En algunas regiones de México aún se utiliza un dicho popular que reza de la siguiente manera: “Fuiste a Guatemala, para entrar a Guatepeor”. Y no se refiere a una expresión peyorativa contra esa amigable república centroamericana y su esforzada gente. La frase se usa exclusivamente en referencia a asuntos, problemas o situaciones que han empeorado debido a una mala decisión.

Y esa frase, bien pudiera aplicarse al comportamiento y a lo que le espera al ex gobernador veracruzano Javier Duarte, ahora que fue detenido en ese país centroamericano. También, a la manera humillante en que se le trató, cuando siguiendo la costumbre local, le quitaron los zapatos antes de entrar al primer Juzgado del Tribunal que vio su caso y su posible extradición.

Los mexicanos, y especialmente los veracruzanos, que al filo del mediodía de ayer veíamos lo que acontecía en Guatemala con nuestro corrupto paisano, por fin nos enteramos con exactitud de las razones jurídicas por las que fue detenido el sábado anterior en una de las zonas turísticas más importantes de esa nación vecina.

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En escasas dos horas en el Tribunal, muchas cosas salieron a la luz durante el preámbulo y en el documento que leyó el juez y que no conocíamos. Por ejemplo, que llevaba viviendo allí seis meses. También, su gusto por la tierra y que desde que él estaba en campaña para la gubernatura en 2010, hizo la primera adquisición inmobiliaria, seguramente con un guardadito que sobró de esos presupuestos electorales que finalmente pagan los impuestos de la población.

Igualmente nos enteramos que desde el último día de su primer mes de gobierno, en diciembre de 2010, el joven y ambicioso Javier Duarte ya realizaba operaciones de extracción de recursos públicos, acordados con sus cómplices durante la cena de fin de año.

Supimos también de diversas referencias de otros inmuebles, variados y costosos, en zonas turísticas y en Polanco, el lugar más caro de México, en cuya adquisición nos dejaron ver el modus operandi de sus amigos entrañables, metidos a prestanombres e intermediarios financieros.

Desde luego, pudimos corroborar el sobresaliente papel de dos de sus íntimos compañeros de robo y cercanos colaboradores de muchos años: Juan Manuel del Castillo González y Vicente Benítez González, entre otros más que saldrán a relucir. Y entendimos el porqué de su aferrado afán de convertirse en diputados locales, como ahora lo son, con derecho a fuero constitucional.

Otro detalle fue el de no observar cerca de Duarte a ninguno de sus familiares. Ya no digamos su esposa Karime Macías, de la que no se ha tenido ninguna imagen, aunque los medios insistan en que ha estado con él en Guatemala. Extraña ausencia fotográfica la de su persona.

Comprobamos también la pasmosa facilidad de Duarte y sus socios y cómplices, ajenos o dentro del Gobierno, para transgredir y manipular las leyes y normatividad sobre recursos públicos. Una total y absoluta ausencia de ética y valores morales en personas jóvenes. Y para rematar, ayer mismo, en España, la detención de uno de los delincuentes que ayudó a este grupo a robar dineros del gobierno veracruzano.

Pero lo peor de todo, es observar la imagen internacional que estamos dando con estos casos de altísima corrupción en la generación actual de gobernantes de México. Como país, estamos mostrando el desorden y la desfachatez en el que vive ante la ausencia de un liderazgo con estatura. Sobre todo, la vergüenza de no haber tenido la capacidad como Estado, para lavar la ropa sucia en nuestra propia casa.

Si Duarte se allanaba o no, a la extradición, eso ya era irrelevante. Algún día llegará a México. Su castigo lo espera.

Los mexicanos nos sentimos profundamente apenados ante el escarnio y el oprobio sufrido ayer en suelo guatemalteco por culpa de un delincuente de cuello blanco y de un sistema político que permite crímenes imperdonables. Y no es exagerado.

El mundo nos vio como el país platanero y mediocre que aún somos. Ojalá no nos acostumbremos a esto.

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