“Una limosna para este pobre viejo, que ha dejado hijos, que ha dejado hijos para el año nuevo”, reza la canción que cada 31 de diciembre se escucha en las casas que le dicen adiós a un año más, pero a Veracruz el año no le dejó hijos, sino deudas, y muchas.

Con la esperanza de cambio en el 2016, los veracruzanos iniciaron el año esperando que la crisis económica no se agudizara, que las elecciones trajeran buena suerte y que no se repitieran las agresiones a los jubilados que exigieron al Gobierno el pago de sus pensiones.

Nada de esto ocurrió. No sólo la crisis se agudizó, sino que los ciudadanos desesperados ante un Gobierno que vivía lejos de la realidad, se volcaron a las calles, cerraron vialidades y hubo hasta quien amenazó con inmolarse ante la pasividad de quien gobernaba desde el Palacio de Gobierno.

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Con el furor de las elecciones y los partidos políticos peleándose el “pastel”, los veracruzanos iniciaron el año con la noticia de que el PAN denunciaría al entonces orgulloso gobernador Javier Duarte de Ochoa por ocupar Casa Veracruz para ganar “fidelidad” para su candidato priista a la gubernatura.

Pero en las calles, el temor no era quién ganaría la gubernatura, sino la incertidumbre de no saber si el Gobierno pagaría la segunda parte del aguinaldo, y entonces las manifestaciones arreciaron.

Los empresarios exigieron el pago de adeudos; los hospitales denunciaron falta de medicamentos; los maestros, venta de plazas; los transportistas querían las concesiones prometidas en anteriores campañas.

“Prometer no empobrece”, dicta el refrán, y con eso en mente el entonces Gobernador repartió promesas a diestra y siniestra, que –evidentemente– no cumplió, lo que fue aprovechado por varios grupos para festejar el Día de Reyes con una piñata de la famosa cerdita “Peppa”, colgarle la foto del mandatario y darle duro a ver si “caían los dulces”.

Ya para entonces la resaca de las fiestas navideñas afectaba a los bolsillos de los veracruzanos; sin dinero, sin fiestas y sin esperanza, se les dejó ver de golpe una realidad que nunca antes se había manifestado.

El Estado quebrado pegó en las mesas de quienes dejaron de comer carne y aprovecharon las bondades de los frijoles en su dieta diaria; cancelación de viajes, menos ropa nueva y más horas de trabajo para solventar los gastos, fueron las acciones para contrarrestar lo que se pensó era lo peor del año.

Nada más lejos de la realidad, pues el 2016 apenas empezaba a dar visos de la tragedia.

Los campesinos se cansaron de tomar las dependencias de Sedesol, Sedarpa y la calle Juan de la Luz Enríquez, de la capital de Veracruz, para exigir los recursos millonarios que se les debían.

Este año, los empresarios quemaron vehículos, los maestros abandonaron las aulas, los policías dejaron de “cuidar” para exigir el pago de sus salarios.

La SEV fue tomada como rehén por diversos sindicatos; los hospitales estuvieron en paro durante varios días y los enfermos murieron por falta de medicamentos.

En el segundo semestre los veracruzanos se olvidaron de “una limosna para ese pobre viejo”, y lograron sacarlo de Palacio de Gobierno, aunque no a toda su camarilla.

El nuevo año presenta nuevos temores, nuevos retos y nuevas angustias. El futuro tan incierto como es, genera más miedo que emoción entre los veracruzanos que se debaten entre comprar huevos para su familia, o un litro de gasolina para su automóvil.

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