México.- El subcontinente latinoamericano está hoy lejos de la armonía socioeconómica deseada y prometida por gobernantes de una u otra inclinación ideológica, razón por la cual sus habitantes han decidido mostrar su descontento de diversas maneras.

A la ola de manifestaciones y protestas de descontento social y económico que han sacudido por estos días a Ecuador, Chile y Haití, que evidencian lo lejos que aún está la región de gozar de un ambiente armónico de estabilidad, se suman los pronunciamientos de inconformidad, fragmentación y alternancia política en las urnas de Bolivia, Argentina y Uruguay.

Las ciudadanías exigen crecimiento, desarrollo, inclusión y justicia socioeconómica, anhelos postergados una y otra vez. No lo exigen para lapsos futuros, sino para ya.

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Malos tiempos para la continuidad

Con votos divididos, bolivianos, argentinos y uruguayos han dejado claro que no son buenos tiempos para la continuidad política. Ante la falta de resultados concretos en el corto plazo, que garanticen el logro del bienestar y la seguridad deseadas por todos, las preferencias o inclinaciones políticas clásicas, sean de izquierda o derecha, pasan a un plano de menor relevancia.

Atrás quedaron los tiempos recientes de relativa homogeneidad política. Durante los primeros 15 años del presente siglo la región protagonizó un inédito viraje a la izquierda, que permitió consolidar mecanismos de concertación colectiva y establecer un conjunto de metas comunes.

Si bien el viraje nunca fue unánime, favoreció un ambiente de integración y cooperación. Los gobiernos latinoamericanos, con pasados y problemas similares, comprendieron la importancia de atender con urgencia y priorizar el componente social de sus naciones.

Se abogó así, aunque no en todos los casos, por un modelo de crecimiento y desarrollo basado en la inversión social, gracias al cual millones de latinoamericanos lograron salir de la pobreza para participar activamente en la vida económica.

Sin embargo, el modelo de desarrollo izquierdista adoleció desde el inicio. Basado prioritariamente en el boom de las materias primas, cuyo fin llegó antes de que se consolidaran cadenas productivas e inversiones capaces de garantizar réditos a largo plazo, descuidó sobremanera la necesaria estabilidad macroeconómica.

El ejemplo más notorio de ello es el de la Venezuela chavista. Tras grandes conquistas sociales acompañadas por un notorio crecimiento económico, con mejor distribución y justicia social que antaño, hoy la nación enfrenta la más grave crisis económica de su historia, con unos índices de inflación y escasez que no permiten pronosticar nada positivo para el futuro inmediato.

Sumado a las debilidades económicas, más perceptibles en algunos casos que en otros, la ola izquierdista latinoamericana fue víctima por parte de muchos de sus principales impulsores de aquello que prometió combatir y desterrar: la corrupción político-administrativa.

Escándalos de corrupción afloraron en la Argentina kirchnerista y en el Brasil del Partido de los Trabajadores, al punto de que líderes fundamentales como Cristina Fernández, Dilma Rousseff y Lula da Silva han enfrentado o enfrentan acusaciones en su contra por presuntos delitos asociados al flagelo.

En el caso de Lula, en un proceso plagado de irregularidades judiciales, resulta significativo cómo fue llevado a la cárcel e impedido de contender en las elecciones presidenciales.

De tal suerte, las debilidades económicas y la corrupción acabaron con la hegemonía izquierdista. Los latinoamericanos optaron por la derecha en países como Brasil, Argentina, Colombia, Perú, Chile, Paraguay, Honduras y Guatemala. A raíz de ello, muchos avizoraron un cambio de ciclo y un giro igual de homogéneo a la derecha.

Sin embargo, la reciente derrota de Mauricio Macri el domingo en Argentina, en beneficio del peronismo y el kirchnerismo, así como la victoria de Evo Morales en Bolivia para un cuarto mandato, acusaciones de fraude aparte, demuestran que el análisis no puede ser reducido a una ecuación de dos variables: izquierda y derecha.

El panorama electoral se tornaba complicado para Macri. Cuatro años atrás había vencido a los peronistas y puesto fin al ciclo kirchnerista, con promesas de crecimiento económico y estabilidad financiera que siempre estuvo lejos de cumplir.

Como consecuencia, aunque logró repuntar en su apoyo popular respecto a los malos resultados que su formación política obtuvo en las primarias, perdió la presidencia en favor de Alberto Fernández, lo cual significa que los argentinos no están dispuestos a decantarse por nada ni por nadie si no se producen resultados inmediatos que logren aliviar su actual crisis.

De acuerdo con datos oficiales de la jornada electoral, la coalición formada en torno a Macri, Juntos por el Cambio, obtuvo un 40.5 por ciento de los votos, insuficiente frente al 48 por ciento de el Frente de Todos de Fernández, incluso para intentar llegar a una segunda vuelta.

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