Franco González Aguilar

Paisaje

La espesa niebla envolvía el paisaje urbano. De los tejados caían intermitentes pequeñas gotas que humedecían la orilla de la banqueta. Luego de haber comido en el restaurante México, caminamos por la empinada calle de Lucio, bajo los aleros de las casas, cuidando de no mojarnos. El frío era intenso pero por fortuna, Casa Chedraui, un negocio de telas hacia donde íbamos, se localizaba en la acera de enfrente, a unos cien metros calle arriba. Casi todo estaba listo para la primera presentación de Los Tres de Coatepec, después de haber grabado en la capital del país un disco con once temas escritos por poetas veracruzanos.

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Bernardo, Ramón y yo entramos al almacén que, como siempre, lucía atestado de clientes, en su mayoría mujeres que en ese lugar adquirían los materiales necesarios para la confección de sus prendas de vestir. Estábamos ahí con el fin de comprar la tela requerida para los trajes que iban a usar los músicos en su presentación en el salón social de Coatepec, evento que, por cierto, sería una especie de prueba para ellos.

Casa Chedraui -que unos años antes se llamó El Puerto de Beyrouth- era propiedad de una familia de ascendencia libanesa formada por don Lázaro Chedraui, su esposa Anita Caram y su hijo Antonio. Los tres, literalmente, se hacían pedazos para atender a su variada clientela que, del otro lado de un largo mostrador, a veces a gritos solicitaba determinadas muestras. Después de revisar rollos de gabardina, dril y casimir, elegimos este último género en un tono azul claro, procediendo como muchos a regatear el precio de los quince metros que nos había solicitado el sastre. Pagamos la cuenta y salimos del lugar, agradeciendo el descuento adicional que nos hizo don Lázaro al contarle sobre la presentación de nuestro disco.

Tres semanas más tarde, en Coatepec, brindábamos en la casa de Bernardo, el director del grupo. Unas horas antes, personas de diversas localidades de ese municipio habían colmado el salón social, exigiéndoles la repetición de canciones que fueron sumamente ovacionadas. A Gloria de Díaz Mirón, así como Paisaje y El Afilador de María Enriqueta Camarillo, alborotaron al auditorio.

 

—El próximo mes iremos al pueblo de Tequila, en la sierra de Zongolica, una región indígena, que se encuentra a hora y media de Orizaba. Después, si me lo permiten, quisiera llevarlos a mi tierra, Trapiche del Rosario, en el municipio de Actopan, está como a dos horas de viaje —les dije.

Bernardo, Manuel, Arturo y Porfirio, los integrantes del grupo, así como Ramón, nuestro promotor, estuvieron de acuerdo. Les expliqué la importancia que tenía para mí dar a conocer el disco en mi municipio, en mi calidad de compositor de una parte de la música.

—Conozco tu tierra—señaló Bernardo—. He jugado béisbol en varios pueblos de esa zona. Me conocen como el venado. Hay una liga regional y se juega buena pelota. Por supuesto, cuenta con todo nuestro apoyo.

Un veinte de diciembre llegamos a Tequila, el pueblo en que vivió sus primeros años Aureliano Hernández Palacios, quien escribió A tiempo, poesía convertida en canción por nosotros. De manera similar a como sucedió en la tierra de María Enriqueta, el Salón de Actos del Ayuntamiento se llenó de lugareños y de numerosos estudiantes de primaria que, entusiasmados, aplaudieron cada una de las interpretaciones de Los Tres de Coatepec.

Regalamos algunos discos a los jóvenes que respondieron correctamente las preguntas que hicimos sobre los autores de las poesías. El Presidente Municipal, a nombre del pueblo, agradeció la presentación y el hecho de haberles llevado un rato de cultura.

El serpenteante camino que conduce a Tequila nos permitió conocer el maravilloso paisaje montañoso de la sierra de Zongolica. Muchas poblaciones se encuentran asentadas en las laderas de los cerros, en donde la vegetación ocupa el lugar preponderante en el campo visual. A los lados del camino, indígenas a pie, transportan sobre sus espaldas las mercaderías que producen en sus pequeñas parcelas: maíz, calabazas, frutas, gallinas y pavos, en su mayoría. Los niños salían de sus casas al ruido de nuestro vehículo; ante la novedad que en esa zona representa el paso de un automóvil, desde las puertas de sus viviendas nos saludaban agitando los brazos.

(Primera entrega)

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