Desde la antigüedad el ser humano ha estado en constante tránsito. Las personas se desplazan para buscar mejores condiciones de vida, económicas o en busca de conocimiento a través del estudio. Algunas otras huyen de conflictos, persecuciones, terrorismo, o por la violación a los derechos humanos.

La Organización de las Naciones Unidas (ONU) elaboró un Informe sobre las migraciones en el mundo 2020 en el que a junio de 2019 se estimaba que el número de migrantes internacionales era de casi 272 millones en el planeta, 51 millones más que en 2010. Casi dos tercios eran migrantes laborales. Los migrantes internacionales constituían el 3,5% de la población mundial en 2019, en comparación con el 2.8% en 2000 y el 2.3% en 1980.

Considerando estas cifras, se puede decir que las personas migran más por necesidad que por elección. Y aunque parezca paradójico, los migrantes son una de las fuentes principales para el desarrollo sostenible de los países con mayor potencial económico a nivel mundial. Tal es el caso de la fuerza de los migrantes en Estados Unidos, donde hay más de 57 millones de latinos laborando del otro lado de la frontera, de los cuales más de 36 millones son de origen mexicano (63%) y México es el tercer lugar en el mundo que recibe más dinero de los trabajadores migrantes.

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En la actualidad mexicana, las personas buscan una mejor calidad de vida, social y económica, en otras naciones, porque las cosas no van bien en la denominada transformación obradorista. Sólo por recalcar algunos tópicos, la economía, mal, la inseguridad y violencia, peor, porque hoy es la hora de hacer política. Son tiempos de escurrir el bulto, de echar balones fuera, de señalar con el dedo hacia otros y, principalmente, de distraer con todos los medios posibles los problemas fundamentales del país.

La desfachatez del presidente López Obrador le impide reconocer que en México crece el número de familias que quieren huir del país. Mucho menos, aceptar lo complicado que es dejar familia y amigos para buscarse la vida lejos de la tierra que los ha visto crecer. El drama de encontrarse con la muerte por el camino y, en medio de ambos extremos, un sinfín de sinsabores, trabas y complicaciones. La triste realidad es que el destino de muchos seres humanos está lejos de sus orígenes.

Pero el presidente López Obrador no se cansa de ‘presumir’ que el monto de las remesas ha aumentado. Apenas en el mes de mayo, el Banco de México registró un récord histórico, sobre el dinero que envían los migrantes mexicanos a sus familiares en la república mexicana, que asciende a un total de 5 mil 172 millones de dólares, lo que supone un aumento de 14.3%. Ni la desgracia del ‘tráiler de Texas’, en el que hallaron a 53 migrantes muertos, de los cuales más de 20 eran de origen mexicano (probablemente, la mitad veracruzanos), sensibiliza la homilía mañanera del ejecutivo federal.

El envío de remesas no representa logro alguno para la 4T, como lo quieren hacer creer los gobiernos morenistas. Esos envíos monetarios son el reflejo de que las políticas públicas (si las hay) del gobierno federal no generan riqueza, son el malgastar de una administración pública que en la próxima elección no busca el bienestar de las próximas generaciones, sino solamente la de los que administran esa administración.

El American Way of Life, que se basa en el atractivo que representan los Estados Unidos, la capacidad de progreso y las cualidades excepcionales de su población, ya no es el sueño de los mexicanos, sino el de escapar del México que no protege el derecho a la vida, a la libertad y al progreso, aspectos que, con el señuelo de una “transformación” discursiva, están siendo desmontados en pleno siglo XXI.

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