Lo ocurrido en Cali los últimos días, en los que han hostigado con armas de fuego a los manifestantes por parte de grupos armados que pretenden la ‘autodefensa’ de la ciudad, es un claro indicio de que la resistencia al cambio, de los sectores conservadores, también viene transmutando.

La minga indígena fue atacada a tiros el 9 de mayo y unos diez de sus integrantes abaleados, esta vez no por policías o militares, sino por civiles que fueron vistos en videos con armas largas y camionetas lujosas, escoltados por la policía y atacando las manifestaciones.

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El paramilitarismo, en sentido amplio, no es un accidente social, es parte intrínseca e histórica de las élites y la sociedad colombiana. En la medida en que el conflicto sale del mundo rural e ingresa a las ciudades, el paramilitarismo también se reposiciona desde allí. Es lo que está ocurriendo en esta fase tardía del paro.

La alocución del presidente Iván Duque del domingo, en la que presiona a los indígenas para que abandonen Cali y amenaza con una reacción de “la sociedad”, hace ver que tanto el mandatario como el uribismo no están tratando de disolver la violencia, sino por el contrario están arrimando al país hacia un escenario donde todo el tejido social se vea envuelto nuevamente en una diatriba armada.

Sin violencia ni amenazas de orden militar, como lo fueron las guerrillas, el uribismo pierde sentido en la sociedad colombiana y se va extinguiendo lentamente.

Con la violencia, el uribismo vuelve a respirar. Sin ella, sufre un proceso de desgaste, de decadencia, en el que a las mismas élites deja de servirles

Por ello, el expresidente Álvaro Uribe prefiere arrastrar al gobierno uribista de Duque hacia una escalada del conflicto, aunque quede ante el mundo como un déspota. El escenario electoral que había hegemonizado fácilmente en las últimas cinco presidenciales ya no es su zona de confort. Ni siquiera tiene un candidato claro.

Con la violencia, el uribismo vuelve a respirar. Sin ella, sufre un proceso de desgaste, de decadencia, en el que a las mismas élites deja de servirles. Una vez firmado el Acuerdo de Paz y desmovilizada la principal guerrilla, el uribismo no tiene con quien chocar y va perdiendo su esencia.

Duque hace gala del supremacismo blanco en contra de los indígenas porque su propio partido le está exigiendo mano dura contra los manifestantes, especialmente contra los cortes de ruta. La renuncia de su vocero, el senador del Centro democrático Gabriel Velasco, va en ese tono.

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