Alexis Vega dio muestra, una vez más, del incompetente carácter que anida en el futbolista promedio de la Liga MX. Todos los mensajes de paz que abundaron después de los ataques en Querétaro se han quedado como mero recuerdo. Pura decoración momentánea para lavar la conciencia y entregar una imagen de pureza que de ningún modo se corresponde con la realidad. Vega lo ha dejado claro, pues no le importó hacer el ridículo en uno de los juegos más importantes de la campaña para él y para su desangelado equipo.

La evidencia lo dice todo. El delantero de las Chivas ahorcó a Ignacio Rivero en el partido que enfrentó a los rojiblancos contra Cruz Azul. ¿El motivo? Una entrada bastante promedio. Nada del otro mundo como para escandalizarse y perder los estribos con semejante altanería. El 10 del Rebaño recordó que, en una jugada parecida, el uruguayo lo lesionó en un partido amistoso entre el Tri sub-23 y Cruz Azul en 2020. Sin embargo, visto lo visto, nada tuvo que ver la barrida del sábado con aquella otra entrada.

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Perdida la noción de vergüenza, Alexis Vega no sólo dejó a su equipo con 10 jugadores, sino que montó todo un teatro en el césped del Estadio Azteca. No le fue suficiente con querer engañar al árbitro, sino que provocó una lamentable secuencia de empujones entre sus compañeros y los jugadores locales. El contexto pedía todo lo contrario: que Vega fuera pieza clave para mantener la ventaja en el marcador y meterse los tres puntos a la bolsa. Finalmente fue así, pero Chivas manchó la victoria con ese gesto violento de un futbolista tan volátil como inmaduro.

Algo similar sucedió en el último partido entre México y Estados Unidos, cuando Vega, en lugar de patear al arco, intentó engañar al árbitro para conseguir un penal. Ese tipo de actitudes no hacen sino minar la credibilidad de un jugador con todas las virtudes técnicas para destacar en el ámbito nacional e incluso en el futbol europeo. Ya no es un novato: con la experiencia que acumula, debería ser el primer en entender que lo peor que puede hacer es enterrar sus propios méritos.

Para Alexis todo va cuesta arriba desde hace tiempo. Por ejemplo, en agosto de 2020 protagonizó un bochornoso momento en plena pandemia cuando, junto a Uriel Antuna, presumió una fiesta en redes sociales. En aquel momento, pese a que su actos infringieron las restricciones de la Liga MX, el argumento principal en su defensa fue que se trataba de su vida personal y de que mientras no afectara su rendimiento no importaba. El problema, a la luz de los hechos, es que ni dentro ni fuera del campo Vega ha demostrado la madurez necesaria para ser una estrella.

En descargo de Alexis, se podría decir que ese tipo de actitudes prevalecen en el futbol mexicano desde tiempos inmemorables. Siempre se ha visto con buenos ojos al futbolista “pícaro” capaz de obtener alguna ventaja ilegal. Lo mismo sucede con aquellos que fuera del campo son un antiejemplo: se les adjudica la etiqueta de ídolo simplemente por llevar a cuestas la imagen en la que el aficionado quisiera verse reflejado: un tipo desobligado que cuando tiene ratos libres se dedica a patear balones y, por si fuera poco, recibe millones de dólares por hacerlo.

Alexis Vega, con ese estereotipo como impronta, seguirá siendo una imagen aspiracional para el espectador: el jugador problemático que juega cuando quiere y que hace lo que quiere dentro y fuera del campo. Claro que eso le alcanzará aquí, en un futbol acostumbrado a esos comportamientos, pero difícilmente le será suficiente para lucir en otras demarcaciones. Él parece conforme con dicha mediocridad.

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