Berenice Sandoval

Xalapa.- Un redoble de tambor, un clic y unos pasos que se apresuran. Cinco minutos son nada en un día, en una hora, pero son vitales cuando de ganarse el pan diario se trata.

Antes del clic y como el tiempo apremia no hay cabida al error, ni a una imagen descuadrada, sobre expuesta o cortada. La precisión debe ser la de un cirujano.

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“Por aquí, por favor”, “Sonrían”, “Listo, gracias”, son las palabras de un hombre languiducho que apenas logra pegar el salto de un escalón a otro y mientras dura un apretón de manos entre funcionarios, corre tras bambalinas para imprimir la foto.

Recuerda, usted cómo en antaño los fotógrafos “de la nota rosa” o sociales tomaban la placa y salían huyendo al centro de revelado más cercano, imprimían la gráfica y de vuelta intentaban llegar para vender el producto.

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Recuerda, usted cómo pensó en varias ocasiones que no había trabajador más rápido que ese fotógrafo. Claro, que las imágenes no eran de tan buena calidad, especialmente las que lograba tomar en los festivales, con tremenda oscuridad y el flash disparaba y atontaba la retina del incauto.

Bocas chuecas, ojos rojos, fotos movidas, era la selección, pero ni modo de dejar el retrato del chamaco colgado en esos tendederos que mostraban las virtudes del fotografiado y del fotógrafo.

Los tiempos han cambiado y ahora la impresión de la foto no tarda más de cinco minutos, y la venta de cada una, “de a 100, de a 100”, es mucho más rápida.

Tras los 15 pasos que da desde la efigie del Padre de la Patria, Miguel Hidalgo y Costilla, en Los Berros, hasta una bardita que le sirve de oficina, apenas pasan 30 segundos.

Tres máquinas impresoras esperan la microSD; el fotógrafo elige entre 10 opciones la mejor foto; mientras en otra máquina “fotocopia” esa misma gráfica y en menos de 4 minutos ya tiene cinco retratos listos para vender.

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“Mijo, ayúdale a la chamaca, dile al Secretario que cuestan 100, pero si él no quiere dile a su asistente, ese siempre quiere”, le grita a su ayudante que ni tardo ni perezoso corre tras el funcionario antes de que firme el libro de memorias y se vaya.

Las guardias de honor de funcionarios en septiembre son molestas para los músicos de bandas de guerra que se deben levantar a las 6 de la mañana para llegar a tiempo; para los reporteros, que pasan lluvia y sol, para lograr la entrevista con algún político; pero no así para el fotógrafo, que llega a ganar hasta 800 pesos diarios, si la suerte le sonríe.

La rapidez es lo más importante porque la idea ya varios la tuvieron y ahora hay quien sale corriendo en su motoneta para imprimir la imagen cerca de Américas; lástima, ya le ganaron.

Otro clic, otra foto; son apenas las 10 de la mañana y el corredor ya lleva más de 20 estampas retratadas, apenas una decena le han comprado, pero es suficiente para un refresco.

Entretanto se lo toma, llega un funcionario de “medio pelo”, su ayudante le pregunta si no tomará foto, y este le responde: “Ese no come plátano por no tirar la cáscara”.

El sol comienza a arreciar y cerca de las 12 del día, el fotógrafo guarda su lente, sus impresoras y pide a un estanquillo que las resguarde hasta mañana, que lleguen nuevos clientes.

¡Que viva México! ¡Que viva Veracruz! ¡Que vivan las guardias”, porque de ahí comemos, muchachos, y luego suelta la carcajada.

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