Gabriela conducía su automóvil de regreso a la estancia, después de reunirse con Heri esa mañana en la ciudad de Mar del Plata. Había salido muy temprano, sin informar a su familia la verdadera causa del viaje. El pretexto elegido para ausentarse sin mayores explicaciones, fue la necesidad de iniciar un tratamiento dental especializado que le requería varias horas, obligándole a retornar después del mediodía.

Mientras observaba el paisaje de la autopista, pensaba en la decisión que habría de tomar en torno al futuro del padre de sus hijos, después de que su viejo amigo de la Universidad de Comillas, le informara la complicada situación en que se encontraba el prófugo ex gobernante gallego. Para fortuna de ella, habían pasado muchos meses desde que se había separado de Alex. Únicamente sabía que se escondía en un país de Centroamérica y sólo guardaba el número del móvil que él le había hecho llegar con una de sus gentes de confianza.

Heri, el ahora ministro de justicia español, durante su viaje a Argentina para entrevistarse con ella, le había dejado el número telefónico de La Moncloa, al que debía llamar para definir y concretar una de las dos opciones que le había dejado, y que, según él, concluiría de una vez por todas el ya célebre caso Alex Huerta.

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Durante el trayecto de regreso al hogar, Gabriela llegó a la conclusión de que no eran dos alternativas, sino una sola. Para que ella y sus hijos conservaran una parte sustancial de lo ganado en Galicia, era necesario olvidarse por siempre de Alex. En ese revelador instante, maquinó la forma en que se desencadenarían los hechos, y también, la decisión de llevarse a la tumba el secreto de su pactada delación.

Se sentía agobiada por las semanas que llevaba escuchando los fuertes reclamos de su hijo mayor para ver a su padre. Pero también estaba convencida de que en el plan que debía enderezar, tenía que darle ese último gusto al chico. Con sus hijos más pequeños, creía que no existiría complicación futura, ya que día a día se acostumbraban al trato paternal de Manu.

Cuando divisó a lo lejos el pórtico de la estancia, ya tenía un plan completo para conseguir de una vez por todas, su salvoconducto y el de su familia completa. Heri le había ofrecido limpiar su nombre y borrar toda evidencia que la perjudicara en el futuro.

No le preocupaba el tema financiero que le exigía su amigo de antaño. Previendo un escenario como el que ahora enfrentaba, durante los últimos meses había cerrado las ventanas de su riqueza a la mirada e intromisión de su padre, un hombre avezado en todo lo relacionado con los negocios. Y él, entendiendo la madurez y las suspicacias de su hija predilecta, había cerrado definitivamente esa puerta.

Lo primero que hizo Gabriela al llegar, fue proponer una reunión con todos. Por la noche les comunicó la decisión que había tomado ese día.

Niños, les tengo una noticia fenomenal. Iremos a visitar a su padre, quien está ansioso por verlos. Ya pedí a mamá y a Manu que nos acompañen. Su abuelo ya nos prestó el avión, y como es un viaje largo, lo haremos por la noche. Pero lo mejor de todo es que he quedado con su padre para que nos reunamos todos en la zona del Petén en Centroamérica, en el corazón de la cultura maya, ubicada en un país que se llama Guatemala. Es una región que tiene paisajes espectaculares y pirámides que se construyeron antes de que nuestro país llegara a América. Los mayas fueron una de las culturas más grandes del mundo antiguo y podremos conocer sus vestigios más importantes. Allí pasarán unos días con él y con su abuela. Yo estaré hospedada con Manu en el mismo hotel, para poder estar pendiente de ustedes.

¡Gracias mami, me muero por estar con papá! Ya son muchos meses sin verlo, contestó Alex. ¡Sí mamá, vámonos ya, mañana!, gritaron eufóricos los más pequeños. ¡Tranquilícense, niños, debemos preparar el equipaje!, aconsejó la abuela. ¡Este será el mejor viaje que tendremos, lo prometo, ahora vayan a dormir!, terminó ordenando Gabriela.

A la semana siguiente estaban en Guatemala. Al salir del aeropuerto de su capital, abordaron un vehículo que los llevó a un exclusivo resort situado en medio de la tupida y calurosa selva. Veremos a su padre en otro hotel donde acostumbra hospedarse, dijo Gabriela. Estaremos con él todo el fin de semana. Dice que es muy lindo y que tiene un enorme lago enfrente. Pero eso será mañana por la tarde, porque tendrá que viajar desde la ciudad de Panamá. Los acompañará su abuela y yo estaré con Manu en la habitación contigua.

Al otro día, después de desayunar, abordaron un automóvil y se trasladaron al hotel donde ya se encontraba Alex. Tomaron tres habitaciones y a las cinco de la tarde, Gabriela y su madre llevaron los niños al ansiado encuentro familiar. Alex la saludó con fingida alegría. Ella permitió que padre e hijos se abrazaran emocionados, al tiempo que pedía a su madre quedarse con ellos.

Cuatro horas después, mientras Gabriela veía la televisión, los niños y su abuela entraron intempestivamente a la habitación. ¡Mami, papá salió del cuarto y ya no volvió!, dijo el mayor, alarmado. Salí a buscarlo y no lo encontré. Nos cansamos de esperar y por eso regresamos contigo. Estábamos comiendo pizza y salió porque queríamos unas sodas. Pero ya no regresó. ¡¿Dime, qué está sucediendo, mamá?! ¿Por qué se fue?

Afuera del hotel, un gran alboroto sorprendía a los turistas. El servicio secreto español, la policía guatemalteca y la Interpol conducían esposado a Alex, a quien habían sorprendido bajando por las escaleras rumbo al lobby.

En el cuarto de Gabriela, ella tranquilizaba a sus desconsolados vástagos. ¡No sé lo que sucedió con su padre! Vamos a esperarlo; no nos iremos de aquí, les aseguró. Aguardaron su regreso hasta que se cansaron. Esa noche los chicos no pudieron conciliar el sueño que con interrupciones era velado por su abuela.

Al otro día por la mañana, ante la ausencia de Alex, Gabriela decidió apurar el retorno al hotel que habían reservado originalmente en El Petén. Allí todavía pudo contener a sus hijos, quienes tenían la esperanza de verlo aparecer ante ellos.

Tres días después y ante su extraña desaparición, gracias a las explicaciones de su madre, los niños se convencieron de que su padre no regresaría en esa ocasión con ellos. Entonces Gabriela pudo organizar el viaje que la familia había planeado a Inglaterra, el que también sería nocturno.

En el trayecto aéreo, observando la luna llena y la blancura de la superficie del mar, Gabriela recordó la noticia del periódico Prensa Libre, que uno de esos días había comunicado al mundo la caída del prófugo ex gobernante español que en su desesperación rogó que no le pusieran las esposas para que sus hijos no lo vieran en esas condiciones por Internet. El diario también informaba que al momento de la captura, él estaba acompañado por su esposa. No cabía duda de que Heri estaba cumpliendo con lo ofrecido en Argentina.

Una lágrima rodó por su cara. “Lo siento Alex, tuve que hacerlo”, meditó sin culpa alguna. Sólo el ministro de justicia español y ella, conocían el detalle de lo sucedido en Guatemala. Sus hijos lo agradecerían en el futuro. Ya pensaría lo que tendría que decirles al arribar a Londres.

Continuará…

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