México.- Sergio Varela se sienta en uno de los tres bancos que se encuentra en una pequeña habitación de su departamento, con grietas en las paredes, ubicado en el tercer piso de un edificio en la calle San Camilito, cerca de la Plaza Garibaldi, en la capital del país.

Es mariachi y vive con dos personas más, quienes también se dedican a la música regional mexicana. En ese lugar, recuerda cómo perdió a su papá y a su hermano, cuando el sismo del 19 de septiembre de 1985 destruyó parte de la ciudad.

Sergio recarga las manos sobre sus rodillas y suspira: “Acá atrás, donde se ve el estacionamiento, estaba el edificio de departamentos donde vivía con mi papá y hermano. Eran ocho pisos y, como podrás ver, los departamentos no son muy grandes, por lo que había demasiados”.

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El edificio donde vive actualmente es el único que no se cayó en aquella ocasión, estaba ubicado al centro de tres naves, sólo cayeron las dos de las orillas, aunque los tres conjuntos estaban conectados entre sí por pasillos.

Con la voz entrecortada, Sergio comenta que ese 19 de septiembre no estaba en el departamento; “había descansado y estaba en mi casa en Naucalpan con mi esposa, apenas venía para acá” cuando todo ocurrió.

Cuando llegó a los departamentos no podía creer lo que veía; su padre y hermano vivían en un sexto piso, murieron aplastados por la loza. La gente, los mismos vecinos y familiares, tardaron horas en poder sacar los cuerpos de los escombros.

“Había mucho apoyo, al inicio todos estábamos consternados, no sabíamos ni qué hacer, pero poco a poco fuimos reaccionando y empezamos a buscar a nuestras familia y amigos”, por lo que hasta ese momento se podría decir que todo iba bien.

Sin embargo, recuerda que horas más tarde comenzó la rapiña y los saqueos, las personas no respetaron el dolor ni las pérdidas. “Lo peor es que no robaban delincuentes o gente de la calle, robaban los mismos colegas, los compañeros mariachis… eso es no tener madre”, expresa.

Además de los músicos, añade, los mismos soldados también hurtaron las cosas de las personas fallecidas; incluso, después de acordonar el lugar aprovecharon para no dejar pasar a la gente y seguir robando, hasta en los departamentos que no se habían caído.

“El mexicano a veces se pasa de cabrón”, comenta Sergio, mientras mueve su cabeza en señal de desaprobación. Hubo más de 100 muertos en los departamentos, también era todo un negocio, y aquí entra la parte de la negligencia de quienes los rentaban.

Y es que, en ocasiones, llegaban a meter hasta 30 personas en un solo departamento; les cobraban 500 pesos como mínimo, y se lo rentaban principalmente a personas que venían de provincia y no tenían mucho dinero, dice.

“Si piensas en las recámaras y en cuantas personas vivían por departamento, es obvio que éstos no estaban diseñados para soportar tanto peso”, y a ello se suma que pusieron las cisternas de agua en la azotea”, señala.

Por lo que en el momento que ocurrió el sismo, agrega, alrededor de las 7 de la mañana, todo ese peso y el movimiento del agua arriba del edificio provocó que se moviera mucho la estructura y colapsara en pocos segundos.

“Lo malo de todo lo que pasó es que las personas no entendieron, o se les olvidó y se volvió a repetir para el sismo de 2017, seguían metiendo mucha gente por departamento, esta vez ya no treinta, a lo mucho 20, pero aun así es mucho peso”, expone.

Sergio indica que en el sismo de hace dos años no estaba mucha de la gente que vivió en el 85, por lo que se podría justificar que no sepa, pero por sentido común, no se hace. “Los que sí estuvieron en el sismo del 85, se cag… y que bueno, por necios”, añade.

Tras una pausa, comenta que la catástrofe fue consecuencia de la corrupción, no sólo del gobierno, sino de cada uno de los ciudadanos que contribuyó para que se pudiera hacer una construcción sin permisos o las medidas de seguridad adecuadas.

Explica que luego del sismo hubo muchas historias y mitos urbanos que se inventaron, por ejemplo, el de una abuelita que salió a la leche y cuando regresó ya estaba destruido su departamento, por lo que su hija embarazada falleció enterrada.

La historia cuenta que la abuela tuvo que conseguir un cúter para sacar a su nieto del vientre de la madre, “pero todas esas historias son falsas, no existió esa señora porque éramos puros músicos los que vivíamos en los departamentos”, agrega.

Así, Sergio lo único que espera es que no vuelva a temblar fuerte nuevamente, porque no aguantará mucho el edificio, ya que quedó con daños estructurales después del sismo de hace dos años.

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