Nuestra galaxia de la Vía Láctea no es una aglomeración homogénea de estrellas, sino que consta de al menos tres partes estructurales principales. Su edad no tiene un valor común para todas estas partes, según muestran los investigadores del Instituto Max Planck de Astronomía, con sede en Heidelberg, Alemania.

La región más vieja que corresponde al disco grueso de la galaxia comenzó a formarse hace aproximadamente 13.000 millones de años, es decir solo 800 millones de años después de la Gran Explosión (el Big Bang). Alrededor de 11.000 millones de años antes, la Vía Láctea, de aquel entonces, se fusionó con la ‘galaxia Salchicha’ de Gaia-Encélado. En el mismo tiempo evolutivo, se lleva a cabo el ‘ensamblaje’ del halo galáctico interno, que es otro componente clave y más concentrado en torno al centro galáctico.

Durante los posteriores millones de años, la galaxia se enriqueció paulatinamente con distintos elementos químicos, mientras que adoptaba la forma actual del disco galáctico fino, que es la tercera parte estructural principal que tiene la forma de espiral y alberga gran parte de las estrellas hoy en día.

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Previamente, se solía pensar que 11.000 millones de años era la edad de toda nuestra galaxia.

Según las estimaciones aplicadas por este equipo de astrofísicos, nuestra galaxia solo consistía de hidrógeno y helio, pero acumuló gran volumen de elementos pesados a lo largo de su existencia. Al mismo tiempo, la evolución de las estrellas supone que el núcleo estelar, y todo el astro, se deshacen con los elementos pesados, especialmente metálicos, expulsándolos hacia el espacio externo. La comparación de ambas dinámicas ha permitido esta datación de la Vía Láctea, región por región, a partir de la edad de sus estrellas.

Por supuesto, los investigadores no midieron todas las estrellas, sino que se enfocaron en una categoría bastante numerosa y bien observable a gran distancia: las denominadas ‘subgigantes’. La fusión termonuclear finalizó, y continúa solo alrededor del núcleo. Las estrellas ‘subgigantes’ se convierten rápidamente en gigantes rojas y su breve vida permite determinar con precisión su edad, aunque no es una tarea fácil, ya que la edad de una estrella no se mide directamente, sino comparando sus características con los modelos informáticos de evolución estelar.

Los parámetros clave para estos cálculos son precisamente la metalicidad del astro y su brillo. Los investigadores partieron de la idea de que los elementos más pesados ​​tienden a acumularse cerca de las regiones centrales de la galaxia. Por lo tanto, estrellas más jóvenes que se forman en esas regiones contendrían más metales, que las estrellas formadas en la periferia galáctica.

Sin embargo, la muestra de ‘subgigantes’, seleccionada por los estudios del Instituto Max Planck, puso al descubierto algo diferente, y es que todas las estrellas que se formaron en un momento específico parecen tener el mismo contenido de metales, desde los casos más antiguos que aparecen en estos datos (que tienen aproximadamente 13.000 millones de años), hasta la galaxia, que alcanzó cierta estabilidad hace 8.000 millones de años.

La explicación más simple es que, durante todo ese tiempo, hubo una mezcla homogénea de gas en todo el disco grueso. De esta manera, los investigadores consideran esta idea como un resultado clave de su estudio. La fecha ya mencionada de 8.000 millones de años antes del presente, marca, según este equipo, el fin de la ‘adolescencia’ de nuestra galaxia. Presumiblemente, el cambio sucedido a esa altura se debe a que el disco grueso había agotado gran parte de sus existencias iniciales de hidrógeno, aunque había una entrada constante de cantidades moderadas de este gas fresco al espacio intergaláctico.

El cuadro completo de las etapas de evolución y datación por regiones de la Vía Láctea está expuesto en un artículo publicado por dos astrofísicos de Max Planck el 23 de marzo.

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