José Antonio Flores Vargas

Era el lunes 6 de junio, un día después de las elecciones en 13 entidades del país. Manlio Fabio Beltrones, el líder nacional del Partido Revolucionario Institucional (PRI), no pudo dormir. Crónica de una muerte anunciada, magister dixit. Es mi último día, pensó el dirigente. Casi como autómata, se levantó a las 5:30 de la madrugada.

Esa misma tarde, Enrique Peña Nieto recibió a Beltrones en Los Pinos. Señor Presidente, vengo a ofrecer mi renuncia a la dirigencia del partido, le dijo tranquilamente. El rechazo social botó al PRI, derrumbándolo desde los mismos cimientos un día antes. Sólo ganamos cinco de doce gubernaturas.

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Estoy consciente de los resultados y de que debo irme, expresó Manlio al Presidente. Le pido que me indique el día, para hacer el anunció formal de mi decisión. Peña Nieto lo observó unos segundos y le dijo: déjate de historias y ceremonias, relájate, yo no estoy pidiendo que te vayas.

Durante el encuentro, Enrique le dijo a Manlio que estaba molesto con los resultados obtenidos. Profundamente alterado, el Ejecutivo Federal reconoció que esto no había sucedido antes y que era necesario hacer un ajuste de cuentas a aquellos que traicionaron el proyecto político.

Manlio, con la habilidad política que dejan los años, le contestó: precisamente de lo que hablas, es el motivo de esta reunión que solicité contigo Enrique. Porque mi renuncia es irrevocable. Es una decisión de hombres, como tú y como yo. Sé que nunca me dirás algo sobre lo que está sucediendo en el partido. Razón de más, para agradecerte tu generosidad y mostrarte mi congruencia e institucionalidad.

Peña Nito Enojado

Sin embargo, hay algo que sí quiero pedirte, y sé que vas a estar de acuerdo. Yo me voy, pero por favor, te ruego encargarte de los principales culpables de esta debacle, que tú y yo sabemos, no causaron nuestros militantes. Esto es obra de gente inexperta, y de varios simuladores y traidores que llegaron al poder solamente a robar, como bien sabes.

Debes recordar las ocasiones, antes de la elección, que te pedí ponerle un castigo ejemplar a los gobernadores que tienen fuertes denuncias de corrupción. Recordarás también cuando te informé que varios delegados de la SEDESOL y de SEDATU, estaban jugando las contras, y que ni Meade ni Rosario corrigieron. Y está bien, yo asumo las culpas por lo que a mí corresponde; a estas alturas no puedo pecar de haber sido ingenuo.

Mira Manlio, dijo el Presidente, sabía a qué venías, y por eso le pedí al equipo que estuviera presente. Antes de continuar la conversación, hizo pasar a sus colaboradores. Cuando tuvo enfrente a Nuño, a Videgaray, a Osorio, a Meade y a Robles, pidió a cada uno la opinión de lo acontecido en la elección.

Uno a uno fue expresando sus puntos de vista, coincidiendo en la necesidad de poner un fuerte correctivo a los causantes de las derrotas, antes de que los gobernadores entrantes lo hicieran con sus antecesores.

Peña Nieto los escuchaba atento, con el rostro pálido y los ojos brillantes. Repíteles lo que me acabas de pedir, Manlio. Comenta también tus apreciaciones generales. Cuando Beltrones terminó de hablar, el mandatario se dirigió al que estaba a su derecha. Estoy de acuerdo con ustedes señores, vamos por el de los papers y por Duarte. Empiecen a cerrar el círculo. Nuño, dile a Polo y a Arely que activen lo que haga falta, ordenó sereno, mientras miraba una pintura de Benito Juárez, que presidía la sala de juntas. Dejó su sillón, dio la mano a cada uno de ellos y caminó hacia la puerta con paso firme.

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