. Pero, tristemente en lo espiritual, elegimos el puente de tablitas y rechazamos al poderoso y único puente que Dios ha tendido entre  él y los hombres: a Jesucristo. Elegirlo o poner nuestra fe en él es preferir el camino seguro, la verdad que nos libera del peligro del error y nos lleva a escoger vida en lugar de muerte.

 Ahora bien, la cuestión a la que nos enfrenta este mundo es: ¿Qué prefieres: la verdad de las criaturas o la verdad del Creador? No es muy difícil entender y ejemplos sobran, pues, cuando elegimos vivir de acuerdo a nuestra voluntad, a cada tramo nos encontramos con retos y decisiones que tomar y, entonces, quisiéramos ser adivinos y tener una bola de cristal. No así, el que elige la verdad del Creador, la seguridad del  puente correcto y se introduce al ámbito de su voluntad. Pues, sólo Dios es Omnisciente (Todo lo sabe), Omnipotente (Todo lo puede), Omnipresente (Está presente en todo lugar) y Eterno (Sin principio, ni fin). Con tal Consejero tenemos la seguridad de acertar siempre. 

Entender la magnitud y el poder de la obra vicaria del Hijo y del amor del Padre que de tal manera amó al mundo “que ha dado a su Hijo Unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan), debe conducir a un cambio de rumbo de vida hacia la suficiencia de la verdad divina revelada por el Hijo de Dios, pues, en la vida la paz proviene de conocerlo a él.

Los atributos divinos y las dimensiones de su amor por nosotros excede nuestro entendimiento. Por la humanidad, él ha dado  hasta a su Unigénito. Con todo,  el mundo puede seguir subestimándole y llamándole “diosito” y el hombre puede seguir tropezando y dando tumbos en medio de las tinieblas de las verdades del mundo. 

Pero, la luz de la Palabra de Dios ha venido a resplandecer  en las tinieblas, trayéndonos la verdad y las tinieblas no prevalecen contra ella (Juan). Bajo el resplandor de esta luz no hay manera de tropezar o de equivocarse. 

Te maravillarás ante la majestad del único y suficiente puente entre Dios y los hombres; sus hermosos ojos,  reflejando miles de auroras, se posarán sobre ti y te amará porque no te dejaste seducir por “los cantos de sirena” de las verdades a medias del mundo. Te amará porque al fin has vuelto a él, has llegado a casa. Y, escucharás su voz de Rey de reyes y Señor de señores dando la orden más dulce que jamás rey alguno  dará: “Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso” (Mateo).                                                     

juanaeli.castrol2@gmail.com

Publicidad