Las danzas y los danzantes en Papantla tienen un estatus particular. De hecho, en esa comunidad existe una serie de oficios que tradicionalmente se consideran sagrados, entre los que se encuentran los curanderos, los rezanderos, las parteras y los danzantes, lo que relaciona a esta expresión cultural con la religión.

Entre los totonacos prevalece la idea de que las danzas son un don y para dedicarse a ellas se requiere de una facultad espiritual especial o de algo particular que les permita a los danzantes ejercer esta actividad.

Así lo advierte el investigador de la Dirección de Lingüística del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), Héctor Manuel Enríquez Andrade, en la presentación virtual de su libro Las danzas totonacas de origen prehispánico en Papantla (INAH, 2021), dado a conocer en el ciclo “Palabra de nuestros autores”, organizado por la Coordinación Nacional de Difusión del INAH para difundir las obras editoriales más recientes producidas por el instituto.

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En este volumen, el lingüista describe la situación actual de las danzas tradicionales en Papantla, Veracruz. Héctor Manuel Enríquez precisó que la danza del volador, pese a que generalmente es conocida como de los “Voladores de Papantla”, es practicada en diferentes regiones geográficas y ejecutada por distintos grupos étnicos.

A su vez, no es la única danza en Papantla, existen la de las guaguas, de los negritos, de los santiagueros y la de moros y españoles, clasificadas como de origen prehispánico (danza del volador y danza de las guaguas) y, las restantes, de la época virreinal.

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Explicó que el libro se divide en tres capítulos: el primero aborda las danzas en general, y hace énfasis en las creencias y supersticiones relacionadas en el uso de los trajes e instrumentos específicos, así como en el estatus que adquieren los danzantes en la cultura totonaca.

El segundo capítulo se refiere a la danza del volador, las leyendas, los rituales y las creencias asociadas, además de ahondar en su simbolismo, los trajes y los instrumentos que utiliza. El tercero es sobre la danza de las guaguas, analiza los mismos temas mencionados en el capítulo anterior, pero en referencia a esta segunda danza.

El lingüista del INAH relata que antiguamente, los adultos mayores eran capaces de identificar en la comunidad el don en la persona que sería danzante. Actualmente, son los caporales –personajes que danzan en la cima del palo de la danza– quienes los identifican, al observar a los niños que manifiestan una predisposición especial. En algunas ocasiones, es a través de los sueños como se manifiesta esta facultad.

Enríquez Andrade expone que los danzantes en Papantla, además de tener una importante preparación y un aprendizaje fuerte, debido a la peligrosidad de la ejecución de la danza del volador, requieren un compromiso del ejecutante con las comunidades y los santos patronos.

Los ejecutantes de las danzas deben prometer cumplir con una serie de restricciones relacionadas, según los informantes del autor del libro, como la abstinencia sexual por doce días –seis antes y seis después de danzar–, días en los que no deben beber alcohol, además de estar aseado constantemente.

“Quienes no cumplen con estas reglas pueden sufrir una enfermedad específica de los danzantes, la cual se produce por tener malos pensamientos, problemas familiares y no respetar las reglas de la danza; también, a veces sucede, cuando un danzante, al ponerse el traje de un compañero ya muerto, tiene miedo”, mencionó.

Los totonacos consideran que el responsable de este padecimiento es el Pilato, personaje mítico que participa en todas las danzas y que se identifica con diversas deidades totonacas: viste un traje diferente al de los danzantes, porta una máscara que impide que ser reconocido y, en algunas ocasiones, un casco de petrolero.

En Papantla, los danzantes conservan un estatus particular, marcado principalmente por los ritos funerarios y la creencia de un destino privilegiado después de la muerte, donde estarán junto con quienes desempeñaron otros oficios sagrados; un lugar donde hay fiesta constante.

Las danzas en Papantla se transmitían antes por generaciones familiares, pero con el tiempo, el vínculo es por medio de escuelas que se organizaron alrededor del Centro de las Artes Indígenas, en busca de preservar las tradiciones y las manifestaciones artísticas y culturales del pueblo totonaco, a través de la enseñanza, la práctica y la difusión. El libro puede adquirirse en la página de la CND del INAH.

La presentación se encuentra en INAH TV en YouTube, vinculada con la campaña “Contigo en la distancia”, de la Secretaría de Cultura del Gobierno de México.

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