Una posición clara y tajante contra la guerra, expresa Francisco en “Fratelli Tutti” (“Hermanos todos”), la tercera de sus encíclicas conocida hoy, donde también repudia a la pena de muerte, que la considera “inadmisible” y pide abolirla en el mundo.

“El asesino no pierde su dignidad personal -escribe el Pontífice- Dios es su garante”. De ahí dos exhortaciones: “no ver el castigo como venganza, sino como parte de un proceso de curación y reinserción social, y mejorar las condiciones de las cárceles, respetando la dignidad humana de los presos, considerando también que la cadena perpetua es una pena de muerte oculta”.

La necesidad de respetar “lo sagrado de la vida” se reafirma allí donde hoy “ciertas partes de la humanidad parecen prescindibles”, como los no nacidos, los pobres, los discapacitados, los ancianos, refuerza el papa.

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La guerra no es “un fantasma del pasado” – subraya el Papa Francisco en el séptimo capítulo de “Hermanos todos”- sino “una amenaza constante” y representa la “negación de todos los derechos”, “el fracaso de la política y la humanidad”, “la vergonzosa entrega a las fuerzas del mal” y su “abismo”.

Además, “debido a las armas nucleares, químicas y biológicas que afectan a muchos civiles inocentes, hoy ya no podemos pensar, como en el pasado, en una posible ‘guerra justa’, ¡sino que debemos reafirmar enérgicamente, no más guerras!'”.

“Y considerando que vivimos ‘una tercera guerra mundial en pedazos’, porque todos los conflictos están interconectados, la eliminación total de las armas nucleares” es “un imperativo moral y humanitario” acabar con ellas. El Papa sugiere incluso que con el dinero que se invierte en armamento, se establezca un fondo mundial para eliminar el hambre.

“La Shoah (Holocausto) no debe olvidarse. Es el símbolo de adónde puede ir la maldad del hombre cuando, fomentada por falsas ideologías, olvida la dignidad fundamental de toda persona, que merece un respeto absoluto sea cual sea el pueblo al que pertenece y la religión que profesa “, dice el Papa.

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Al recordarla, en “Todos Hermanos” sostiene que no puede evitar repetir esta oración, que ya le dijo a Yad Vashem: “Acuérdate de nosotros en tu misericordia. Danos la gracia de avergonzarnos de lo que como hombres hemos podido hacer, de avergonzarnos de esta suprema idolatría, de haber despreciado y destruido nuestra carne, la que tú amasaste del barro, la que vivificaste con tu aliento de vida. Nunca más, Señor, ¡nunca más! “.

“Los bombardeos atómicos en Hiroshima y Nagasaki no deben olvidarse” prosigue, citando lo que se dijo en Hiroshima en el Memorial de la Paz. “Una vez más me acuerdo de todas las víctimas aquí y me inclino ante la fuerza y; la dignidad de quienes, habiendo sobrevivido a esos primeros momentos, han soportado en sus cuerpos durante muchos años el sufrimiento más agudo y, en su mente, el gérmenes de muerte que continuaron consumiendo su energía vital. (…) No podemos permitir que las generaciones actuales y las nuevas pierdan el recuerdo de lo ocurrido, ese recuerdo que es garantía y estímulo para construir un futuro más justo y fraterno”, rememoró.

Tampoco deben olvidarse, añade, “las persecuciones, el tráfico de esclavos y las masacres étnicas que se han producido y se están produciendo en varios países, y muchos otros hechos históricos que nos avergüenzan de ser humanos. Hay que recordarlos siempre, siempre nuevos, sin cansarnos y sin anestesiarnos”.

“Hoy es fácil caer en la tentación de pasar página, diciendo que ha pasado mucho tiempo y que tenemos que mirar hacia adelante – subraya Francisco -. ¡No, por el amor de Dios! Sin memoria nunca avanzamos, no podemos crecer sin una memoria intacta y luminosa. Necesitamos mantener ‘la llama de la conciencia colectiva, presenciando a las generaciones posteriores el horror de lo sucedido’, que ‘despierte y conserve de esta manera la memoria de las víctimas, para que la conciencia humana se haga cada vez más fuerte ante todas las voluntades’ de dominación y destrucción'”.

“Recuerdo que es necesaria una reforma ‘tanto de la Organización de las Naciones Unidas como de la arquitectura económica y financiera internacional, para que el concepto de familia de naciones pueda tener una sustancia real'”, afirma el Papa Francisco en la encíclica “Hermanos todos”.

Según el Pontífice, ante el predominio de la dimensión económica que anula el poder del Estado individual, de hecho, la tarea de Naciones Unidas será trabajar por el bien común, la erradicación de la pobreza y la protección de los derechos humanos. Recurriendo incansablemente a la “negociación, los buenos oficios y el arbitraje” -afirma el documento pontificio- la ONU debe promover “la fuerza del derecho sobre el derecho a la fuerza, favoreciendo los acuerdos multilaterales que protejan mejor incluso a los estados más débiles”.

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