Corría el quinto mes del año 2020 cuando en este portal se habló sobre el presidente López Obrador y la pasión del resentimiento. En ese entonces la referencia fue sobre el ensayo que el humanista Gregorio Marañón realizó del emperador romano Tiberio, contemporáneo de Jesús de Nazaret y Poncio Pilatos.

Así como Tiberio vivió en un terreno de nadie, en una época confusa y desolada -se dijo entonces-, las políticas y actitudes del ejecutivo federal mexicano no se han modificado a favor, por el contrario, las cosas van mal en el país. Y no es un sentir personal, desde hace meses se acrecienta esa idea en casi todos los niveles sociales.

En la sociedad se perciben y escuchan malestares, enojos, desesperaciones y falta de empleo y, por ende, problemas económicos que generan ‘mala vibra, mal karma’ en el ambiente. Y quizá todo ello pudiera ser justificable si se conocieran las razones de cada cual, pero es imposible. Cada uno va con sus historias.

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Hay una crisis generalizada, un desencanto que, de manera casi unánime, sienten muchos, si no todos, ante la situación política mexicana. Algunos creerán que esto es un ejemplo más de la propensión al desánimo que se apodera con frecuencia cuando se ha vivido una vida complicada, de tropiezos, o longeva. No es así, la gente preocupada intenta reflexionar sobre la realidad que envuelve a la nación mexicana.

A cuatro años de que López Obrador llegó al poder, el desengaño es verdadero, aunque muchos no lo digan o no lo quieran aceptar. Y cabe preguntarse cómo elegimos a nuestros gobernantes, legisladores o autoridades municipales. Las respuestas son extensas, pero la transición se dio con lo que se tenía a la mano: fue una actitud generacional de mexicanos que estuvieron dispuestos a poner la democracia en lo más alto. Digan lo que digan los que quieren presumir de ser más dignos, más valientes y listos que nadie, a López Obrador le funcionó maravillosamente el teatro montado en su tercera campaña.

Sin partidos políticos pragmáticos e integrados y con candidatos mermados por la corrupción rampante, el camino para AMLO se allanó. Y es muy probable que así continúe, a pesar de que las instituciones sigan desmantelándose en un plazo de tiempo breve, porque aún no contamos con una democracia liberal madura y responsable, al contrario, en el obradorismo se ha construido una política asistencial compuesta de dádivas monetarias, con las que lejos de promover y facilitar condiciones de desarrollo económico que abran las puertas al empleo, las detienen, mientras que la cultura del libre pensamiento se reprime.

Si López Obrador encontró ‘todo mal’ en el país, casi nada bueno ha hecho. Si estaba feo, lo empeoró. Lo que sí ha logrado es cierta esterilidad política, gracias a que repite de manera monótona y aburrida una serie de maniobras astutas que no buscan asentar una democracia admirable, sino acrecentar su poder omnímodo. 

AMLO demuestra que sí es posible corromper cualquier democracia, incluso las más maduras, porque hoy los partidos políticos no representan a la sociedad, sino que son una especie de empresas con empleados a sueldo, en las que el criterio del dueño es lo único que importa.

El PAN, el PRI, el PRD, MC, el PV, el PT y MORENA, poco recogen la opinión ciudadana. Se han convertido en insensibles frente a toda clase de fenómenos sociales, no les llega -ni la buscan- información oportuna, y empiezan a fiar su política no en el empeño por resolver problemas, sino en las artes que lleven a consolidar su imagen, a mantener un alto porcentaje de voto cautivo. Ninguno busca un voto convencido por análisis y buenas razones, sólo son una fuente de torpezas.

Ello genera una presión insoportable de polarización extremista y ciega. Todavía no se vislumbra quién pueda guiar al país y a los ciudadanos hacia el progreso, la paz, el orden y la libertad. Se brinda o se danza adorando el Sol. Pero ¿esto tiene arreglo? Sin ser escépticos, la respuesta debe ser positiva. Tiene que existir autocrítica interna en los institutos políticos, aunque se considere que esa medicina es venenosa, o bien para la deserción de los votantes o para el intento de forzar a los partidos a abrirse más.

Los fracasos constituyen la mejor enseñanza posible para mejorar, y hay que esperar que los mexicanos seamos capaces de darnos cuenta de que ¡México no va bien!. Preguntarnos qué está pasando, puede ser una manera de no esperar milagros; también es el comienzo para actuar con responsabilidad.

La patria no es una empresa que espera el reparto de dividendos, cuando se está en crisis, mucho menos puede cargar con los costales del resentido del Palacio y sus seguidores, gran parte también rencorosos o tránsfugas de la sociedad. La realidad de la 4T es esta: desde que alcanzaron el poder AMLO y los suyos, su única preocupación es la de convertirse en aristócratas, a la manera de sus odiados y corruptos adversarios. 

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