Tata Martino salió a no perder en el partido clave para México contra Argentina en el Mundial de Qatar 2022. El miedo corrompió cualquier esperanza del Tri en el día esperado por millones de aficionados. No hubo resistencia capaz de contener a Lionel Messi, que encaminó la victoria para los suyos, finalmente sellada por Enzo Fernández. La caída deja a los verdes con un pie fuera de la Copa del Mundo, ese examen de cada cuatro años que en esta ocasión podría representar un innegable paso atrás.

La idea fue clara desde que se empezó a rumorar el once que, finalmente, se presentó en la cancha del Estadio Lusail. Martino amontonó defensas para bloquear los intentos argentinos. El bloque de César Montes, Héctor Moreno y Néstor Araujo reflejaba la declaración de intenciones del estratega argentino. En el mediocampo, la idea fue la misma: apelar al miedo, a la supuesta nulificación rival para sostenerse con vida el mayor tiempo posible. Esa técnica puede salir muy bien si se hace bien, pero implica un riesgo sin puntos intermedios: si pierdes, no te queda ni la dignidad.

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Y hoy México lo ha perdido todo. La bomba le estalló en las manos a Gerardo Martino, que en la previa transmitió un respeto excesivo por Lionel Messi (y quedó claro hoy que no era solo respeto, sino miedo, hasta pánico). Salió a cuidar el cero en el arco, a que los 90 minutos transcurrieran sufridamente, y ver si se podía conseguir algún milagro con Hirving Lozano y Alexis Vega en la delantera. No pasó y no estuvo cerca de pasar, más allá del disparo de tiro libre de Vega. Y nunca hubo respuesta desde el banco. Ni cuando Argentina estaba nublada ni cuando comenzaban a amenazar más de cerca.

Martino volvió doce años en el tiempo, cuando le jugó exactamente del mismo modo a la España que terminó por campeonar en Sudáfrica 2010. Y tampoco ese día tuvo una reacción a tiempo. Jugó a que sus delanteros le sacaran un resultado milagroso. Estuvo cerca de pasar, pero Iker Casillas detuvo el penal de Óscar Cardozo. El día de hoy México nunca tuvo esperanzas. Todo pareció escrito desde muy temprano. No se alteró el orden de las cosas, como lo hizo Arabia Saudita, como Japón, como México mismo lo hizo hace cuatro años contra Alemania.

Qué darían los entusiastas de la selección por tener hoy a Juan Carlos Osorio en el banquillo. Hasta esa época parece añorable. Martino mandó al matadero a sus jugadores. El mensaje fue muy claro. Y cada cambio, además de implicar una reacción tardía, reflejó un sinsentido, con la entrada de Roberto Alvarado como clímax de la perdición. Jamás desde el banco se brindaron las herramientas para que México pudiera competir de otra forma, dignamente, como lo ha hecho en el pasado. ¿Para qué se jugó a una cosa durante cuatro años, si en el Mundial el método va a ser tirar el camión y esperar a que la inspiración de dos delanteros aislados hagan la diferencia?

El Tata se enfrenta desde ya a un juicio sin merced. Los dos partidos del Mundial reflejan un fracaso ajeno a algún desenlace positivo en la última fecha. Contra Polonia, no supo qué hacer con el balón. Contra Argentina, ni siquiera quiso tenerlo. La selección no anota y puede irse del Mundial sin marcar un solo gol. A pesar de las frustraciones ya padecidas hasta este momento, el escenario todavía puede ser peor. México conocerá el infierno de no depender de sí mismo para pasar al último partido.

Llegará a ese partido final desmoralizado. Para pasar a octavos de final, esa ronda que no se le ha negado durante siete Copas del Mundo, el Tri está obligado a ganarle a Arabia Saudita. En caso de hacerlo, tendrá que esperar dos cosas: que Argentina le gane por más de dos goles a Polonia o bien que los polacos le ganen a los de Scaloni. La Albiceleste no tiene el boleto seguro, pero ya no deben voltear a ver a nadie más. Tres puntos en el partido final no alcanzarían para reparar todo lo que está roto. El ciclo ha terminado y no se puede hablar otra cosa que no sea tiempo perdido. Martino se traicionó a sí mismo con su pusilanimidad. Salió a no perder y perdió hasta la dignidad.

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