Por fin estaba viviendo la vida que merecía. Después de tantos años de mediocridad, sentía que su futuro era prometedor. Se miró ante el espejo y no sintió ningún remordimiento. El brillo que vio en sus ojos le descubrió a una mujer bella, poderosa y libre, que pudo desterrar los embrollos morales de la educación católica que le había impuesto su madre desde la infancia.

Comprobó que la disciplina alimenticia y el extenuante ejercicio en el gimnasio mantenían en forma su turgente cuerpo. En un mes llegaría a los cuarenta años, pero conservaba la frescura y firmeza de una veinteañera. Supo que era el mejor camino a seguir para disfrutar la entrega de Manu. Lo quería íntegro en cuerpo y alma.

Esa mañana lo invitó a conocer el chalé. Recorrieron los jardines y las caballerizas antes de inaugurar la piscina. Completamente enamorados corrieron al dormitorio. Luego de dos horas de pasión desenfrenada él se marchó. Era preferible quedarse a solas para evaporar su placer sin prisas ni distracciones. Quería conservar en la mente ese momento idílico, auténtico e inigualable, quizá el único que había vivido en su vida. Ni siquiera Mouriño, el secreto romance de su época de mujer despechada, la había llevado a ese nivel de éxtasis y felicidad. Aquello fue un amor platónico, un tema pasajero, un romance de verano.

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Cuando Gabriela salió de la ducha, se cubrió con una bata y fue a la cocina. Preparó un té y se apoltronó en un sillón de la terraza a contemplar el paisaje boscoso mientras oía el rumor de un arroyo a lo lejos.

Se preguntó dónde estaría Alex. Llevaba meses ausente y los medios de comunicación no cesaban las publicaciones sobre su nebulosa gestión al frente del gobierno. En el Telediario se enteró que le habían decomisado la finca El Florito, cerca de la ciudad de Ponferrada. Su refugio preferido, cuando era Presidente de la Xunta.

Siempre con sus excesos, reflexionó. Le habían dicho que ese lugar era un nicho de lujuria. ¡Su nido de la depravación!—corrigió—, adonde llevaba a sus amigos a desenfrenarse los fines de semana. Una reunión de sátiros, de faunos, de ninfas, ¡de putas y de efebos! Orgías para todos los gustos y desviaciones.

Uno de sus informantes le había contado que muchas veces enviaba un jet a recoger mujeres al Sombras, uno de los prostíbulos más caros de Madrid. Otras ocasiones eran de Palma de Mallorca o de Barcelona. Unas verdaderas bellezas, casi todas originarias de otros países, vestidas de lencería y encajes cuando hacían su entrada a las bacanales. También habían desfilado por allí varias aspirantes a alcaldesas, a funcionarias, a diputadas y a concejales. ¡Deben haber aspirado bien las desgraciadas!, musitó. Otro de sus espías le dijo que hasta algunos varones con ansias de poder, demostraron en El Florito su habilidad para la genuflexión. ¿Será que El Chulo pasó por esas a mis espaldas? Sólo eso faltaría. Prefiero quedarme con la duda, reflexionó.

Y la finca de Las Mesas cerca del Valle de los Caídos. Otro escándalo de alcance mundial. ¡Qué torpe resultaste, Alex! ¿Será que también ahí llevaste a tus conquistas, estúpido? Alguna de esas debe haber cantado todo. ¡Que te pudras en los infiernos!, maldijo. ¡Ese lugar no debiste contaminarlo, imbécil Mouriño!, pensó. Tanto que me costó convencer al arquitecto de El Prado para que hiciera el proyecto. Mis caballerizas, la alberca equina, el lago artificial. ¡Todo se lo llevó la mierda!

Decidió tranquilizarse. Gabriela sabía que el capital y los ases bajo la manga los tenía ella. Perfectamente bien resguardados. Si Mikel consigue llegar hasta mí, comprobará que estoy blindada. ¡Mi salvoconducto es mi fuerza!, se convenció satisfecha. Cansada de pensamientos negativos, se pintó los labios y recordó a sus hijos que esa tarde estrenarían el chalé. Por fortuna ya había seleccionado a dos nanas inglesas y al personal de servicio.

No podía distraerse en nimiedades. Era el momento apropiado para volverse a poner de pie. Junto a Manu. Y no estaba dispuesta a hacerlo como en los tiempos de Alex.

Continuará…

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