Juan Manuel Portal, el Auditor Superior de la Federación, lo auguró desde enero del año pasado en cadena nacional, cuando a bote pronto le contestó al periodista Carlos Loret de Mola en su noticiero de la mañana: “Javier Duarte debería estar en la cárcel”.

Después de 15 meses, por fin se ha producido la caída del prófugo más famoso del estado de Veracruz y de México. Seis meses y días después de habérsele dictado orden de aprehensión, la población nacional ha podido descansar de esa indignante espera.

En el video y las fotografías que han dado la vuelta al mundo desde el sábado a las 20:01 horas en la república de Guatemala, los expectantes veracruzanos lo hemos podido observar en todas las caras que nos ha querido mostrar: compuesto y descompuesto; serio o risueño; como persona normal o con apariencia de deschavetado.

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Por lo que dice la prensa, una reunión familiar facilitó la captura. Un hotel en zona turística a 140 kilómetros de la capital, fue el escenario. Nadie ha podido aclarar la situación de su esposa, que al parecer, se encontraba con él.

En Veracruz, el clamor de la sociedad era el de su captura, pero con la inmediata devolución de los recursos robados al erario. La gente urgía su aprehensión y reclusión para que pague por los dineros perdidos, que debe reintegrar, y también, por la gran cantidad de muertes inocentes, que con su complicidad, o sin ella, se dieron en su sexenio. Ahora, sólo es cosa de esperar su llegada a México.

Los que se dedican a analizar causas, procesos y consecuencias, llenarán páginas tratando de descifrar y vender su verdad. La pregunta es saber qué fue lo que realmente causó la captura el sábado pasado.

Javier Duarte no cayó por justicia. Tampoco por los recursos extraviados. Mucho menos, por el ímpetu de los Yunes. La realidad es que Duarte cayó por razones políticas. Se veía venir. Todo mundo esperaba que sucediera antes de las campañas electorales. Y sucedió.

Está en juego la presidencia de la república en 2018. Y la elección pasa por varias que se darán en este año en diversos estados. Y a como están las cosas, el PRI escasamente llega al tercer lugar en las preferencias.

Era necesario, casi una razón de Estado, apurar o desencadenar su captura, antes de la elección. En estos tiempos de modernidad y tecnología que todo hace posible, nadie cree que Duarte paseaba campechanamente por el mundo. Digamos mejor que se lo permitió nuestro querido sistema político. Pensemos mejor que en seis meses se cuadró todo para que nadie importante salga embarrado con lo que venga a decir Javier.

La gran elección del estado de México, “la madre de las elecciones” de este año, donde ni siquiera el apoyo económico a la candidata del PAN asegura la victoria del sistema, hicieron urgente hacer efectiva “La caída del prófugo”, para con esa película, tratar de levantar a ella y al candidato del PRI y restar el crecimiento de MORENA.

Por ello, podemos decir, sin temor a equivocarnos, que era más que necesario echar a andar la maquinaria para llevar a la cárcel al ex gobernador Javier Duarte, ¡el mayor corrupto del PRI en toda su historia!

Esa decisión quizá es lo único que puede “salvar” a México de no caer en manos de Andrés Manuel López Obrador. Al final, tal vez muchos se lo agradecerán un día a Alex, el gordito bigotón del pasaporte falso.

En ese hecho, “que sí pudo descubrir la policía mexicana”, hubo y hay varias claves por desvelar. Esa era una pista a modo para apresarlo desde ese tiempo.

Se abre una nueva historia en el caso de Javier Duarte. La noticia está dada pero esto apenas comienza.

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