La inflación subyacente muestra las verdaderas tensiones inflacionistas de una economía al tener en cuenta el crecimiento de todos los bienes y servicios que consumen los ciudadanos, a excepción de los precios de los alimentos no elaborados y de los productos energéticos.

En el caso español, el dato adelantado del IPC del mes de febrero de 2023 muestra una evolución de la inflación muy preocupante. Es cierto que el nivel máximo se alcanzó en julio de 2022, con un crecimiento del índice general del IPC del 10.8 %, pero no es menos evidente que la inflación subyacente no ha dejado de crecer, llegando a su máximo en febrero con el 7.7 % y superando a la inflación general, que ahora se encuentra en el 6.1 %, por tercer mes consecutivo.

Parece una paradoja que, si gran parte de las tensiones inflacionistas de la economía española en 2022 se debieron al comportamiento de estas rúbricas, también los mejores datos de estos meses, en los que la inflación ha moderado su crecimiento, se deben a la contención en los precios de los alimentos no elaborados y los productos energéticos. También hay que reconocer que tienen un efecto retardado que se manifiesta en el crecimiento, sostenido en el tiempo, del núcleo duro de la inflación: la inflación subyacente.

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Rúbricas desbocadas

Quizá hemos puesto poca atención a un hecho evidente. Los consumidores, cuando consumimos, lo hacemos sobre todo de bienes elaborados, que tienen algún tipo de transformación.

La energía no sólo encarece el transporte de los consumidores y la calefacción de sus casas: también afecta a los costes de producción de las empresas que elaboran dichos bienes, y a su distribución. Y es ahí donde se observa este efecto retardado de los precios de la energía que, a modo de onda expansiva, se transmite a través del canal de precios de fabricación, de distribución y de consumo.

Los precios de los productos que elabora la industria ocupan poca atención, cuando su evolución ha sido espectacular en el último año. El índice de precios de los bienes industriales (IPRI) así lo pone de manifiesto. En enero, el IPRI creció en tasa anual al 8.2 %. Pero viene de ofrecer guarismos mucho más altos, con tasas de crecimiento anual del 47 % en marzo, o del 15.6 % en abril (ambos datos de 2022), si tenemos en cuenta todos los productos industriales menos la energía.

La formación de los precios industriales, tarde o temprano, se empieza a trasladar a los precios de consumo de los bienes elaborados, todos incluidos en la inflación subyacente. El índice de precios industriales de aquellas empresas que producen específicamente bienes de consumo no duradero ha crecido en enero, en tasa anual, un 15.65 %, más del doble que el IPC. Y específicamente en la industria alimentaria, el crecimiento de los precios ha sido de un 20.4 %.

Estos datos ayudan a entender por qué la inflación subyacente tiene una evolución tan negativa en los últimos meses (traslación al menos parcial de costes a precios) y por qué tiene impactos tan importantes en el nivel de vida de la gente. La información desagregada del IPC de enero permite estudiar cómo han crecido los precios de determinados grupos de bienes y servicios de la cesta de la compra (a los que se denomina rúbricas).

El crecimiento anual de determinadas rúbricas de gasto (las que han crecido por encima de la inflación subyacente) se muestran en el gráfico adjunto. El azúcar ha crecido en el último año un 52 %, la leche un 33 %, los aceites un 31 %, los huevos un 27 %. Nada que no conozcan los ciudadanos españoles que cuadran sus presupuestos haciendo la compra diaria.

Se mantiene la tendencia

Estos elementos parecen presagiar un futuro donde la evolución de la inflación subyacente siga dándonos malas noticias por su persistencia en el tiempo, cuando no porque continúe su tendencia alcista. Ello puede contribuir a aumentar las tensiones inflacionistas en el seno de la economía española y la preocupación creciente del conjunto de la población por la inflación, que perciben nítidamente en su cesta de la compra diaria.

Este escenario, amplificado por la coyuntura electoral de los próximos meses, es propicio para demandar políticas correctoras, compensatorias, y otras medidas de urgencia que pueden tener distinta fortuna y acierto en esto de doblegar un fenómeno tan complejo y persistente como el de la inflación.

Rubén Garrido-Yserte, Director del Instituto Universitario de Análisis Económico y Social, Universidad de Alcalá

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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