Francia frunció el ceño cuando se confirmaron sus ausencias estelares para Qatar 2022. Dos columnas del mediocampo, Paul Pogba y N’golo Kanté, se iban a perder el Mundial. Y ya en la víspera mundialista, se supo que también lo haría Karim Benzema, el mejor jugador francés de los últimos quince años, largamente exiliado de Les Bleus por su escándalo legal con Mathieu Valbuena. Su regreso, en la Eurocopa del año pasado, no se tradujo en nuevos éxitos para los galos. Ya habían demostrado que podían sin él en Rusia, cuando ganaron el Mundial con Olivier Giroud en la punta del ataque. Ese es el margen de Francia: puede prescindir del último Balón de Oro y ser igual de poderosa.

Todavía no se ha atravesado un rival lustroso en el camino de los muchachos de Deschamps, pero no dan muestras de echar de menos a nadie. La maldición de los campeones del mundo pareció asomarse en el camino catarí, cuando hicieron su debut contra Australia. Ya la habían padecido en 2002: luego de triunfar en 1998 se fueron a casa a pesar de ser los grandes favoritos. El gol australiano en el primer partido pudo suponer un mal pronóstico para el campeón defensor. No fue así y ni siquiera estuvieron cerca del desastre. Francia tiene tanto talento que exceden sus propios saboteos.

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Da la impresión de que juegan bien hasta cuando no quieren hacerlo. Si a Mbappé se le ha acusado de ególatra por sus actitudes, en el campo no hay balón que le parezca fútil: cada arrancada es una oportunidad para hacer historia. Y la está haciendo. Es ya el jugador que más joven ha alcanzado la cifra de 9 goles. Si la inercia no para, se convertirá en el máximo anotador de los Mundiales (Miroslav Klose ostenta el récord, con 15 tantos) en un santiamén. Kylian es un relámpago. Hace lo que quiere, cuando y como quiere. Sus socios, Giroud y Griezmann (ahora un creador, más que finalizador) le dejan la bandeja puesta para un lucimiento que le viene de maravilla a su amor propio.

Francia antepone el juego físico y el negocio les ha redituado. Superaron la primera fase sin sobresaltos, aun perdiendo con Túnez en un juego que era de trámite para ellos. Ese tipo de partidos, Australia y Dinamarca por ejemplo, no miden a los candidatos en su máxima expresión, pero sirven como termómetro de expectativas: de Francia, Brasil o Inglaterra se espera que superen con facilidad a oponentes menores. Hay que ganarle a esos rivales teóricamente inferiores —no lo hizo Alemania y ya está en casa, no lo hizo Italia en las Eliminatorias y ni siquiera llegó a Qatar—. Los franceses no tuvieron problemas con Polonia y ahora esperan ansiosos por una Inglaterra que no termina de definirse.

Brasil y su pelea contra los demonios propios
El recital contra Corea del Sur confirma que Brasil vino a esta Copa del Mundo a jugar, lo cual podría ser una contradicción, pero no es sino la confirmación de su esencia. En el futbol, la diversión se ha peleado con la seriedad desde hace mucho. Se habla de sistemas y tácticas, pero se ha olvidado que el sentido natural de este deporte es la alegría. Brasil entiende el futbol con una mezcla de amor por la estética y pasión competitiva: todo lo que no sea ganar es equivalente a un fracaso para ellos. Pero en su catálogo de convicciones tampoco vale ganar al precio que sea. Cuando han ido en contra de sus ideales, la factura ha sido inmensa. Nunca nadie olvidará el 7-1 en contra sufrido por los brasileños en su propio Mundial, ese que tenía que ser una fiesta y mutó en una tragedia irremediable.

Pero han sanado sus heridas y volvieron a encontrarse con ellos mismos. Es normal: nacieron para jugar al futbol. A ocho años de distancia, el recuerdo sobrevive, pero cada vez duele menos. Y el futbol de lujo que Neymar, Vinícius, Richarlison, Paquetá y hasta Casemiro han dejado constancia de un regreso a los orígenes, a la escuela de la magia y el toque. Perdieron contra Camerún porque hicieron confianza y jugaron con la banca. Pero habían superado a Serbia y Suiza. A Corea ni siquiera le permitieron soñar con el milagro. Tienen a Croacia en la mira, que no es un flan ni mucho menos. Y no importa: Brasil se lo toma todo en serio porque esto es un juego para ellos. Así, por contradictorio que suene.

Hay otros nombres que vienen detrás, imposible descartarlos, pero todavía con déficits. España entró en la discusión con su categórica presentación, el 7-0 ante Costa Rica. Pero la sensación de insuficiencia que transmiten en el ataque los deja rezagados. Luis Enrique ha montado un equipo sólido, que sabe a qué juega y está consciente de sus fortalezas, pero pecan de la inmadurez propia de un equipo tan joven. Tuvieron ganado el partido contra Alemania, dominadores del guion, pero no liquidaron y en los últimos minutos sufrieron a lo grande. Por unos minutos estuvieron fuera del Mundial al perder con Japón. Ese contexto no lo perdonaría un equipo matón.

Argentina, por su parte, tiene todo en sus manos. Son capaces de lo que sea porque tienen al mejor, a Messi. Hoy todavía miran ligeramente para arriba a Francia y Brasil, pero es ahí, cuando son vistos con desdén, en donde se sienten más cómodos. Los días más grandes de Qatar 2022 están por ser contados. Francia y Brasil han reclamado la corona por adelantado. Lástima que hay un solo trono para tantos reyes.

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